Allá a finales de los años setenta y principios de los ochenta, cuando el régimen político priísta comenzaba a abrirse a golpes de libertad de expresión, un corresponsal estadounidense buscó al entonces más crítico y reflexivo columnista político, Manuel Buendía –asesinado, por cierto, en mayo de 1984, cuando comenzaba a develar el narcopolítica mexicana–, para que le explicara en pocas palabras la forma de ejercer la política en México y la respuesta fue sencilla: “cuando 2 + 2 nunca suman cuatro”.
El propio Buendía, gran hacedor de frases irónicas y humorísticas como dardos envenenados, también resumió la complejidad del sistema político mexicano con otra frase muy certera: “si Kafka viviera en México, sería un escritor costumbrista”.
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Lo que está ocurriendo ahora mismo en la vida política mexicana –el largo y tortuoso proceso de designación de candidatos presidenciales para las elecciones de junio de 2024– es un ejemplo del –valga el neologismo— kafkanismo, o cierto tipo de prácticas políticas en forma de ismo o sistema: el absurdo como certeza cotidiana.
El presidente de la República del partido Morena opuesto al PRI, López Obrador, está operando la designación del candidato oficial desde su conferencia de prensa matutina en Palacio Nacional, como para significar lo que fue tradición en el viejo régimen priista: el conocido dedazo o acto político que representaba la designación señalando con el dedo del presidente saliente al candidato como presidente entrante.
Se trata de un mecanismo de la vieja-vieja política mexicana: en 1908, el entonces activista Francisco I. Madero –quien llamó a levantarse en armas contra el dictador Porfirio Díaz a las seis de la tarde del 20 de noviembre– publicó un libro-programa partidista, pero en sus primeras páginas reveló el mecanismo mexicano de designación del candidato sucesor: el presidente de la República designándose a sí mismo a lo largo de siete reelecciones presidenciales para ejercer el poder de 1876 a 1911, cuando fue obligado a renunciar por la victoria de la Revolución Mexicana contra el dictador.
Gobiernos van, gobiernos vienen, pero la práctica presidencialista sigue vigente: el dedazo o señalamiento por el dedo presidencial de la figura del sucesor, a veces con el llamado juego del tapado o acto de esconder al candidato distrayendo la atención pública con otros precandidatos, de tal manera de proteger su fuerza endeble.
En 1957 hubo una anécdota muy simbólica: el presidente Ruiz Cortines, anciano, apocado, tímido, modesto pagador del Ejército y con estudios contables que gustaba de jugar dominó en el malecón del puerto de Veracruz, dejó entrever que su candidato era el secretario de Agricultura, Gilberto Flores Muñoz, de la alianza político-militar revolucionaria, y le adelantó que se preparara “para lo que tenía que venir”. El aludido, feliz, se asumió candidato; sin embargo, las fuerzas políticas del partido se pronunciaron por el joven secretario del Trabajo, Adolfo López Mateos, en medio de una ruptura generacional. Montado en cólera, Flores Muñoz se apersonó en el despacho presidencial y abrió la puerta con decisión para reclamarle al presidente el engaño, pero se encontró a un Ruiz Cortines con cara de tristeza diciéndole: “ni modo, Pollo, nos fregaron (ganaron)”. Este fue un acto de engaño máximo del presidencialismo.
El kafkanismo se rebela en el discurso presidencial actual que dice que el jefe en turno del Ejecutivo no va a poner candidato, pero a ojos de todos está poniendo candidato, y los ciudadanos mexicanos aplauden. El otro caso de kafkanismo se aprecia en que la oposición se ha aliado en contra del partido presidencial de Morena; es decir, el viejo PRI de todos conocido, ahora asociado al PAN de la derecha y al PRD del cardenismo populista que rompió con el priismo en 1988, sólo que el PAN nació en 1939 para combatir al abuelo del PRI y en el 2000 le quitó la Presidencia de la República con la promesa de su candidato Vicente Fox de que iba a “a sacar a patadas al PRI de Los Pinos (entonces la casa presidencial)”, y hoy, también, el PRD está tomado del brazo del PRI, cuando este PRD salió del PRI en 1988 y casi le arrebató la presidencia al candidato priísta Carlos Salinas de Gortari, con revelaciones y acusaciones graves de que el Gobierno de Salinas era responsable del asesinato de más de 500 militantes perredistas.
Pues bien, como narrador costumbrista, Kafka está certificando que el régimen mexicano –cualquiera que sea su denominación partidista de origen– que la vida política mexicana ha cambiado…, para seguir siendo exactamente la misma que era, como si Lampedusa fuera secretario de actas y acuerdos del sólido sistema político mexicano.
En estos días los mexicanos están asistiendo, pasmados y complacientes, a una feria de nombres –quizá más de 100–, de ciudadanos que se sienten con derecho a competir por la presidencia de la República, aunque no pasa día en que algunos se den de baja y otros se den de alta y al final el régimen sea una torre de capilaridad.
Hay partidos como siglas, pero no hay ideologías, propuestas o racionalidades, con la circunstancia agravante de que de la centena de aspirantes quizás dos o tres tengan una vida política posterior a la caída del PRI en el 2000, en tanto que el 97% restante viene de haber militado en el régimen priista, aunque ahora enarbolando sin rubor la caracterización de sociedad civil, con el perdón de Gramsci, y todos ellos con una cola de dinosaurios o viejos representantes del pasado Jurásico priista.
En concreto, en este texto no hay nota, solo la descripción de que la política mexicana es un circo de mil pistas y los analistas son kafkianos costumbristas.
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