i algún dato pudiera medir la fuerza política del presidente Joseph Biden en su zona de seguridad iberoamericana, sin duda alguna que sería el fracaso de la IX Cumbre de las Américas realizada del 6 al 10 de junio pasado. La conclusión más importante llevaría a la percepción de que Estados Unidos carece de una propuesta de establecimiento de un nuevo orden mundial en América Latina y el Caribe.
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Los resultados geopolíticos –que son los que más importan hoy en día– fueron producto de la falta de sensibilidad del presidente estadounidense y de la trampa dialéctica que le puso el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador al condicionar su asistencia a la invitación –y no estuvo presente– de los presidentes de Cuba, Nicaragua y Venezuela y a las disminuciones de las restricciones a los mandatarios de Guatemala y Honduras. Si Biden los invitaba, perdía; si no los invitaba, también perdía. Y al final, en cualquiera de los dos escenarios, Biden apareció como un líder geopolítico sin fuerza.
En anteriores Cumbres de las Américas sí hubo presencia de mandatarios con gobiernos no democráticos; en la extraordinaria ocurrida en México en 2004, el presidente Vicente Fox conjuntó en la Cumbre al presidente Fidel Castro y al presidente George Bush Jr., aunque con un manejo torpe de las invitaciones porque le pidió a Fidel Castro que estuviera en la reunión, pero que terminando de comer se regresará a su país.
Las Cumbres son reuniones de efecto político, no de búsqueda programática de proyectos y resultados. La imposibilidad de poner de acuerdo a países de diferente nivel político, económico y social en América Latina y el Caribe siempre han quedado en actos protocolarios que suelen tener alguna importancia política coyuntural. Las verdaderas relaciones de poder se llevan encuentros presidenciales bilaterales y, en América Latina y el Caribe, en las relaciones extraordinarias y de muy alto nivel entre los jefes de los ejércitos de la región.
Los temas delicados que le interesaban a Estados Unidos de manera difícil pudieron haber tenido un espacio de definiciones y decisiones: el narcotráfico, la migración y el comercio tienen agendas y reuniones por separado y desde luego que obedecen a motivaciones diferentes. Por ejemplo, Estados Unidos perciben narcotráfico como un problema de producción y tráfico proveniente de países al sur del río Bravo y nunca ha reconocido –ni va a reconocer– que el narcotráfico y la existencia de organizaciones delictivas son consecuencia de la alta demanda de droga de consumidores estadounidenses; es decir, sin demanda no habría oferta.
La migración ha sido producto de la crisis económica, política, social y de seguridad de los países latinoamericanos y caribeños y en los últimos años se ha visto agudizada por la consolidación de cárteles, bandas y pandillas toleradas y hasta apoyadas por las estructuras de seguridad de los gobiernos locales. La Casa Blanca nunca ha podido procesar su corresponsabilidad en la crisis de estabilidad de los países al sur del río Bravo, a pesar de las llamadas de atención que produjeron la revolución cubana, la revolución sandinista nicaragüense y la guerrilla salvadoreña. La respuesta oficial de Estados Unidos fue financiar proyectos de contrainsurgencia y entrenar a policías y ejércitos en técnicas de represión y tortura.
Las oleadas de migrantes latinoamericanos y caribeños y ahora de la incorporación de refugiados de otros países de Europa se aceleraron a partir de 2020 por la crisis económica y la crisis de la pandemia y Estados Unidos solo reaccionó de manera autoritaria sellando su frontera con muros y fuerzas militares y obligando a México a correr la frontera sur estadounidense del río Bravo al río Suchiate en la frontera del estado de Chiapas con Belice y Guatemala. sin embargo, de 2020 a 2022 cualquier cálculo es válido y se puede decir que ha habido más de tres millones de migrantes que quieren ingresar a Estados Unidos, cuando las cifras oficiales señalan solo alrededor de 200,000 visas para la región americana.
El comercio se enfrentó con tratados firmados por Estados Unidos con economías latinoamericanas, pero se encontró con la existencia de estructuras productivas no competitivas, concentradoras de la riqueza y sin relaciones laborales equitativas. En este contexto, la capacidad de producción para la exportación ha sido menor a la esperada y solo México mantiene un nivel de integración productiva con Estados Unidos.
La IX Cumbre de las Américas mostró no solo la incomprensión del presidente Biden hacia su región americana, sino que evidenció el desconocimiento total de la realidad geopolítica de esos países, y menos aún ha sabido procesar la tendencia reciente que ha revelado la existencia de gobiernos populistas antinorteamericanos que llegaron al poder por la vía democrática y que han tensado las reglas democráticas para impedir la modernización de sus sistemas de gobierno.
El resultado de la IX Cumbre de las Américas fue un fracaso geopolítico. pero lo más grave fue percibir la incapacidad estratégica de la Casa Blanca para entender al área latinoamericana y caribeña como una importante zona de seguridad de Estados Unidos. En informaciones separadas, la Casa Blanca estaría organizando una cumbre militar regional para construir una organización tipo OTAN que fortalezca el bloque de los ejércitos regionales a favor de los enfoques estadounidenses, ante lo que llamaron la expansión geopolítica de Rusia y China en América Latina y el Caribe.
Pero lo más grave de todo, se percibe en la incomprensión de Estados Unidos sobre la crisis general en la región americana y en su incapacidad para ofrecer una propuesta de reorganización regional que vaya más allá de la obsesión estadounidense hacia el comunismo que solo representa un impacto político irregular y cero preocupación revolucionaria.
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