El coreógrafo, originario de Tlalpujahua, Michoacán, formó parte del Ballet Independiente y del Teatro del Espacio; murió el martes pasado a los 79 años.
Entre aplausos y gritos de “¡Bravo!” fue despedido el bailarín y coreógrafo Bernardo Benítez (1943-2022) en el homenaje póstumo que se le rindió ayer en el Palacio de Bellas Artes, escenario en el que debutó como intérprete en 1970 y, como creador, en 1977.
El también docente michoacano, oriundo de Tlalpujahua, quien formó parte de legendarias agrupaciones, como los ballets Independiente y Teatro del Espacio, falleció el martes pasado a los 79 años.
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La ceremonia, efectuada en el vestíbulo principal del máximo recinto cultural del país, fue encabezada por la directora general del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal), Lucina Jiménez, además de familiares, amigos, colegas y alumnos del maestro.
Sobresalió entre ellos la coreógrafa Gladiola Orozco –a sus 88 años, leyenda viva de la danza en México–, quien en su intervención aludió a su maestra, amiga y también legendaria bailarina y coreógrafa Guillermina Bravo (1920-2013), que “solía decir que sólo muerto se falta a una función”.
Recordó los orígenes tardíos de Bernardo Benítez en la danza al lado de Luis Zermeño y Mario Rodríguez: “Estaban algo mayorcitos, pretendían ser actores y por eso empezaron a tomar clases de danza, pero quedaron, como se dice, atrapados sin salida en el Ballet Independiente de México”.
Afirmó que la edad no fue impedimento para que Benítez, gracias a sus cualidades y empeño, lograra “vencer al tiempo” y pareciera que había empezado desde niño en ese oficio, en el cual ganó presencia y calidad, agregó, pero por un problema en el hombro prefirió dejar de bailar y dedicarse de lleno a la enseñanza y a la creación coreográfica.
“Sus obras fueron importantes e impactantes, como Kinéticas y Sueños de seducción y locura”, sostuvo la creadora, quien tras hacer un repaso por la importante trayectoria del bailarín y coreógrafo en la docencia, concluyó sus palabras reafirmándole su amor y definiéndolo como su hijo.
Lucina Jiménez también señaló que el maestro Benítez, “de manera disciplinada y contundente”, desafió esa teoría de que quien no inicia de manera temprana en la danza no tiene futuro.
Logró encontrar, prosiguió, “los trayectos que le hicieron posible renovar el lenguaje coreográfico y también construir sus propios espacios dancísticos, sembrar semilla en diferentes escuelas, tener colegas con quienes contribuyó a formar, asimismo, otras propias compañías y, además, tener la generosidad de encontrar en las escuelas públicas y privadas esos espacios de enseñanza donde compartió lo que él sabía y haciendo, sobre todo, que cada uno de sus estudiantes pudiera hacer nacer lo que vive en ellos”.
La funcionaria asumió el compromiso institucional de emprender un trabajo de investigación y documentación de la trayectoria y el legado de Bernardo Benítez, quien a su decir deja una huella y una memoria profundas en la danza mexicana.
En nombre de la familia, Rodolfo Benítez Reyes, uno de los 10 hermanos del artista, agradeció las muestras de afecto y el reconocimiento brindados al bailarín y coreógrafo, tanto en vida como en este momento, y explicó que no fue posible hacer el homenaje de cuerpo presente debido a que, “por tradición familiar”, fue inhumado en el Panteón Jardines del Recuerdo, en el norte de la ciudad, al lado de sus padres y sus otros hermanos fallecidos.
Antes de que Bernardo Benítez fuera despedido de manera simbólica con guardias de honor y en medio de una larga y conmovedora ovación, hicieron también uso de la palabra su hijo Joan Alexander; el bailarín y pianista Duane Cochran, el investigador Miguel Esquivel y Ofelia Chávez, directora del Cenidi Danza.