Censura de la inteligencia.
En el verdadero mundo de las Bellas Artes, la censura a la cultura rusa promovida por Estados Unidos y sus países alineados no puede ser tomada más por lo que es: una perogrullada. No porque implique en automático manifestar acuerdo a la operación comandada por el presidente Vladimir Putin en Ucrania -aunque puede ser- sino porque este “destierro” cultural implica una contradictio in adiecto al sentido clásico de la cultura y el arte: su carácter universal.
Esta postiza exclusión de las obras de arte ruso no puede ser una expresión de solidaridad honrada por las “injusticias” en el mundo: su promotor es la nación que ha hecho de la guerra y el intervencionismo el negocio que le oxigena durante las épocas de crisis periódicas. Si protestaramos expulsando la cultura estadounidense de los países donde hubo injerencia yanki, incluso varios integrantes de la OTAN y aliados estarían comprometidos.
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Con todo, la hermandad y el amor a la creación artística rusa permanecen. El viernes 24 de junio de este año, la Orquesta Sinfónica de San Luis Potosí (OSSLP) del director, nunca suficientemente ponderado, maestro José Miramontes Zapata, presentó un programa emblemático; bajo la batuta del gran director huésped ruso-mexicano Vladimir Saygado, el teatro de La Paz albergó la atmósfera de la tonalidad Mi bemol: la Sinfonía n.º 3, “Renana”, op. 97, de Robert Schumman; el concierto para piano y orquesta n.º 1, R 455 de Franz Liszt y la Obertura 1812, op.49, de Pyotr Ilich Tchaikovsky.
La noche no podría ser menos cosmopolita: la Orquesta, en esta ocasión, tuvo como huésped a una joven promesa: Cristian Arriaga, pianista potosino. ¿Alguien reparó en la nacionalidad de los compositores, de los orquestantes, del solista, del director huésped o del director general? Si algún señalamiento cabe, es precisamente que con orgullo nuestra Orquesta ha asimilado el talento de varios artistas rusos; que la formación en la extinta Unión Soviética de su director general, el Maestro Mirmanontes, es la muestra más ostensible de un compromiso social, congruente y consciente de toda la vida; que la presencia siempre grata del maestro Vladimir Saygado, distinguido director orgulloso de su patria y amante sincero y hermano de la cultura mexicana y universal, contribuye a ponderar la cultura más allá de los reaccionarios prejuicios xenófobos.
Por si fuera poco, nuestro país, México, siempre ha sido un hogar para todos los ciudadanos del mundo. Recordemos la llegada de muchos pueblos hermanados por la hospitalidad de nuestro país. Aunque la nostalgia por la patria les llena de pesadumbre el corazón, no han sido mezquinos para incorporarse a la vida cultural de nuestra nación. Pienso, por ejemplo, en los transterrados españoles, refugiados de la Guerra civil y su invaluable legado en el desarrollo de las humanidades: Historia, Filosofía o Literatura. ¿Olvidamos que los pueblos han encontrado su mejor esplendor cultural y artístico cuando se han nutrido de la interculturalidad?
La creación artística es ante todo resultado de su circunstancia histórica: la técnica, los instrumentos, los objetos que sirven de base para la expresión artística son forjados por el tiempo que los vio nacer; aún más, la ideología, nacionalidad, religión… en una palabra la filosofía del artista es otro complemento sobre el cual se construye la creación artística.
Y sin embargo, ésta aunque refleja palmariamente una época y rasgos de cierta individualidad, para ser considerada como tal, como una obra de arte, debe ser sobre todo un reflejo de la esencia más humana: sus temores, ambiciones, sentimientos más íntimos, aspiraciones, problemas existenciales… más allá de su temporalidad. Allí reside su universalidad.
Por eso, aquella noche de concierto de la OSSLP escuchamos los fulgores de un artista que pudiera ser cualquier ser humano; de un hombre optimista estimulado y entusiasmado por los paisajes del río Rhin, en lo que hoy es Alemania; los sentimientos de viveza y regocijo del folclor austrohúngaro; el excelso nacionalismo de una patria rusa orgullosa de su valentía y esfuerzo… y sin embargo, todo aquello nos pareció tan nuestro y tan cercano. En fin, duda no cabe, el arte tiende puentes entre los seres humanos. Nunca los rompe.