El director deslumbra en el Festival de Rotterdam con la instalación ‘Sunshine State’ que ocupa una de las plantas del Depot Boijmans Van Beuningen al lado de obras de El Bosco, Rembrandt o Van Gogh
La primera reacción es de sorpresa. Impresiona –da igual cuántas veces se haya visto– el descomunal huevo invertido con la piel de espejo en el que se refleja la ciudad Rotterdam entera y, con ella, la multitud de curiosos que alzan la cámara de su móvil en señal de ofrenda. El Depot Boijmans Van Beuningen, que ya lleva un año abierto, no es más que un descomunal almacén de cuadros al lado del museo del mismo nombre; de más de 100.000 óleos y obras de distintos formatos entre los que se encuentran las firmas El Bosco, Rembrandt, Van Gogh o Kandinsky. E impresiona.
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En la quinta planta –paredes blancas, suelo de cemento pulido gris– una gran lámina blanca parte en dos un espacio descomunal y oscuro. En ella, el director Steve McQueen ofrece su último trabajo, ‘Sunshine State’, especialmente pensado para el Festival de Rotterdam y que, por culpa de la pandemia, ha visto retrasado su estreno tres años. Se trata de una película (mejor, instalación) de media hora de duración proyectada por los dos lados de la pantalla. Por cada cara, la imagen aparece partida en dos y el espectador es invitado a recorrerla en círculo mientras la voz del propio McQueen cuenta una historia, su historia, la historia de su padre. La segunda reacción también es de sorpresa. Y estupor.
“Poco antes de morir, mi padre me contó esta historia. No sé por qué tardó tanto en hacerlo. Imagino que fue porque creía que ése era el momento, justo antes de morir”, comentó el director de ’12 años de esclavitud’ en la presentación de la que es su primera obra no estrictamente cinematográfica en términos comerciales desde que en 2019 confeccionara ‘Year 3’ para la Tate Modern. El progenitor del cineasta había viajado desde las Indias Occidentales a Florida (de ahí el título de la obra) para recoger naranjas. En una ocasión en mitad de los años 50, en compañía de dos amigos, el propietario de un bar se negó a atenderles por ser negros. Primero les insultó, luego les humilló y posteriormente les agredió en una sucesión tan perfectamente previsible como cotidianamente cruel. El padre de McQueen sobrevió y sus compañeros fueron asesinados. No hubo juicio ni castigo ni siquiera una mención en el periódico local.
Esta es la historia que el director narra con la voz entrecortada, como si la contara por primera vez, a los que entran en el vientre oscuro de su propuesta, de su cine. ‘Sunshine State’ empieza con unas imágenes del Sol procedentes de la NASA que deslumbran y, otra vez, sorprenden. La claridad cegadora lo puede todo mientras la frase ‘Shine on me sunshine state’ (Brilla en mi Estado del replandor solar) se repite como un subyugante ‘ritornello’. Acto seguido, todo se transforma y el espectador es invitado a recuperar de su memoria cinéfila uno de esos momentos únicos, memorables y, admitámoslo, humillantes. La mítica película ‘El cantor de jazz’ de 1927 con la que el director Alan Crosland trajo el sonido al cine (“Esperen un momento, aún no han escuchado nada”, decía Al Jolson para regocijo de los presentes y de futuras generaciones) es deconstruida, reimaginada y vuelta a montar como, y otra sorpresa más, el auténtico artefacto racista que es.
El llamado ‘blackface’ con el que Al Jolson, como los baltasares de nuestras cabalgatas, se hace pasar por negro adquiere de repente una relevancia nueva, un sentido diferente y profundamente inmoral. Y hasta terrorífico. McQueen hace desaparecer el rostro del protagonista de la cinta de Crosland, lo invisibliza. La película mítica avanza hacia atrás mientras el actor antes que pintarse la cara de betún negro se la borra hasta convertirse en una especie de hombre invisible. Al lado, la película es ofrecida en negativo y lo que es blanco de golpe adquiere la textura del horror mientras lo negro deslumbra como el sol de antes. Y así hasta transformar el espacio gigantesco de un depósito de arte donde descansa y duerme lo mejor y más glorioso de la humanidad en un lugar para el escarnio, la reflexión y el miedo; una denuncia del racismo en el corazón de la cultura Occidental.