En medio de la alegría por el reconocimiento, considera que tenemos poco desarrollo científico, entonces hay que impulsarlo fuertemente debido a que no hay país que progrese sin conocimiento y sin que se den condiciones para innovar.
En su biblioteca con estantes repletos y fotografías con la historia familiar, así fluyó la conversación matutina en la casa de la científica de 82 años, mientras el sol se filtraba por la ventana y un libro a la espera sobre la mesa: Ciencia y vida se lee en el título en la portada, que bien podría definir la entrevista con la profesora emérita, quien por más de medio siglo se ha dedicado al conocimiento de las células a la par de la docencia en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
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Es una de los cuatro estudiosos que fueron reconocidos con el Premio Nacional como se dio a conocer en el Diario Oficial de la Federación, en reconocimiento a sus aportes al desarrollo de la ciencia, la tecnología y la innovación.
“Hacer investigación es la manera de aprender a preguntar. Uno estudia ciencia y pues muchas veces da la impresión de que ya está todo dicho, ¿quién va superar a Einstein, a Darwin, a Watson y Crick?, pero lo importante en la educación con los jóvenes es que aprendan a preguntar el por qué de las cosas. Y claro, como cada vez conocemos más y sabemos más, eso abre nuevas preguntas.
“Creo que ahora me gusta más la carrera de biología que cuando estudié, porque tengo tantas preguntas, me van a faltar años para entender algunos de los fenómenos que actualmente se están estudiando”, habla con emoción al ver cómo se han formado sus estudiantes y colegas más jóvenes, “ahora aprendemos de ellos.
A estas alturas de mi vida me puedo quedar tranquila en que hay generaciones adelante que van a continuar, han aprendido y que tienen sus propios impulsos.”
La científica destaca la importancia de hacer difusión sobre qué es la ciencia y sus aportaciones.
En su propia biografía de ciencia y vida se agrega un capítulo especial sobre sus convicciones por la izquierda.
“A la UNAM no sólo le debo haber aprendido biología y a aportar conocimiento, sino le debo aprender a volantear, a pintar camiones, a participar en manifestaciones”, expresa la egresada de la Facultad de Ciencias, donde afirma adquirió conciencia social y política, pues era una facultad muy politizada.
Un momento difícil en su carrera, aún muy joven, fueron las consecuencias de involucrarse en el movimiento estudiantil de 1968. La bióloga participó en la Coalición de Profesores de Enseñanza Media y Superior como representante de ciencias biológicas, al final del conflicto, cuando “reprimieron el movimiento”, le quitaron la plaza para dar clases y la beca en el Instituto Politécnico Nacional, ya casi por concluir su posgrado en bioquímica.
“Despedida por órdenes superiores” fue lo que consignaron al momento de su cese. “Me quedé con el posgrado suspendido y sin trabajo”.
Entonces regresó a la UNAM, pero no le reconocieron sus créditos, “tuve que empezar desde querido lector”, hacer su maestría y doctorado nuevamente desde cero, “de manera que hacer el posgrado a mí me llevó 10 años o más”.
Fue el lugar donde desarrolló su carrera, “eso de alguna manera marcó mi línea de investigación”, pues en su alma mater fue el encuentro con Ruy Pérez Tamayo, médico y divulgador de la ciencia, quien fue su tutor de tesis y la inició en los estudios de patología experimental, así como el estudio de la fibrosis.
“Son cosas serendípicas”, reflexiona, pues quien sabe cuál hubiera sido el rumbo de seguir en el Poli. “Hay circunstancias en la vida que a uno lo van enfrentando a nuevos retos, no hay más que aprender de ellos.
“Siempre me había gustado la parte de la biología que tenía más que ver con la investigación biomédica, que con los recursos naturales. La biología celular, la molecular, la bioquímica siempre fueron más cercanos a mis temas de interés”, narra sobre este periodo de su formación que marcó el resto de su vida.
A casi 65 años de iniciar sus estudios reconoce que como científica mujer se tienen más obstáculos a vencer que un compañero varón.
En la carrera de biología había más mujeres que hombres, pero la mayoría abandonaba desde el primer año.
Colaboración con el INER
En el laboratorio, uno de los temas fundamentales de la doctora Annie Pardo son las enfermedades pulmonares fibrosantes, es decir, las que causan inflamación y cicatrices en este órgano que nos permite respirar.
Son muchas las que existen, como el EPOC, las provocadas por estar expuesto al silicio o al asbesto, y hasta las producidas por los antígenos de palomas, como son las plumas y el excremento.
El interés de la doctora Pardo por cultivar células de lesiones fibróticas la llevó a una estancia en San Luis, Misuri. A su regreso, ya integrada a la Facultad de Ciencias, buscó a quienes trabajaban con enfermedad humana para tener muestras de biopsias para cultivar en el laboratorio.
Así desde hace más de 35 años mantiene una colaboración con el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), con investigación, modelos experimentales y cultivo de tejidos. Hace una década se fundó la unidad de biopatología Ciencias-INER. Aprenden mutuamente y de manera multidisciplinaria.
La pandemia de covid fue un momento en que la fibrosis apareció entre los enfermos.
En ese tiempo de la cumbre de la crisis la universidad prácticamente cerró sus instalaciones, sin poder entrar al laboratorio y el INER se dedicó por completo a la atención de pacientes.
La investigación se detuvo, pero ahora aprenden sobre cómo enfrentar las secuelas, “como nosotros estudiamos fibrosis, es decir, el resultado final de muchos padecimientos intersticiales del pulmón, estamos interesados en entender si esto es una causa de fibrosis a largo plazo”.
La científica, que dudosamente personifica su edad octogenaria, habla con gusto por su saber, al que le ha dedicado casi toda la vida.
Su curiosidad por saciar las preguntas no las hizo aislada en un laboratorio, sino al lado de la formación de numerosas generaciones que han pasado por la facultad de Ciencias.
“¿Por qué decidió estudiar biología?”, se le cuestiona y responde: “En nuestra educación en México uno tiene que tomar decisiones demasiado temprano”.
En su caso, entró a la universidad a los 16 años, obligada a elegir, no podía estudiar arquitectura o diseño porque sabía sus limitaciones.
“Me gustaba filosofía o medicina. Tuve buenos maestros de biología en la prepa, eso es lo que a uno finalmente lo va definiendo”.
La vocación por la enseñanza inició al igual que la formación universitaria. “Empecé dando clases desde que estaba en la facultad, daba laboratorio en la Prepa 2.
He dado clases en secundaria, preparatoria, licenciatura y posgrado. Nada más me falta la primaria. Pero he abarcado los distintos niveles y toda mi vida he dado clases, siempre, siempre.
Trabajo en una facultad y, eso ha sido una gran batalla que se ha ganado, antes estaban dedicadas nada más a la docencia, la investigación se hacía en los institutos.
Es fundamental desde los primeros años que los estudiantes ya se involucren en la investigación y los maestros entusiasman hacia eso”, observa.
Un mensaje de WhatsApp de una amiga fue la forma en que se enteró que había sido reconocida con el Premio Nacional de Ciencias.
Ya llevaba varios meses a la espera, pues la convocatoria cerró desde el año pasado.