Hizo su gran debut ante la sociedad francesa el 13 de marzo de 1905 en el Museo Guimet
El rostro perfectamente maquillado, esbozando una sonrisa. Mata Hari hizo su gran debut ante la sociedad francesa el 13 de marzo de 1905 en el Museo Guimet. El día 18 de ese mes la reseña del espectáculo apareció en el periódico Le Presse:
“Mata Hari es Absaras, hermana de las ninfas, de las ondinas, de las valkirias y de las náyades, creadas por Indra para la perdición de los hombres y sabios”.
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Otros medios impresos también quedaron boquiabiertos por la exuberancia y sensuales movimientos de esta bella mujer proveniente de la India cuya familia la había iniciado desde pequeña en las artes de la danza. Pero todos estaban engañados; en ese momento nadie se percató de que esa hermosa joven en realidad era holandesa.
Margaretha Geertruida Zelle nació el 7 de agosto de 1876. Su padre, Adam Zelle, fue un excéntrico sombrerero que quedó en la ruina en 1889, cuando su hija tenía 12 años; dos años más tarde su madre falleció, y se fue a vivir con su tío.
A los 15 años, él la matriculó en una escuela de formación de maestras de preescolar, pero la joven no terminó el curso.
Un día en el periódico Nieuws van Der Dag leyó un anuncio del capitán Rudolf McLeod, quien buscaba a una mujer que lo acompañara durante su nueva misión en las Indias Orientales holandesas.
Margaretha, de entonces 18 años de edad, le escribió de inmediato y concertaron una cita, y otra… y otra. Margaretha se embarazó antes de la boda, apresuró los preparativos de la unión y se casó con McLeod, quien tenía 39 años.
La luna de miel fue brevísima; se mudaron a Java, Indonesia, donde McLeod ‘perdía la cabeza’ cada vez que otro hombre volteaba a ver a la madre de sus hijos Norman y Louise.
Borracho y voluble, el capitán terminó de enloquecer cuando en 1899 su primogénito murió, supuestamente envenenado por uno de sus sirvientes. Su locura llegó a tal grado que Margaretha afirmaba que le había arrancado el pezón izquierdo de una mordida.
Tras el divorcio en 1903, dejó a su hija con el capitán, regresó a Holanda y después se mudó a París.
La transformación empezaba
Volvió a Europa con la cabeza repleta de cuentos, de historias mágicas que tiempo después se convertirían en el marco referencial de su juventud y niñez inventadas; y con el cuerpo fundido con los bailes y los velos que la caracterizaron hasta sus últimos días.
Sus primeros trabajos en la Ciudad de las Luces fueron poco glamorosos; Lady McLeod, como se hacía llamar en ese momento, montaba a caballo en los circos y se alquilaba como modelo para los artistas.
Nace una leyenda
Fue en 1905 cuando adoptó el nombre de Mata Hari (en indonesio significa “hija del amanecer”), y tras ese célebre debut en el Museo Guimet, se convirtió en sinónimo de fascinación.
La historia de su niñez era tan confusa y elaborada que no hubo quien no creyera que la dama provenía de otras tierras.
Así como sus movimientos y sus desnudos casi totales (nunca exhibió sus senos a causa de la supuesta mordida, pero el pintor Gustave Guillaumet, quien la vio completamente desnuda, decía que sus diminutos senos tenían un aspecto macilento) hicieron que los hombres de la alta sociedad parisina quisieran compartir el lecho con ella.
Su presencia fue solicitada en Roma y Berlín. Esta segunda ciudad se convirtió en 1907 en el hogar de la cortesana. Y a pesar de que era sabido que no deseaba regresar a París, volvió meses después y alquiló la Villa Rémy, en Neuilly, 11 de la calle Windsor.
Su debilidad eran los hombres de uniforme militar y poco importaba si eran jóvenes o viejos.
Una espía
Estaba por casualidad en Berlín cuando comenzó la Gran Guerra; daba una función en el Teatro Metropole. Fue antes del otoño de ese año cuando Vadim Masloff la convenció de espiar a los franceses y la convirtió en la agente H-12.
A mediados de 1915 estaba en París, en el Élysée Palace Hôtel, donde se hospedó durante la última etapa de su vida.
Fue justo en Francia donde el capitán Georges Ladoux, quien estaba al frente del Servicio de Espionaje y Contraespionaje, le pidió espiar a los alemanes; Hari aceptó.
En diciembre de 1915 ya se sospechaba de su función en la guerra. El Servicio Británico de Inteligencia la atrapó en el puerto Folkestone, y tras un interrogatorio a cargo del capitán S. S. Dillon, la dejaron ir.
Mata Hari no tenía las cualidades para ser una espía. Nunca pasaba desapercibida, todos sabían quién era, la volteaban a ver y la cortejaban.
Los años de la guerra los pasó viajando entre Berlín, París, España e Inglaterra. Sus viajes la pusieron en la mira, al igual que su estadía en Holanda, la cual fue de las más comentadas durante su eventual juicio, aunque la bailarina afirmó que estuvo allí para reanudar sus relaciones amorosas con su antiguo amante, el barón Van der Kappelen, coronel del segundo regimiento de húsares.
A finales de 1916 los alemanes le dijeron a sus agregados españoles que estaban pagando demasiado por la información de Hari, así que la mandaron de regreso a Francia con un cheque de 5,000 francos.
El adiós de la hija del amanecer
A su regreso a París la capturaron, el 12 de febrero de 1917. Se cree que Ladoux ordenó su detención y que el mayor Arnold von Kalle la entregó.
La bailarina pasó ocho meses en la prisión de Saint Lazare, y su juicio fue extenso y dudoso –incluso en 2001 la Fundación Mata Hari intentó reabrir el proceso–.
En su expediente, la profesión que le asignaron fue cocotte (prostituta). En un reporte que la Inteligencia francesa compartió con la inglesa y que fue publicado en la BBC se mencionó:
“Mata Hari hoy confesó que el cónsul Cremer de Amsterdan la comprometió con el servicio secreto alemán. Ella admitió haber mandado ‘información general de todo el tipo que podía conseguir’, pero no mencionó secretos militares”.
Hari fue condenada a muerte. El día de su ejecución, el 15 de octubre de 1917, Hari se despertó antes del amanecer, se maquilló, se puso las mejores prendas disponibles, desayunó y partió junto con una comitiva a Vincennes.
Según el recuento de Henry Wales, publicado el 19 de octubre de 1917 a través del Servicio Internacional de Noticias, Mata Hari se despidió del padre Arbaux, quien le dio la última bendición, y solicitó que no le taparan los ojos.
Minutos después una de las mujeres espía más famosa del siglo XX yacía en el suelo. Nadie reclamó su cuerpo.
¿Donde está la cabeza de Mata Hari?
Tras su muerte, le cortaron la cabeza y la momificaron. Según los registros del Museo de Anatomía de París, llegó a su colección de más de 100 cabezas momificadas, en 1918.
Fue hasta el año 2000 cuando el Ministerio de Educación de Francia amenazó con cerrar el lugar, que su entonces director, el profesor de medicina Paul de Saint-Maur, anunció que faltaba la cabeza de la célebre espía.
Aunque a la fecha no se sabe quién la robó ni dónde está, se cree que un ‘admirador’ la ‘tomó’ durante la primera mudanza del museo en 1954.
Aunque el recinto no está abierto al público, el también conocido como Museo Orfila, ubicado en la Rué des Saints Perés, en París, admite visitantes previa cita.