Androides roban escena; inteligencia actoral

El dramaturgo Flavio González Mello estrenará una comedia de ciencia ficción en la que plantea que los actores pudieran ser sustituidos por un software o algoritmos

Cuánto tiempo falta para que una computadora, un software o un algoritmo realicen el mismo trabajo de un dramaturgo o de un actor en escena, de manera más rápida, eficaz y austera? Ese es el planteamiento central del montaje escénico Inteligencia actoral, que tendrá su estreno mundial el 9 de febrero en el Centro Cultural Helénico.

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“Esta obra surgió de una inquietud que, cada quien en su ámbito, hemos compartido al pensar en qué momento resultaremos obsoletos y prescindibles”, dice a Excélsior Flavio González Mello, director, autor de la pieza y ganador del Premio Nacional de Dramaturgia Juan Ruiz de Alarcón.

Sin embargo, “esa pregunta encierra una angustia y una fascinación, porque es agobiante volverse obsoleto, pero al mismo tiempo es fascinante cómo el hombre ha creado esa inteligencia artificial, que tiene la capacidad de sustituirlo”, expone el también guionista y director escénico.

A González Mello se le ocurrió escribir esta pieza antes de que un algoritmo le gane la idea. Así que imaginó esta historia, ubicada en 2043, cuando ya se ha normalizado la interacción entre humanos y robots de inteligencia artificial, incluso, idénticos a los humanos en su apariencia.

“Y lo que cuenta es la historia de un actor que, a diez días de estrenarse en el papel de Hamlet, recibe otra oferta para trabajar en una película hollywoodense. Entonces deja su lugar a su reemplazoide, que es un robot idéntico a él, que por dentro sólo tiene chips y circuitos, por lo que el director de Hamlet deberá enfrentar el reto de que este androide entienda a Hamlet en diez días”, describe.

Al mismo tiempo, se le debe enseñar a este reemplazo la función del actor y cómo tratar de ser convincente sobre el escenario, agregando el reto de que ningún espectador ni los integrantes de la producción sepan que es un robot. “Y eso abre una segunda pregunta: ¿qué tan capaces somos de darnos cuenta si alguien, a quien vemos cotidianamente, de pronto es sustituido por un robot idéntico?”, cuestiona.

¿Cómo representa la parte tecnológica en el escenario? “A pesar de que estamos hablando de la tecnología de vanguardia, hacemos el teatro con nuestros propios recursos. En el caso del teatro, afortunadamente, no pasa a través de la tecnología, ya que es uno de esos poquísimos oficios que aún se hace de manera artesanal, con los mismos recursos que se empleaban hace dos mil años por los dramaturgos griegos y latinos”.

“Así que utilizamos recursos simples, pero poderosos, como la máscara, los vestuarios y un títere de tamaño natural. Sin embargo, el recurso más importante es el actor y su capacidad de convencernos, con su cuerpo y su sensibilidad de que estamos ante un actor y su reemplazoide”, explica.

Para este proyecto, el director teatral partió de La paradoja del comediante, de Denis Diderot, texto que hace tres siglos planteó elementos similares que en Inteligencia actoral, como el hecho de que si un actor no siente nada, pero es capaz de reproducir la apariencia externa del sentimiento, es mejor o no que el que sí siente.

“Esa pregunta que se hacía Diderot nosotros la respondemos no sólo en el presente, sino que la proyectamos al futuro para preguntarnos, desde el siglo XXI, qué vigencia tiene y creo que es muy interesante a la luz de la inteligencia artificial, la cual reproduce lo más fielmente posible las conductas humanas e incluyendo el autoaprendizaje, que es lo que la hace diferente de cualquier otro programa de computadora”, expone.

¿En el futuro los robots se adueñarán de la escena? “En el corto plazo las notas (de una obra) ya no las generará una persona, sino un algoritmo, pero conservo la esperanza de que trabajos de más calado serán realizados por humanos.

“El punto de inflexión está en la palabra autoaprendizaje de la inteligencia artificial. Y aunque, de manera romántica nos hemos contado la historia de que hay cosas que los robots no podrán hacer –como la poesía, la fotografía cinematográfica o el amar– conforme vemos los pasos agigantados de esta tecnología… diría que ya es parte del universo de lo probable”, concluye.