Los perfumes con feromonas son muy populares porque supuestamente mejoran el atractivo sexual de quien se rocía con ellos.
“Aromas afrodisiacos que te hacen más deseable”, “estupenda estrategia de seducción que atrae al sexo masculino” o “una perfecta armonía entre sensaciones y olores que potencia el atractivo y la seducción de los hombres” son algunas de las frases que se emplean como reclamos publicitarios.
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Algunos de sus usuarios aseguran que les ayudan a ligar, mientras que otros no notan ningún efecto. ¿Sirven para algo o quienes experimentan algún cambio sucumben al poder de la sugestión?
El equipo de investigación de Agustín y otros grupos han demostrado estos efectos en animales, pero en humanos aún no hay nada firme.
La principal dificultad para desentrañar el papel de las feromonas en las personas radica en que estamos sujetos a un aprendizaje social desde que nacemos, que impide discernir claramente qué aspectos de la sexualidad son biológicos y cuáles son un producto de nuestra cultura.
Pero las investigaciones de esta neurobióloga confirman otra diferencia fundamental entre otras especies animales y nosotros: nuestro sentido del olfato -a través del cual se perciben las feromonas- es muy distinto al de los roedores.
La científica resume los resultados de sus experimentos: “Lo que hicimos para asegurarnos de que estábamos trabajando con feromonas fue criar a hembras de ratón en ausencia total de machos adultos.
Aislamos a las hembras desde su nacimiento y, de esa manera, solo tenían contacto con su madre”. Cuando esas hembras vírgenes en el sentido literal de la palabra, pero también químicamente vírgenes, se hicieron adultas, los investigadores recogieron la viruta (el serrín de las cajas de animalarios) en el que vivían los machos, que contenía su orina, sus heces y las secreciones de su piel; “en definitiva, el olor de macho”.
Al ponerse en contacto con esa viruta, “las hembras que nunca habían olido, ni visto, ni tenido contacto con un macho tenían preferencia por ese olor frente al de otras hembras”.
Otro equipo de científicos demostró que la feromona que producía esa atracción innata es una proteína que el ratón excreta en la orina.
Que una persona nos resulte más atractiva que otra depende de una compleja interacción de un sinfín de factores, entre los que destacan: la voz, la simetría del rostro, la forma de vestir, el tono de la piel, la estructura corporal o nuestras experiencias previas.
Si no podemos contar con ayudas externas para atraer a otras personas, tendremos que contar con las herramientas tradicionales y asumir que no hay recetas mágicas.
“La apariencia física, en especial el rostro, sigue siendo nuestra principal tarjeta de presentación en las interacciones sociales y, por ende, nuestro mayor reclamo”, relata el sexólogo.
No obstante, apunta que las últimas investigaciones “ponen de manifiesto que la clave reside en las características positivas asociadas a dicho rostro. No solo vale tener un rostro atractivo; también debemos ser atractivos por dentro”.