Esta monumental obra de Federico Silva cubre los muros que rodean las escaleras del vestíbulo del auditorio “Javier Barros Sierra”, en la Facultad de Ingeniería de la UNAM.
En 1980, el pintor y escultor mexicano Federico Silva realizó, a pedido de Javier Jiménez Espriú, entonces director de la Facultad de Ingeniería de la UNAM, su mural Historia de un espacio matemático en los muros que rodean las escaleras del vestíbulo del auditorio “Javier Barros Sierra”, en dicha entidad puma.
El artista plástico nacido en la Ciudad de México el 16 de septiembre de 1923 y fallecido hace apenas dos días en Tlaxcala, a los 99 años, pintó este mural geométrico-abstracto a manera de tríptico.
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En él utilizó una herramienta novedosa: el rayo láser, el cual proyectó a través de unos prismas con la intención de lograr una composición integral en los tres muros, siempre tomando en cuenta al espectador en movimiento y su recorrido.
Silva hizo una lectura y una interpretación de lo que matemáticamente es el espacio una sucesión continua de puntos para intervenirlo como lo hace no un matemático sino un artista a partir de su carácter emocional, sensorial y sensual.
“Se trata de un diálogo con las matemáticas, pero también de un diálogo de las matemáticas con otras ciencias, en este caso la física y la óptica.
De esta manera vemos que su punto geométrico de composición está fundado en el valor histórico de la tecnología, representado por el rayo láser que, en combinación con unos prismas, interviene el espacio y da lugar a una sucesión continua de rectilíneas”, dice Miguel Ángel Esquivel Bustamante, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de UNAM especializado en estética e historia del arte latinoamericano (época contemporánea).
De acuerdo con el profesor universitario, el carácter abstracto del mural se abre a lo que emocionalmente es el espacio matemático y entra en contacto con las sensaciones, los sentimientos y el propio ímpetu emocional del espectador.
“Esto es lo singular del trabajo de Silva con respecto a otros murales de Ciudad Universitaria.
Él consolidó teóricamente el punto geométrico de partida como concepto, lo que le permitió estética, histórica, política, e ideológicamente distanciarse de todos sus colegas, en especial de David Alfaro Siqueiros, de quien aprendió el concepto de dinamismo y apertura de un espacio hacia signos que emocionalmente exigen la monumentalidad.
A mí me gusta destacar este aspecto para romper con el criterio unívoco de que el muralismo en Ciudad Universitaria responde a un solo sentido.”
En opinión de Esquivel Bustamante, la sucesión continua de puntos, concretada y enunciada por la constante presencia de rectilíneas, abre sensorialmente al espectador a la amplitud de un espacio que va más allá de la existencia física de cada uno de los tres muros donde el mural está plasmado.
“Se puede decir que hay un impulso, un inicio de movimiento que se prolonga más allá del carácter físico de los muros y que este impulso prolongado es poético, emocional”, añade.