A nivel social, otorgamos una excesiva importancia al coito dentro de las relaciones sexuales, y esto puede limitar nuestro placer y generar dificultades. Te contamos más acerca del coitocentrismo y sus consecuencias.
Si te dicen que dos personas han tenido relaciones sexuales, probablemente pienses de forma automática en que han practicado el coito.
Y posiblemente sientas algo similar respecto a tus propios encuentros sexuales: si no ha habido penetración, la experiencia está incompleta o resulta insatisfactoria.
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Todo lo anterior viene derivado del coitocentrismo, una concepción social que limita y ritualiza la sexualidad, acarreando en ocasiones consecuencias negativas.
El coitocentrismo es un término que designa la idea de que el coito (es decir, la penetración del pene en la vagina) es el centro y el culmen de la sexualidad y el disfrute.
Así, se le considera como una práctica clave e imprescindible (en ocasiones la única necesaria) en un encuentro sexual.
No importa si los involucrados lo desean o lo disfrutan; tampoco es relevante el amplio abanico de prácticas alternativas que existen: el coito siempre debe producirse.
De hecho, otras actividades como las caricias, la masturbación mutua o el sexo oral son consideradas como meros preliminares; estaciones por las que uno puede pasar (o no) antes de llegar a lo verdaderamente importante. Ahora bien,
De dónde viene el coitocentrismo?
Por lo arraigada que se encuentra esta creencia, puede parecer que el coitocentrismo es algo natural e inevitable, o que forma parte de la preferencia humana.
Sin embargo, se trata de una construcción social derivada del heteropatriarcado (las relaciones han de ser heterosexuales y centradas en el placer masculino) y de ciertas concepciones religiosas que vinculan y limitan el sexo a la función reproductiva.
De este modo, una relación sexual plena solo tiene lugar cuando existe unión entre los genitales, y esta es la única vía para alcanzar el orgasmo.
Todo lo demás es irrelevante, prescindible e, incluso, infantil y desviado. Se genera, de este modo, una jerarquía que sitúa al coito en el punto más alto y relega al resto de prácticas a un plano secundario.
El coitocentrismo y sus consecuencias
Desafortunadamente, esta idea del sexo genera grandes limitaciones y puede causar consecuencias negativas a distintos niveles.
Por un lado, restringe el placer y el disfrute, especialmente para las mujeres, quienes tienen más dificultades para alcanzar el orgasmo únicamente mediante la penetración.
De hecho, se estima que, en comparación con el 95 % de los hombres, solo el 65 % de las mujeres lo logra.
Esto no solo se debe a que muchas de las mujeres necesitan una estimulación del clítoris para llegar al clímax; sino también a que sus ritmos son diferentes a los del hombre.
Ellas suelen necesitar más tiempo y más dedicación para aumentar la excitación; por ello, forzar una penetración antes de tiempo puede resultar insatisfactorio, molesto e, incluso, doloroso.
Por otro lado, el coitocentrismo lleva a que los genitales se conviertan en protagonistas absolutos de los encuentros sexuales, y esto puede generar una presión que derive en disfunciones sexuales en hombres y mujeres.
El miedo a no estar a la altura o a no poder cumplir con el rol asignado puede derivar en disfunción eréctil, dispareunia, eyaculación precoz, vaginismo o dificultades para alcanzar el orgasmo.
Si el sexo y el placer se limitan al coito, aquellos que sufren cualquiera de los anteriores trastornos pueden sentirse sumamente impotentes e incapaces de disfrutar o hacer disfrutar a su pareja, cuando esto no tendría por qué ser así. En realidad, el sexo es mucho más que penetración.