Dicen los filósofos, y es cierto, que la casualidad es la expresión de la necesidad. En tal frase, la palabra necesidad debe entenderse como el curso regular, obligado, de los acontecimientos. Así, un golpe o un balazo, mortal “por necesidad”, significa que el daño causado al organismo afecta a órganos fundamentales sin los cuales el individuo no puede vivir.
En consecuencia, un sujeto que bebe grandes cantidades de alcohol y regresa a diario a su casa manejando su automóvil en la madrugada, será obligado o casi obligado, será necesario, que perezca en algún accidente de tránsito. ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿En qué carretera o en qué crucero? Eso ya le corresponde a la casualidad. Por eso se dice que la casualidad es la expresión de la necesidad. Los mexicanos decimos: “Tanto va el cántaro al agua, hasta que se rompe”.
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Esa ley general de la naturaleza y, por tanto, de la vida, acaba de operar nuevamente en Estados Unidos. Se cayó un puente que sirve de paso a desnivel en una importantísima autopista federal, en la número 95, que atraviesa por Filadelfia y funciona como una conexión fundamental entre el norte y el sur del Este industrializado de la Unión Americana.
Se informa que, en la parte de abajo del paso a desnivel, se incendió un camión cisterna cargado de líquido inflamable y las vigas de acero que sostienen al puente se derritieron. Puede ser. Pero, por lo pronto, el tráfico constante de 160 mil vehículos que por ahí pasan diariamente está colapsado y la reparación del puente tardará varios meses.
Comento ahora este incidente porque, cuando en el año 2006, el huracán Katrina impactó el sur de Estados Unidos y se rompieron los diques que protegían a la ciudad de Nueva Orleáns de las aguas del lago Pontchartrain, causando una devastadora inundación, se publicó que esos diques ya habían cumplido su vida útil, que el gobierno federal había sido informado oportunamente y que nada se había hecho por falta de recursos.
Ya entonces, la mayor economía del mundo, literalmente, hacía agua. Fue en este contexto que apareció en los medios de comunicación, la impactante noticia de que, en la Unión Americana, 75 mil puentes habían cumplido ya su vida útil y necesitaban mantenimiento mayor o ser remplazados. Ahora, como casualidad que expresa la necesidad, se derrumba un puente.
Pero no es solo un puente por muy grande y transitado que éste sea. En Estados Unidos se acumulan muchos y muy graves problemas sociales que demuestran no solo que ya no es (y tal vez nunca lo haya sido) el modelo de progreso y buena vida para todos los hombres y mujeres del mundo, sino que las calamidades que azotan a los que viven en Norteamérica, sean oriundos o inmigrantes, ponen en serio entredicho la viabilidad de ese sistema económico.
En nuestro vecino, uno de los países con los servicios médicos más caros del mundo, no existe el acceso universal a la salud, para el año 2018, 27 millones y medio de personas, incluyendo cuatro millones de niños, estaban sin ningún tipo de atención médica gratuita.
La clase trabajadora se muere sin ninguna atención médica ni medicinas, drogada sí, muchas veces, pues la principal causa de muerte entre los menores de cincuenta años son las drogas; y Estados Unidos es el país del mundo con el mayor número de fallecimientos por ese motivo. La educación, como todo en ese país, es un gran negocio y, por tanto, solo se educan y llegan a los niveles superiores los que pueden pagar por ello o consiguen pesadísimos créditos que pagan durante toda la vida, literalmente, durante toda su vida, pues existen personas ya jubiladas que todavía adeudan los créditos que recibieron cuando cursaron sus estudios superiores.
Item más. Sin tomar en cuenta la aterradora tragedia que causó la pandemia por el virus SARS-COV2, ya que en Estados Unidos murió una mayor cantidad de personas que en cualquier otro país del mundo, ya antes, digo, casi un tercio de los estadounidenses vivía por debajo de la línea de pobreza marcada por las autoridades federales en 36 mil dólares anuales para una familia de cuatro miembros.
Según cálculos recientes de unos expertos, Estados Unidos es más desigual que el antiguo Imperio Romano, en aquella sociedad, esclavista y cruel si las ha habido, el uno por ciento de la población concentraba el 16 por ciento de la riqueza; en ésta, ese mismo uno por ciento, concentra el 40 por ciento de la riqueza nacional y solo los tres hombres más ricos poseen lo mismo que toda la mitad inferior de la población, o sea, lo mismo que 160 millones de personas.
A toda esta escandalosa situación se añaden las dificultades que encuentra en años recientes el imperialismo para hacerse de materias primas y combustibles en el mundo, así como para vender y hacer realidad su ganancia vendiendo los millones de mercancías que produce diariamente.
Cada vez encuentra más difícil ser imperialista. China y otros países venden en el mercado del mundo muchísimas mercancías con precios que es muy difícil igualar y ya se habla de que los BRICS, que juntos producen más que Estados Unidos y su G7, se disponen a sustituir al dólar como la moneda principal y casi única de todos los intercambios internacionales.
La guerra en Ucrania, en defensa de los intereses de Estados Unidos a costa de la vida de los ucranianos y de los recursos naturales de Ucrania, no pinta nada bien.
“Estados Unidos nunca será destruido desde el exterior. Si flaqueamos y perdemos nuestras libertades, será porque nos destruimos a nosotros mismos”, dijo Abraham Lincoln. Y, en efecto, ha aparecido el chícharo que le faltaba a la olla. Se ha iniciado y se recrudece, hasta altos niveles de escándalo, un peligroso enfrentamiento entre poderosos e influyentes grupos de la clase dominante norteamericana.
“El viernes pasado (nueve de junio) se dio a conocer una acusación de 37 cargos federales contra Trump, con el argumento de que puso en peligro la seguridad nacional de Estados Unidos al quedarse, después de abandonar la Casa Blanca en 2021, con documentos confidenciales en su mansión de Mar-a-Lago, en Florida, algunos de ellos con secretos nucleares sensibles y otros que detallan las posibles vulnerabilidades del país a un ataque militar”, informó el diario El Universal el pasado 12 de junio.
Donald Trump, por su parte, ya en campaña para regresar a la Casa Blanca el año que entra –estamos hablando del enfrentamiento público de un expresidente y un presidente en funciones de Estados Unidos– ya contestó y dijo: “No es coincidencia que me acusaran el mismo día que se reveló que el FBI tenía pruebas explosivas de que Joe Biden recibió un soborno ilegal de cinco millones de dólares de Ucrania” (RT, 11 de junio). Ya antes, el dos de junio, la misma agencia RT había publicado las durísimas acusaciones de Donald Trump al respecto del soborno a Biden: “no les pasa nada”.
“Están siendo protegidos” … (y) acusó de ello al sistema de justicia del país norteamericano, al cual calificó de “corrupto”, “unilateral” e “injusto”. Los señalamientos mutuos son muy delicados. Más aún en un país que tiene muchos años de pregonar ante el mundo una estabilidad envidiable, de presentarse como el modelo universal de la democracia y los derechos humanos y que ha presumido de contar con la clase gobernante más honrada del mundo. Cuando se pelean las comadres salen las verdades.
Los modos de producción no son eternos; se descomponen, se pudren y perecen. Un genio de finales del feudalismo, Wilhelm Goethe, lo vislumbró con claridad 17 años antes de la Toma de La Bastilla y le escribió a Lavater: “Créeme; nuestro mundo político y moral está minado, como una gran ciudad recorrida por subterráneos, corredores, sótanos y cloacas, en lo que prácticamente nadie piensa en lo que ello significa ni en el peligro que corren sus habitantes.
Solo el hombre que tiene alguna información puede darse cuenta de lo que está ocurriendo cuando el suelo se hunde aquí o el humo se escapa por una grieta abierta allí y voces extrañas se oyen a la distancia”. Estoy absolutamente convencido de que vivimos en un mundo similar.