Buena nueva

La tres lecturas de este XXIX Domingo de Tiempo Ordinario, nos recuerdan la importancia de la oración, la cual nos mantiene conectados con la fuente de luz y esperanza, que nos inspira e impulsa para vivir mejor y hacer el bien, aún en momentos de dificultad: 

Evangelio según san Lucas 18, 1-8

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En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola:

“En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario’.

Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando'”.

Dicho esto, Jesús comentó: “Si así pensaba el juez injusto, ¿creen acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?”.

Reflexión:

¿Cómo es mi oración, para qué la hago?

Jesús nos recuerda “necesidad de orar siempre y sin desfallecer”, como él mismo lo hacía; con la oración tenemos la experiencia personal del encuentro y diálogo cercano con Dios, como dice San Ignacio de Loyola, “hablando como un amigo habla con otro” … con sencillez y confianza.

Podemos preguntarnos, ¿qué es la oración? … nos puede ayudar a comprender, la respuesta de José María Olaizola, SJ, que escribió:

“Y, ¿qué es orar? Es buscar, en el ruido, silencio. En el silencio, palabra. Y en la palabra, un destino”

Las varias formas de oración, como fruto, me revelan como es Dios, sus deseos para mí y me da la tranquilidad, serenidad y paz, necesarias para mirar y actuar, como me enseña, con paciencia y sabiduría.

La oración aumenta mi fe, que es confianza en que Él está conmigo, me enseña y me guía, como al propio Moisés en la batalla del desierto (Éxodo 17, 8-13), o como anima san Pablo a Timoteo (Tim 3, 14.4,2).

A orar, se aprende orando, es un arte, que mientras más practico, mayor gusto me da hacerlo y más frutos obtengo. La oración me lleva a compartir lo recibido, con los demás; los frutos no son exclusivos para mi, son para servir, sanar, salvar a quien esté en necesidad, a los débiles, los desvalidos, las víctimas de la injusticia. La oración me transforma y refleja la imagen, justicia y misericordia de Dios en mi.

¿Cómo y con qué frecuencia hago oración?… ¿Qué busco en la oración?… ¿Cómo mi fe, muestra el rostro de Dios, en mis intensiones y acciones?

#BuenDomingo.

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Alfredo Aguilar Pelayo

alfredo@ccrrsj.org

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