En el ámbito de las relaciones de pareja hay una receta muy efectiva para el desastre: la pasividad. Enamorarse de alguien que, lejos de trabajar el vínculo a diario, lo da por sentado y apenas lo atiende, duele. Porque el amor requiere de un gran dinamismo y, como decía Eric Fromm, es como una forma de arte que demanda esfuerzo, disciplina y tiempo.
A pesar de ello, es frecuente derivar en relaciones dominadas por la pasividad de alguno de sus miembros.
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Son personas que nos dañan sin ni siquiera levantar un dedo, que nos turban por su falta de iniciativa y falta de respuesta emocional.
Lo llamativo es que detrás de esta conducta no está siempre la falta de afecto, sino una manera de responder al amor muy distorsionada.
Cabe señalar que esta dimensión no tiene nada que ver con un carácter tranquilo o sosegado.
Estamos ante un perfil de personalidad que no entiende la responsabilidad de tener pareja.
Es alguien inseguro, carente de iniciativa y habituado a delegar en los demás.
De hecho, son figuras con una clara inclinación a la dependencia; a dejar que sea el otro quien haga, decida, actúe y solucione.
¿Qué hay detrás de esta conducta? ¿Qué podemos hacer? Lo analizamos.
Hay una frase que aparece con frecuencia en muchas sesiones de terapia: «es que mi pareja es muy pasiva».
Es común quejarnos de que la otra persona no dice, no actúa, no sostiene las responsabilidades de la relación con la misma energía y disposición que nosotros.
En el momento en que una persona asume en soledad todo el peso de un vínculo afectivo, esos cimientos tiemblan.
Lo llamativo es que usualmente se da un hecho que puede parecernos contradictorio.
Hay personas que se muestran muy asertivas y resolutivas en el área social y laboral; sin embargo, son muy pasivas en el plano afectivo.
En el momento en que se adentran en esa esfera de la intimidad emocional y la responsabilidad afectiva, faltan infinidad de competencias.
Esto hace que, durante un tiempo, sea una de las partes la que tire de ese vínculo, hasta que, poco a poco, el desgaste, las contradicciones y el sufrimiento hagan que uno se detenga.
Y lo hacemos preguntándonos si tal sacrificio vale la pena.
Porque, aunque se le pide a la otra persona que actúe y que responda, el cambio casi nunca se materializa.
Si mi pareja es muy pasiva, lo último que debo hacer es cronificar esa situación.
En ocasiones, por temor a la soledad o incluso a la ruptura, optamos por asumir toda la responsabilidad.
Sin embargo, debemos tenerlo claro: amar a alguien pasivo en el amor ya es estar solo.
Es tener a una persona presente, pero ausente, alguien que no cuida, que no apoya ni se compromete.
¿Qué hacer, entonces? La pasividad, en realidad, es una respuesta aprendida a otro problema que se está dejando de lado. Y esto es clave.
El primer paso será la comunicación, establecer un diálogo asertivo y sincero para comprender qué ocurre. Debemos saber qué motiva esa conducta y, nuestra pareja, por su parte, tiene que responsabilizarse en el cambio.