Y las políticas públicas de la cuarta transformación.
Ahora, ya la Guardia Nacional, corporación de carácter militar, escudriña cuidadosamente a los millones de capitalinos que van a sus trabajos y a sus escuelas, a los que se dirigen a visitar a sus familiares, a los que conviven con su novia y a las que conviven con su novio o ya tienen niños que llevan a pasear. Puras actividades ordinarias, cotidianas y pacíficas. Como en todas las ciudades del mundo; claro, me refiero a viajar, no a la estrecha vigilancia de militares, eso pasa sólo aquí en la Ciudad de México.
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Hay más de seis mil militares dependientes de la Secretaría de la Defensa Nacional, entrenados, como el nombre lo indica, por necesidad elemental en la defensa del país, como todos los soldados del mundo, para neutralizar y no para contener, dicho más ruda pero más precisamente, para matar, no para dialogar y mantener en orden a los hombres, mujeres, jóvenes y niños que se suben al metro.
¿Y eso por qué? ¿Vivimos acaso en una sociedad azotada por los actos terroristas diarios perpetrados contra ciudadanos inermes como ha sucedido desgraciadamente en otros lugares del mundo? En nuestro país hay decenas de miles de homicidios, la suma ya supera los homicidios que se contabilizaron en sexenios pasados en períodos similares; un horror, nadie lo duda, pero, todavía, todavía, repito, no lloramos muertes por actos terroristas y, si no me equivoco, ninguna, en los últimos años, afortunadamente.
Pero sí, hay ya más elementos de la Guardia Nacional en el Sistema de Transporte Colectivo Metro que en 29 estados de la República, incluidos algunos que tienen más homicidios que la Ciudad de México porque Claudia Sheinbaum, la Jefa de Gobierno, tratando de eludir la responsabilidad en varios accidentes mortales que han ocurrido en el Metro, entrevistada la noche del pasado jueves 12, por el periodista Enrique Acevedo en el noticiario principal de Televisa, definió como “hechos inusuales” a los ocurridos en el Metro.
La SEP de la 4T dice que para que se cancele un título profesional se requiere obligadamente de una denuncia y un juicio conforme a derecho, y puede que tenga razón, pero para que se movilicen miles de elementos de la Guardia Nacional y se pongan en guardia todo el día y parte de la noche durante un período indefinido, basta que la Jefa de Gobierno declare a los medios de comunicación que ella considera que hay “hechos inusuales”. Otra vez: cosas del poder.
¿Qué dicen las autoridades que reciben denuncias al respecto? “Un informe emitido por la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México y obtenido vía transparencia por Expansión Política revela que desde el año 2015 hasta agosto de 2022, este organismo no tiene registro de carpetas de investigación iniciadas por el delito de sabotaje en el Sistema de Transporte Colectivo Metro”. Bueno, diría cualquier lector atento, pero ella dijo “hechos inusuales” y no sabotajes y estaría en lo correcto.
Para algo indefinido como eso (en este país no existen los presos por “hechos inusuales”, al menos por ahora), hay alguna información de la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México que puede servir. Veamos: casos desde el año 2015, hasta el 1 de agosto de 2022: robo de cable, 2; daño a la propiedad, 7; ataques a las vías de comunicación, 4; y, claro, sabotaje: cero.
La ostentosa presencia de la Guardia Nacional, pues, no es más que un costosísimo acto propagandístico de una funcionaria que está en abierta campaña para ganar la presidencia de la República, acto propagandístico que pretende echar más tierra a los ojos de los mexicanos sobre las graves consecuencias de toda una política de gobierno y presentar a la funcionaria como desvelada y mortificada por el bienestar ciudadano.
En cuanto a que si el Metro de la Ciudad de México recibe o no recibe el dinero necesario para mantener su funcionamiento adecuado y seguro, citemos las declaraciones siguientes, también de fuente oficial, no de ningún enemigo corrupto y conservador de la 4T: “Durante el 2020, el Metro de la Ciudad de México se puso como meta llevar a cabo 552 mil 059 servicios de mantenimiento a los equipos e instalaciones que constituyen la infraestructura operativa del sistema, sin embargo, apenas se realizaron 262 mil 989 servicios, el 47.6% respecto a la meta física original, reportó la Auditoría Superior de la Ciudad de México (ASCM)”. (Animal político del 11 de enero de 2023). Contundente ¿no?
Pero también están las declaraciones del líder de los trabajadores del Metro, el ingeniero Fernando Espino Arévalo: “Categóricamente, sí hay falta de mantenimiento en todas las áreas, en todos los talleres y en todas las instalaciones, no hay mantenimiento porque no tenemos refacciones, ni equipo, ni herramientas, mis compañeros tienen que comprar sus propias herramientas, se cooperan para comprar lo más indispensable y reparar una falla. Nosotros no conocemos lo que entra como presupuesto. Lo real es que no tenemos herramientas, no tenemos refacciones, estamos circulando con 166 trenes sin mantenimiento mayor, circulando con las instalaciones sin el mantenimiento adecuado y también 125 trenes arrumbados en los diferentes talleres”. (El Universal. 18 de enero de 2023). Contundente también.
La falta de presupuesto y, consecuentemente, las accidentes mortales en el Metro de la Ciudad de México, no son una casualidad, ni siquiera son un error, son la consecuencia obligada y necesaria de las políticas de gobierno, de las acciones fundamentales y prioritarias que muy conscientemente ha decidido llevar a cabo el ya fracasado régimen de la Cuarta Transformación.
El presupuesto de egresos de la federación, se ha dedicado en una muy alta proporción, no a las obras de infraestructura de impacto para la vida diaria de la población, no a los hospitales y al personal médico, no a la educación, no al combate efectivo contra los homicidios y la seguridad pública, sino a construir un nuevo aeropuerto que no tiene demanda, una refinería que ya se sabe que va costar el doble de lo presupuestado originalmente y que se ve muy difícil que produzca algún barril antes del fin de la administración, un tren turístico que tampoco creo que haya muchos que puedan pagarse un paseo y disfrutarlo, todo ello, sintetizado en grandes ganancias para grandes constructores y, finalmente, la entrega rumbosa de ayudas a ciertos sectores de la población con el propósito de contener la inconformidad popular, mantener bajos los salarios y extorsionar electores a la hora de las votaciones.
Pero lo que es peor y más trascendente, es el sustento sobre el que se quiso levantar todas esta política de gobierno, la orgullosa renuencia a llevar a cabo una reforma fiscal progresiva que aumentara sensiblemente los ingresos públicos y permitiera llevar a cabo inversiones trascendentes en infraestructura social, salud y educación que sí cambiara, o empezara a cambiar verdaderamente, el destino de los mexicanos más pobres, en lugar de eso, mal disfrazada con traje popular, la Cuarta Transformación ha sido el celoso Cerbero de la fabulosas ganancias empresariales.
Dicen que en política no hay casualidades. Sí las hay. Porque la necesidad y la casualidad son dos aspectos contradictorios pero íntima e indisolublemente ligados de un mismo fenómeno. Es más correcto decir que la casualidad es la expresión de la necesidad, o sea, que un fenómeno cualquiera, progresa, se desarrolla, avanza y, en un momento determinado, cambia de cualidad y, ese cambio de cualidad, ese salto, esa nueva forma de aparecer y expresarse, tiene la forma de una casualidad.
En política también. Ciertos fenómenos aparecen como casualidades, aislados, pero sólo porque no se conoce o no se tiene en cuenta el desarrollo general del fenómeno, pero no porque el proceso no exista. En consecuencia, no fue casualidad que precisamente cuando la señora Jefa de Gobierno se aprestaba a aleccionar a los michoacanos sobre sus “Políticas exitosas de gobierno” en la ciudad de Morelia, a más de 200 kilómetros de distancia, en la Ciudad de México, en el túnel que llega a la estación La Raza, un convoy del Metro se impactara contra otro en la más completa oscuridad, dejando un muerto y más de cien heridos. Consecuencia obligada y necesaria de las políticas de gobierno y precisamente de las que se insiste en divulgar como exitosas.