Tocar es sexo también

¿Una mirada, una caricia, un roce, un abrazo, un juego erótico, un cuerpo que se frota con otro… esto también puede ser “sexo”?

El título de este post es una réplica del título de un capítulo del libro: “El Informe Hite: Estudio de la Sexualidad Femenina”, de Shere Hite, publicado por primera vez en 1976.
En dicho capítulo, varias mujeres (y la propia Hite) reflexionaban sobre qué entendían por aquello que denominamos “sexo”, y hablaban sobre sus deseos y preferencias al respecto, a menudo mencionando que les gustaría que sus parejas “las tocaran más”, y comentando que entendían el contacto físico (no genital), las caricias, como una parte fundamental de la sexualidad.
En mi labor como sexóloga, viendo los problemas sexuales que se presentan en la consulta de sexología, a menudo me interrogo también sobre esto mismo: ¿qué es esto que denominamos “sexo”?
¿Es una actividad en la que algo penetra en algún lado?
¿Es una acción -o interacción- en la que intervienen los genitales?
¿Implica siempre al cuerpo, es decir, son “sexo” las fantasías eróticas?
¿Es “sexo” toda acción penetrativa o genital aunque no haya deseo, atracción, placer o satisfacción?
¿Si hay placer y satisfacción erótica, aunque no intervengan los genitales, también “es sexo”?
¿Una mirada, una caricia, un roce, un abrazo, un juego erótico, un cuerpo que se frota con otro… esto también puede ser “sexo”?
Entonces… ¿Todo es “sexo”?
¿También el beso que le das a tu tía-abuela (que no te atrae especialmente) en una reunión familiar?
O bien… ¿Habría que deconstruir esta idea de “lo que es el sexo” y ampliarla, para incluir (como dirían Finkielkraut y Bruckner) “las aventuras menores, las trayectorias minúsculas”, aquellos contactos (no necesariamente genitales), interacciones o fantasías, que produzcan disfrute sensual y placer erótico?
Tal vez habría que redefinir la idea “del sexo” para incluir “lo pequeño” (“Hay quien prefiere lo grande, y a mí me gusta lo pequeño”, que decía la cantante Bebe en una canción), lo alternativo también, lo genital y lo no genital, lo convencional y lo no normativo, lo perverso y lo múltiple, sin excluir la norma si es el gusto de la persona, todo lo que de placer erótico, satisfacción y felicidad, siempre con consentimiento y respeto al bienestar de todas las personas implicadas.

Incluso, eventualmente, podríamos plantearnos prescindir “del sexo” como concepto, en lugar de intentar ensanchar sus límites. Tal vez erotismo o sensualidad evoquen horizontes más amplios.

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No me gusta “el sexo”.

Si acude una pareja heterosexual a la consulta, y ella dice que “no le gusta el sexo (refiriéndose al coito), pero sí las caricias”, y él dice que “no le gustan las caricias, pero sí el coito”, ¿A quién de ellos “no le gusta el sexo”? (este es un ejemplo de una situación que me encuentro a menudo en consulta).

¿Podríamos decir que esa idea “del sexo” establece una jerarquía en los placeres, unos son mejores y otros son peores, unos gustos son legítimos y otros no cuentan, unos existen y otros no valen, son sexo de segunda o de tercera categoría, o incluso “no sexo”?

Desde ese punto de vista, los goces, deseos y preferencias de algunas personas no están legitimados, y a veces no encuentran siquiera lenguaje para definirse, con lo cual, malamente se podrán defender y negociar en una relación.

El sexo no contado y las aventuras menores.

En ocasiones pregunto a las personas en consulta por su historia con la sexualidad, y sobre los momentos que recuerdan con mayor placer, con mayor goce, con mayor bienestar y satisfacción, los más significativos. Explico que hablo de encuentros eróticos en un sentido amplio, no solo genital, no solo coital. Y la gente comienza a pensar y recordar.

Y resulta que encuentro que las vivencias no siempre coinciden con esta jerarquía de los placeres que nos han enseñado. Muchas personas recuerdan con verdadero goce y satisfacción “cosas pequeñas”. La primera noche que durmieron con alguien. Una vez que se bañaron en el mar con un amante. Tocar un cuerpo desnudo de alguien que gustaba mucho. Caricias prolongadas en las manos, miradas intensas, besos apasionados, juegos sensuales. Muchas veces no se mencionan penetraciones de ningún tipo. Ni genitales siquiera. No hay orgasmos apoteósicos. No hay clímax enloquecedores. Solamente (¿solamente?) un goce difuso y profundo. Un placer que pervive en la mente, que todavía resuena.

Por supuesto, no todas las vivencias son así. Afortunadamente, hay una enorme diversidad en la sexualidad humana y en cómo se expresa, también en los gustos. Hay quien pondría en lo primero de su lista de encuentros gozosos ciertas penetraciones u orgasmos vividos con mucho placer. Estas personas pueden decirse a sí mismas: “me gusta el sexo, esto lo disfruté muchísimo”.

¿Podrían pensar lo mismo las personas que gozan de “las cosas pequeñas”? ¿las que no disfrutan especialmente de las penetraciones? ¿son esas personas “menos sexuales”? ¿o habría que revisar la forma en la que entendemos el sexo?

En la consulta de sexología encuentro que muchas de las personas que gozan “de las cosas pequeñas”, son mujeres. No necesariamente heterosexuales, por cierto, también bastante mujeres lesbianas o bisexuales.

Todavía encuentro algo parecido a lo que menciona Shere Hite, y que ilustran los testimonios de las mujeres de su libro, todavía hoy muchas mujeres me cuentan que quieren que las toquen más, y no precisamente como un preludio de algo genital. Quieren que las toquen porque sí, porque lo disfrutan, porque gozan compartiendo caricias con la persona que les gusta, porque les resulta sensual. Sin que después exista un compromiso de contacto genital (eso, la obligación, mata el deseo). Solo por tocar. Sólo por jugar.

Y no solo quieren que las toquen, también quieren más juegos, más conquista mutua, más seducción.

Dice Helene Citoux que “La mujer no gira alrededor de un sol más astro que los astros. Su despertar no es erección, sino difusión”.

Claro que no todas las mujeres ni todos los hombres (cis o trans) son iguales (en sus gustos y preferencias, y en otras muchas cosas, afortunadamente). Y también conviene recordar que hay personas que no se identifican siquiera en estas categorías binarias, y que también (por supuesto), tienen sexualidad. También hay personas no binarias y hombres “muy tocones”.

Pero dentro del conjunto de las personas con las que trabajo, las que se identifican como mujeres (habitualmente, cis), son las que más me mencionan ese anhelo de ser tocadas por sus parejas. Y las mujeres heterosexuales en parejas de más de un año de duración, son las que más repiten una queja: “siempre que me toca es para lo mismo” (léase, tener un coito después de tocar, es decir, hacer del tocar un medio para un fin coital).

Me pregunto qué refleja esta queja, por qué se repite tanto en las parejas heterosexuales de larga duración, y cómo la plantearían estas mujeres de tener nuevas palabras para definir lo que sienten, o para analizar cómo se han privilegiado ciertas formas de encuentro erótico en nuestra cultura. Dos personas negocian en desventaja cuando lo que le da placer erótico a una de estas personas “no es sexo”, y lo que le gusta a la otra “sí es sexo”. El terreno de juego está viciado.

Me pregunto también si las nuevas palabras o estructuras de análisis producirían nuevas reglas en la negociación de las parejas. ¿Cómo negociarían las parejas si no existieran goces legitimados frente a otros, ninguneados? ¿si las aventuras menores fuesen consideradas también valiosas e importantes? Por ejemplo, si tocar “fuera sexo” también.