(Cantú E. New York Times; Chawla N et al. BMJ 2022; 376:e066084. doi: 10.1136/bmj-2021-066084)
La sensación de hormigueo súbito en las manos, opresión en el pecho o taquicardia, son algunas manifestaciones de ataque de pánico.
Se estima que hasta uno de cada tres adultos sufrirá de algún ataque de pánico en una o más ocasiones en su vida. Las razones son muy diversas por ejemplo, la muerte de un ser querido, las penurias económicas, tener que hablar en público, por citar algunas.
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Muchos investigadores creen que los ataques de pánico pueden producirse cuando el cerebro no es capaz de enviar correctamente los mensajes entre la corteza pre-frontal, asociados a la lógica y el razonamiento, y el cuerpo amigdalino, que controla la regulación emocional.
Durante un ataque de pánico, el cuerpo amigdalino está hiperactivo, mientras que la corteza prefrontal reacciona menos. Solemos pensar que estos episodios son solo un asunto mental. Sin embargo, sus síntomas son también de carácter físico.
Reconocerlos de forma oportuna y adecuada, puede ser tremendamente útil en un momento de gran angustia. De 87 estudios, se incluyeron 12,800 participantes y casi todos (86/87) con sesgos de importancia.
Los antidepresivos tricíclicos, benzodiacepinas, inhibidores de monoaminoxidasa y de recaptura de serotonina, resultan más eficaces que placebo, con remisiones de 30 a 47% más.
Papel de los antidepresivos (Smith DG. New York Times)
Durante la pandemia de COVID-19, la tasa de casos de depresión y ansiedad se disparó; antes de esta pandemia, 1 de cada 8 adultos estadounidenses tomaba algún antidepresivo; este número se elevó 18.6 % durante 2020.
Ensayos clínicos y meta-análisis, en su mayoría, indican que la eficacia de estos medicamentos es innegable pero es menos de lo que nos gustaría, aunque sí ayudan generalmente a las personas que los toman.
Estos fármacos evitan que las neuronas absorban la serotonina neurotransmisora, lo que permite niveles mayores cerebrales.
En el estudio Sequenced Treatment Alternatives to Relieve Depression (alternativas secuenciadas de tratamiento para aliviar la depresión), o STAR*D, por su sigla en inglés, realizado por el Instituto Nacional de Salud Mental, se incluyeron 3000 personas con depresión que probaron varios antidepresivos, más del 60 % de esos pacientes tuvieron respuesta muy buena, aunque gran parte se atribuyó a efecto placebo.
Es prácticamente imposible predecir quién verá alguna mejoría con antidepresivos y quién no. Las pruebas que han intentado usar el cribado genético para determinar cuál sería la respuesta de una persona a un tratamiento no han sido concluyentes.
La depresión es mucho más complicada que sólo atribuírsele a los niveles bajos de serotonina, las personas tardan varias semanas en empezar a sentirse mejor.
También comenzaron a aparecer estudios que demostraban la influencia de otro sistema del cerebro: las personas que sufren depresión siempre tienen un volumen menor en cierta área llamada hipocampo que es importante para regular el estado de ánimo.
El estrés crónico disminuye conexiones (sinapsis) entre células del hipocampo y otras partes del cerebro, lo que podría provocar la depresión; los antidepresivos funcionan, porque ayudan al cerebro a formar nuevas conexiones entre las neuronas y potencialmente modifican otras substancias cerebrales.
Dificultades para analizar el empleo de cubrebocas por los trabajadores de la SALUD vs la COVID
(Chou R. Ann Intern Med 2022; doi:10.7326/M22-3219)
El cubrebocas óptimo no está definido, los N95 filtran 95% de partículas mayores o iguales a 0.3 micrones.
La evidencia para comparar cubrebocas en los trabajadores de la Salud ha sido por demás sub-óptima y parte de los datos han emanado de estudios de poca fortaleza realizados en influenza; los llevados a cabo en la COVID, tienen limitaciones metodológicas y sesgos de grado variable, por lo que la aplicabilidad relacionada a disminuir la transmisibilidad es incierta y con datos inconsistentes.
Estudio de Loeb y col., comparó los cubrebocas quirúrgicos con los N95 en trabajadores de la Salud y prácticamente no encontraron diferencias, con resultados de no inferioridad aún con reacción en cadena de polimerasa, con proporción levemente mayor de eventos adversos (cefalea y malestar).
Los estudios han sido incapaces de evaluar el efecto real de los cubrebocas en la variante Ómicron u otras variantes.
Brüssow y Zuber informaron (Microbial biotechnology 2022; 15: 721-37) que los cubrebocas pudieran tener potencialmente mayores ventajas conjuntamente o sinérgicamente con la vacunación.
Recientemente en Lancet Public Health (2022; 7:e356-e365. doi: 10.1016/S2468-2667(22)00040-8) Bartsch y col., mencionan la posible necesidad del empleo de cubrebocas hasta que no se tenga el mejor nivel de vacunación.