Una de las trágicas dimensiones dentro del sufrimiento del abuso sexual experimentado en la infancia o adolescencia, es la aparición de secuelas persistentes que empiezan a afectar a las víctimas desde el instante en que se ven atrapadas en las garras del abusador.
Además de esto, existe otra forma de opresión: el “backlash”, que impone un nuevo silencio sobre las víctimas.
¡SIGUE NUESTRO MINUTO A MINUTO! Y ENTÉRATE DE LAS NOTICIAS MÁS RELEVANTES DEL DÍA
El abuso sexual infantil (ASI) es una forma de maltrato, de las más atroces, a la que se puede sobrevivir y una violación a los derechos humanos de bebés, niños, niñas y adolescentes.
A pesar de la visibilización de la temática desde hace algunos años, sigue siendo uno de los delitos que más se comete en todo el mundo y de los que menos se habla.
La violencia sexual tiene efectos devastadores no solo en el o los momentos en que ocurre el crimen, sino por las secuelas profundas que dejan.
Sus consecuencias
La gravedad de estos delitos y de las secuelas que dejan en las víctimas requieren de un tiempo extra para su elaboración en comparación con otros.
Las evidencias médicas y psicológicas disponibles reconocen los daños y las secuelas como estrés postraumático, una consecuencia insoslayable para los sobrevivientes.
Estas secuelas inhiben la elaboración de un relato acerca de la vivencia traumática, impiden que la víctima pueda narrar la experiencia, comprenderla, denunciar el abuso y obtener asistencia para su recuperación.
Todo esto se ve agravado cuando existe presión social, familiar o institucional para que una víctima no denuncie.
Debido a estas razones, estos crímenes raras veces son denunciados en forma inmediata.
No es infrecuente que, cuando finalmente una víctima está lista para denunciar a su agresor, se tope con un obstáculo: la prescripción.
Es necesario garantizar la posibilidad de investigación y juzgamiento cuando una víctima esté lista para denunciar a su agresor.
El abuso sexual en la infancia debe ser considerado como un problema grave de la salud pública de los países.
Sobre esto cae una nueva sombra que daña el camino de la reparación y la dignidad. Se trata de movimientos que intentan legitimar y justificar las situaciones de abuso y violencia en contra de los niños, niñas y adolescentes conocido como backlash.
Este término nace en el contexto de los movimientos feministas y fue popularizado por la escritora y activista feminista Susan Faludi en su libro “Backlash: The Undeclared War Against American Women”, publicado en 1991.
En este libro, Faludi analiza las reacciones negativas y contrarias que surgieron en respuesta a los avances y logros del movimiento feminista en Estados Unidos durante las décadas de 1970 y 1980. El backlash conceptualiza una reacción extrema que se ha extendido rápidamente y que ha encontrado apoyo en diversos grupos organizados que avalan mitos y estereotipos en relación a la violencia sexual, y buscan incidir en distintos ámbitos sociales, desde la televisión, la literatura como en el ámbito judicial.
Esta reacción afecta enormemente a las personas menores de edad víctimas de violencia sexual, y a los y las sobrevivientes adultos que intentan denunciar, ya que por medio de sus derivaciones o manifestaciones, los defensores del backlash, contribuyen a que muchos pederastas hayan quedado libres o los crímenes hayan prescrito.
El backlash puede manifestarse a través de diversas estrategias y actitudes que buscan desacreditar, culpabilizar o minimizar las experiencias de las víctimas de violencia sexual. Algunas de estas formas de backlash incluyen:
Culpabilización de la victima. Se culpa a la víctima de la violencia sexual, cuestionando su comportamiento, apariencia o decisiones, y poniendo la responsabilidad en ella en lugar de hacerlo en el agresor.
Desacreditación. Se intenta desacreditar la experiencia de la víctima, sugiriendo que está mintiendo o exagerando los hechos.
Estigmatización. Se estigmatiza a las víctimas de violencia sexual, creando una cultura de vergüenza y silencio que dificulta la denuncia y la búsqueda de apoyo.
Negación del problema. Se minimiza o niega la existencia de la violencia sexual en la infancia, contribuyendo a la invisibilización de las víctimas y obstaculizando la búsqueda de justicia y protección.
Al mismo tiempo, se desacredita a los profesionales que representan o recuperan a las víctimas con amenazas de todo corte y tenor para que retiren la ayuda y los dejen solos y desamparados.