Las POSADAS, herramienta pedagógica del CATOLICISMO

Surgieron en 1587 en Acolman, Estado de México

Los historiadores y cronistas dan cuenta del origen de las posadas en nuestro país, señalando que estas surgieron en el año de 1587, en el convento franciscano de San Agustín, en el municipio de Acolman, Estado de México, cuya construcción data del año de 1524.

   Resultó de una iniciativa del fraile Diego de Soria, quien ese año de 1587 solicitó y obtuvo del Papa Sixto V, el permiso para celebrar “misas de aguinaldos” entre los días 16 y 24 de diciembre, para conmemorar la historia del nacimiento de Jesús, con una serie de psicodramas interactivos que se verificarían en el atrio de la iglesia conventual, con el objeto de evangelizar a los indígenas remisos.

   La celebración, desde entonces, se ha venido realizando, con algunas evoluciones en las que se incorporan la piñata y los fuegos de artificio, precisamente entre los días 16 y 24 de diciembre de cada año, hasta trasladarse de los atrios de los templos a los hogares de los creyentes.

   Los franciscanos, en el proceso de aculturación y evangelización adoptaron tradiciones precolombinas y precortesianas, con el objeto de hacer más atractiva la celebración a las comunidades étnicas y facilitarles así el tránsito del panteísmo o de las diversas creencias a la religión cristiana; en ese proceso, las deidades étnicas masculinas y femeninas se fueron incorporando en calidad de “Santos”, de auxiliares, al credo católico en la Nueva España.

   A su llegada, ya con Hernán Cortés, los españoles dieron cuenta de los credos de los aborígenes mexicas (autodenominados como aztecas, provenientes de Aztlán), quienes veneraban en el solsticio de  invierno a Quetzacoatl (la Serpiente Emplumada), símbolo del viejo sol. Este “bajaba” a convivir con ellos y, para celebrar este acontecimiento, los naturales mexicanos tomaban un rehén y adornaban su cuerpo con plumas lavándolo y purificándolo durante cuarenta días, lapso tras el cual se destinaría al sacrificio.

   La víctima propiciatoria era objeto de tratos corteses: recibía ofrendas, comida y una multiplicidad de beneficios que le alegraban el corazón lo suficiente para que él saliera con la gente a bailar y cantar, a sabiendas que al caer la noche sería enjaulado.

   Nueve días previos a la festividad étnica, dos de los más venerables integrantes del Consejo de Ancianos, tomaban cercanía con el  rehén para informarle pronto acabarían los privilegios, los bailes y los cantos, preparándolo así para el sacrificio: para la muerte que, naturalmente, no desconocía y aceptaba.

   Los sacerdotes oraban entonces y lo honraban con  música y lo purificaban con incienso; el cuadragésimo día, lo llevaban a la piedra de los sacrificios para arrancarle el corazón del pecho con afiladas hojas de obsidiana, a fin de ofrecerlo a la luna, para invocar el nacimiento del nuevo sol.

   También se rendía culto a otra deidad cupular del panteón étnico: Huitzilopochtli, con una festividad de 20 días, entre el 6 y el 26 de diciembre.

   Los pobladores primigenios se congregaban en los templos para esperar el solsticio de invierno; el 24 y 25 de diciembre, había una fiesta, llamada mitote, en todas las casas, donde se ofrecía comida y se entregaban a los invitados unas estatuillas llamadas tzoatl.

   Todas estas costumbres (a excepción del sacrificio humano) fueron adaptadas por los misioneros españoles hacia finales del Siglo XVI y principios del XVII; el sacrificio humano pronto fue sustituido con un artilugio importado por Marco Polo desde China: La piñata.

   Esta, sin embargo, tenía una función distinta a la que se le diera en China; con el viajero Marco Polo, la piñata no llegó a España primero, sino a Italia, donde recibió el nombre de pignatta; el China esta consistía en la figura de papel de un animal con frecuencia mitológico, y se utilizaba para celebrar al año nuevo; en Italia adquirió la figura de una estrella de siete puntas que representaban los siete pecados capitales. Así llegó a España y, de España, por la vía de los evangelizadores, al Nuevo Continente y a la Nueva España.

   En México se conoció la piñata en el Siglo XVI, y  a diferencia de la italiana, ésta se hizo con una olla de barro rellena con semillas y frutos, pero manteniendo su forma de estrella de siete puntas. Se invitaba –como se hace aún hoy día—a los participantes a la celebración a tratar de romperla con un palo o garrote, llevando previamente los ojos vendados y sujetándose a una serie de vueltas para desorientarlo: el palo o garrote representó la fuerza de voluntad;  la venda en los ojos, la fe ciega, la confianza en la ayuda para acabar con el pecado y en el perdón de Dios para redimir a los pecadores.

   Un fuerte golpe –de suerte-, hacía añicos el recipiente desde donde saltaban las semillas, los frutos, los dulces que representaban los dones y las recompensas que merecían aquellos que mantenían la fe con firmeza.

   Fue tal la popularización de la piñata que pronto esta dejó de asociarse estricta y exclusivamente con la cuaresma católica para introducirse prácticamente en  todos los ámbitos de celebración social: en los cumpleaños de los niños y, ocasionalmente, en los de los adultos.

   En el marco de la tradición católica, desde el Siglo XVI, los monjes convocaban a los pobladores para que se concentraran en los atrios de los templos y conventos, con la finalidad de rezar, durante nueve (9) días un rosario, llamado precisamente novenario, símbolo de los 9 meses de la gestación humana, con el que se honraba a la madre del Hijo de Dios sobre la Tierra: Jesús.

Jesús, siendo hijo de Dios, del único Dios, estaba destinado a nacer en un humilde pesebre, con lo que se asociaba a este con la inmensa mayoría de los pobladores, sumidos en la pobreza, la desigualdad y la marginación, condenados al sufrimiento, al hambre, a la esclavitud.

   El simbolismo de las posadas recogió, tal vez impensadamente, la división social: el estatus de ritos y de pobres. Se formaban (y se forman aún) dos grupos.

Uno en el interior de las casas y otro, acompañando a José y a María, afuera, tocando puertas, pidiendo posada y atención para la mujer que estaba a punto de dar a luz; los cánticos de petición de auxilio y los que respondían rechazando el apoyo solicitado, son ilustrativos; los peregrinos sólo pudieron ser atendidos por los más humildes que, al no contar con un lugar, les ofrecieron albergue en el pesebre, para concretizar así la profecía del natalicio del hijo del ser más poderoso del universo: Dios, situación que llenaba de esperanza y de fe a los desesperados, a los pobres, a los rechazados y marginados: a los humildes.

   En México, tras los  nueve días de búsqueda de albergue para la Santa Familia, se ofrece a los peregrinos, que rezan y cantan alabanzas y villancicos, alimentos y dulces de la región y temporada, con frecuencia tamales y bebidas como atoles y ponches, chocolate o café; frutas como mandarinas, naranjas, guayabas, caña de azúcar y bolsitas de dulces para celebrar el nacimiento de Jesús.

   Se forman ante la figura de Jesús, los niños primero, para darle un beso de respetuosa bienvenida; y tras esto se reparten los dulces y se llama a romper la piñata, a acabar simbólicamente con el mal, con el pecado para purificar al mundo y a sus habitantes.