Estos descubrimientos hechos por Juan Yadeun Angulo también podrían dar pie a nuevas investigaciones sobre rituales funerarios en Mesoamérica
El investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Juan Yadeun Angulo, encontró en 2020 una tumba prehispánica en el Templo del Sol, la estructura piramidal más importante de la zona arqueológica en el Valle de Ocosingo, Chiapas.
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El hallazgo mostró a la luz la probabilidad de que los cadáveres de, al menos, un par de gobernantes, así como el de una señora de Toniná, el antiguo reino maya de Po’p que rivalizó con Palenque en el periodo Clásico maya (500-687 d.C.), hayan sido supeditados a una parafernalia religiosa para reducirlos a cenizas y que, al mismo tiempo, sus restos hayan servido para elaborar bolas de hule usadas en la cancha del Juego de Pelota, espacio simbólico del camino eclíptico del cielo, por donde transitan y se enfrentan los astros, espacio de guerra y muerte de espectáculo y poder.
Yadeún Angulo, quien es el responsable de la investigación y también de la conservación del sitio desde hace 42 años, explica que el registro de ese espacio derivó de las recientes exploraciones en el costado norte de dicho templo, llevadas a cabo por la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, por medio del INAH, durante las cuales se ubicó una tapa de piedra –de 90 por 60 centímetros– con la representación de un cautivo atado, misma que fue trasladada al museo de sitio y reemplazada in situ por una réplica.
Como un laberinto, la boca de piedra llevó a una serie de pequeñas bóvedas y cuartos conectados por escaleras de una decena de peldaños, que termina en una antecámara y una cripta ubicadas a ocho metros de profundidad en el interior de la pirámide, espacios que fueron concebidos entre los siglos VII y VIII, antes de la explosión constructiva que daría forma al templo.
De la misma manera, el investigador señala que la antecámara (1.34 por 1.64 metros y 1.34 metros de altura) y la cripta (1.34 por 1.34 metros y 1.10 metros de altura) son habitáculos reducidos, donde se hallaron las vasijas con cenizas humanas y el tacto oleoso que permanece en sus muros al paso de trece centurias.
El estudio microscópico de la materia orgánica contenida en estas piezas refiere que personas especializadas, posiblemente sacerdotes, emprendían el incendio de los cuerpos inmóviles de personajes de alto rango, y que el azufre de las cenizas, el tercer mineral más abundante en función del porcentaje del peso corporal total era utilizado para la vulcanización de hule, con el que se confeccionaban las bolas usadas en el rito del Juego de Pelota.
En contraste con otras culturas antiguas, entre ellas la egipcia, la cual resguardaba el cuerpo de sus ancestros mediante la momificación, en Mesoamérica los restos de las y los gobernantes eran cremados, no necesariamente hasta su reducción total a cenizas, pues algunas partes del cuerpo entrañaban un poder particular por relacionarse con ciertas deidades. De esta manera, con los restos se formaban bultos funerarios, reliquias que los linajes guardaban y llevaban consigo si se veían desplazados.
De esta manera el discurso escultórico del Juego de Pelota del sitio es factible, en el que resaltan las esculturas de los tres marcadores que delimitan el interior y el suelo de la cancha.
Al respecto Juan Yadeún señaló que “Es aleccionador saber que los mayas buscaran que el cuerpo de sus gobernantes se convirtiera en una fuerza viva, en algo que estimulara a su pueblo. Este vaso comunicante hacía renacer la vida, encarnada en el maíz, cuyo ciclo, entre cosecha y siembra, comprende 260 días, periodo ritual que cumplía el cadáver de los dignatarios en la ‘cueva de la muerte’”.
A pocos metros de la citada cripta, definida como tal por su posible proceso de transmutación que habría alojado, la cuadrilla de trabajadores dirigido por el investigador localizó otro acceso independiente –de aproximadamente 80 por 80 centímetros– en el sector oriente del Templo del Sol.