(Abend L. New York Times)
El zoólogo Johan Eklöf empezó a plantearse la desaparición de la oscuridad en nuestro luminoso mundo cuando se encontraba contando murciélagos en el sur de Suecia, en 2015. Los terrenos circundantes estaban a oscuras, como habían estado décadas atrás, cuando su asesor académico había contabilizado las poblaciones de murciélagos en las iglesias de la región, las cuales se habían iluminado con focos; un nuevo censo de murciélagos descubrió que en 30 años (el periodo de vida promedio de un murciélago) había desaparecido la mitad de las colonias de la zona.
Los astrónomos empezaron a usar el término “contaminación lumínica” en la década de 1960 y en la actualidad se refiere sobre todo al resplandor persistente que emana de las ciudades al anochecer, que no permite ver las estrellas y tiñe el cielo nocturno de gris anaranjado. En 2016, el 80 por ciento de la población mundial (y el 99 por ciento de la población de Estados Unidos y Europa) vivía bajo cielos contaminados por la luz.
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Un estudio publicado este año en la revista Science reveló que, entre 2011 y 2022, la contaminación lumínica en la Tierra aumentó un 9.6 por ciento anual. Las luces artificiales desorientan a muchas especies.
En la actualidad, una tercera parte de la población mundial no puede ver la Vía Láctea, ni siquiera en las noches más despejadas, pero el impacto de toda esa luz va mucho más allá de impedir la observación de las estrellas.
Todos los organismos vivos se rigen por ritmos circadianos sensibles a la luz que, si se trastornan, pueden desencadenar efectos que van desde una alteración del sentido de la orientación (pobre del escarabajo pelotero que, incapaz de ver las estrellas que le ayudan a trasladarse, no puede llevarse a casa su nutrientes) hasta ejecuciones en masa, como le sucedió al enjambre de saltamontes que, atraídos por el rayo que dispara el casino Luxor, descendieron sobre Las Vegas en 2019 y acabaron como el confeti inerte.
Como puede atestiguar cualquiera que haya observado a las polillas dar vueltas sin cesar alrededor de la luz del porche, los focos artificiales pueden ser fatales para los insectos. “Muchos mueren antes del amanecer, a veces de puro agotamiento”. Incluso los que sobreviven “no han alcanzado sus objetivos nocturnos; no han conseguido su néctar (y transportado el polen de las plantas), no han encontrado pareja y no han puesto huevos”.
Pero esto no solo afecta a los insectos. Las tortugas marinas recién nacidas se dirigen hacia tierra, hacia el resplandor de la ciudad, en vez de hacia el mar iluminado por la luna. Engañados por la iluminación exterior, los árboles urbanos permanecen verdes más tiempo que sus homólogos rurales.
En una isla australiana, la luz era tan perturbadora que los walabíes, cuya gestación se desencadena por lo general con el solsticio de verano, terminaron pariendo tan tarde que se les acabó la comida. Incluso el coral —que en Australia se reproduce normalmente una vez al año, cuando la luna llena de diciembre le induce a liberar una “tormenta de nieve” de células sexuales masculinas y femeninas— se está confundiendo: desorientado por la luz artificial, la liberación de gametos ya no está sincronizada, lo que disminuye la reproducción y contribuye, según se cree, a la decoloración del coral.
La contaminación lumínica ha aumentado el insomnio, la depresión e incluso la obesidad: la leptina, la hormona que controla el apetito, trabaja en conjunto con la melatonina, la hormona sensible a la luz que nos induce al sueño.
Efecto de la edad en la presencia de autoanticuerpos en personas con artritis reumatoide.
(Takanashi S, et al. J Rheumatol. 2023; 50: 330-4)
Los autoanticuerpos que incluyen al factor reumatoide y los anti-CCP suelen ser positivos en 70% a 80% de las personas con artritis reumatoide, anticuerpos que se relacionan con obesidad, polución atmosférica y tabaquismo.
Se incluyeron 1685 individuos con artritis reumatoide, con edad media al diagnóstico de 51.9 años y el 83.4% eran mujeres, con factor reumatoide y anti-CCP en 76.8 % y 74.9 %, respectivamente. 24.9% tenían antecedentes de tabaquismo, el 9.6% tenían antecedentes familiares de artritis reumatoide y el 21.5% tenían sobrepeso. Las personas de mayor edad tuvieron menor positividad de estos auto-anticuerpos, los que se presentaron 62% más en las personas que fumaron.
El envejecimiento está asociado con alteraciones significativas en el sistema inmunitario o inmunosenescencia, con disminución de la producción de auto-anticuerpos. Hay baja prevalencia de auto-anticuerpos en hombres independientemente de la edad, mientras que la edad se asoció significativamente con negatividad de estos anticuerpos en mujeres.