Durante su etapa en la universidad, Peter (nombre ficticio) se dio cuenta de que tenía una idea del sexo diferente a otros hombres heterosexuales con los que pasaba el tiempo.
“Nunca me ha interesado la pornografía, pero me reía con sus bromas”, explica Peter, británico de 44 años. “Por supuesto, nunca lo mencioné… como hombre, te echarían de la manada”.
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A medida que desarrollaba “relaciones serias y apropiadas” con mujeres, Peter descubrió que no tenía el impulso sexual que tenían muchas de sus compañeras.
“Me excusaba en que estaba cansado o estresado, ese tipo de cosas”, explica. “No era un problema de atracción hacia mi pareja. Simplemente no se me pasaba por la cabeza iniciar el sexo”.
En 2021, Peter vio un anuncio en el que se buscaban voluntarios varones para un nuevo estudio sobre el trastorno del deseo sexual hipoactivo, o TDSH.
Los investigadores planeaban inyectar a los participantes en el estudio kisspeptina, una hormona sexual natural, para ver si aumentaba su deseo sexual. La kisspeptina desempeña un papel clave en la reproducción; sin niveles adecuados de esta hormona, por ejemplo, los niños no llegan a la pubertad.
Peter, que mantiene una relación duradera y comprometida con una mujer que, según él, tiene un mayor apetito sexual, se apuntó, intrigado por la idea de que un desequilibrio biológico pudiera ayudar a explicar su comportamiento.
La semana siguiente a la última sesión, cuenta Peter, ocurrió algo asombroso.
“De repente, quise iniciar la intimidad. Solo puedo suponer que no se debía a que mi mente recordara algo, sino a que mi cuerpo quería algo”, dijo. “Inicié más las relaciones sexuales y eso mejoró increíblemente las cosas con mi pareja”.
Cableado en el cerebro
Los expertos creen que el TDSH afecta al menos al 10% de las mujeres y hasta al 8% de los hombres, aunque esas cifras pueden ser bajas, según Stanley Althof, profesor emérito de Psicología de la Facultad de Medicina de la Universidad Case Western Reserve de Cleveland, Ohio y director ejecutivo del Centro de Salud Marital y Sexual del Sur de Florida.
“Para empezar, a los hombres les da vergüenza ir al médico, y se espera que uno sea un macho”, explica Althof, que no participó en el estudio sobre la kisspeptina.
“Así que a los hombres les resulta difícil decir: ‘Oye, tengo un problema con mi deseo sexual’.
Por eso la mayoría de los pacientes varones que veo con TDSH son enviados por sus parejas”.
Para que se le diagnostique este trastorno, la persona no debe tener otros problemas que puedan causar un cambio en la libido, como disfunción eréctil o eyaculación precoz.
“Perder el interés debido a problemas de rendimiento es habitual, pero el TDSH es algo en específico”, afirma Althof. “Es una ausencia de pensamientos eróticos y una falta de deseo sexual que tiene que estar presente durante seis meses. Tampoco puede explicarse mejor por otro trastorno u otros factores estresantes: no puede deberse a una depresión. No puede deberse a una mala relación. No puede deberse a tomar un antidepresivo”.