La percepción del tiempo impulsa la ansiedad y eleva los sentimientos de culpa y frustración

  • En función de los estados emocionales y las experiencias vividas, puede transcurrir de forma distinta

Todos vivimos vidas ajetreadas, a tal punto que normalmente tenemos la sensación y, en muchos casos la frustrante evidencia en la realidad, de que no llegamos a cumplir con lo que debemos hacer, pero especialmente con lo que esperamos de nosotros mismos. Se acumulan planificaciones o recordatorios de agenda que serán pasadas de semana en semana.

Al mismo tiempo, el “no tengo tiempo” o “tengo una semana/día terrible” y tantas otras expresiones, se han convertido en excelentes excusas para postergar lo que quizás solo buscamos evitar. Terminamos siendo prisioneros y nos adaptamos con mayor o menor bienestar, más precisamente malestar, a nuestra propia jaula: el tiempo.

Un poco de historia
Esta idea de que la forma de percibir y hasta medir el tiempo no es uniforme, es algo que se conoce desde la antigüedad en la tradición mitológica griega y que luego se trasladaría a diversas áreas, inclusive continuando en la actualidad.

Los griegos antiguos representaban al tiempo en base a tres figuras míticas de distinto valor, en cuanto a su importancia, estos son: Cronos (Kronos), el más importante; Kairos (o Caerus) y Aión (quien habría surgido antes en la mitología fenicia). Cada uno representaba una manifestación de la temporalidad.

Temporalidad, depresión y fobias
Ese dilema respecto al tiempo es el que se experimenta en diversas situaciones en las que la ansiedad nos hace víctimas de una versión parcial del tiempo y siempre estamos corriendo, nunca alcanzando o, a la inversa, creyendo que la solución es no hacer y así postergamos. De esta manera, pasamos de episodios de frenético fragor, a desconectarnos, buscando “no hacer nada”.

Entre medio, la oportunidad, las cuestiones que necesitan ser puestas en primer lugar, inevitablemente, pasan de largo, de allí la frecuente sensación de frustración, de culpa inclusive, en diferentes estados de ansiedad.

También la temporalidad incide en el caso de las fobias, al anticipar un peligro que al hacerlo es magnificado, y el no hacerlo, es la solución que frustra ya que incrementa el cuadro.

Por otro lado, en algunas formas de depresión, la anticipación juega un rol, como manifestara René Digo en su obra “Del Aburrimiento a la melancolía”, en la que ve que la base de diversos estados depresivos es su concepción de la temporalidad.

La oportunidad (Kairos) perdida, el tiempo perdido, idea que Proust rescata en su obra cumbre, puede ser algo que hostigue permanentemente y de manera creciente a alguien, en un cuadro que puede volverse crónico.

Por ejemplo, en los cuadros obsesivos, donde no responder al ritual de manera inmediata hace sufrir un grado de ansiedad que puede llegar a ser insoportable, y de allí el sometimiento a la repetición del ritual, que circularmente volverá y en periodos de tiempo secuencial cada vez más rápidos.

En los cuadros maníacos dentro de la bipolaridad, la taquipsiquia, la aceleración del pensamiento que llega a un fenómeno llamado de fuga de pensamiento, por la imposibilidad de mantener una secuencia, implica actos consecuentes a estas ideas y la desorganización.

También surge en las diferentes formas de insomnio en las que la cantidad de ideas agolpadas en momentos en que debiéramos cerrar la jornada, aparecen las tareas postergadas y hacen que el organismo entienda que debe mantenerse alerta para resolverlas.

Estos son solo algunos ejemplos, pero sirven para hablar algo de la necesidad de incluir el abordaje del tiempo en el análisis y en la terapia de estos estados. Las técnicas de organización de tiempo y de establecimiento de espacios compartimentados de tareas, permiten salir de su imperio devorador.

La farmacoterapia no puede ser el único instrumento, ya que simplemente enlentece esa secuencia eventualmente, pero al mismo tiempo puede generar mayor ansiedad paradojal al deprimir recursos cognitivos necesarios para esa organización.