El debate suscitado alrededor de la IX Cumbre de las Américas por la condición presentada por el presidente López Obrador para asistir reveló una doble crisis geopolítica: Estados Unidos carece de una nueva estrategia de relaciones con los países de América Latina y el Caribe como sus zonas de seguridad y la región al sur del río Bravo no ha podido definir ni construir una propuesta alternativa al viejo modelo imperial.
La Casa Blanca, sin decirlo, ha tratado de revivir el espíritu de la Alianza para el Progreso del presidente Kennedy, pero en una situación de deterioro social y de seguridad de los países al sur de río Bravo que está repercutiendo en una verdadera invasión de migrantes en el territorio estadounidense. Los acuerdos de la Cumbre han sido menores a las exigencias latinoamericanas y caribeñas.
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Los países del continente americano tampoco pudieron definir una propuesta coherente y todo se redujo a la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela, tres países que no cumplen con los cánones políticos de Washington, cuando el tema debió haber sido la definición de nuevas estrategias de desarrollo y sobre todo de exigencia a Estados Unidos para disminuir de manera directa el consumo de drogas que determina el narcotráfico.
La propuesta mexicana de crear un modelo regional tipo la Unión Europea carece de cualquier interés serio en tanto que no existe ninguna iniciativa para iniciar el camino hacia una unificación geopolítica y económica que en Europa tardó varios decenios. Inclusive, suena superficial la declaración de que se va a sustituir a la OEA como organismo regional, sin presentar una nueva organización que cumpla con los requisitos de cohesión. Una nueva agrupación regional reproducir a los mismos defectos de la actual OEA, en tanto que los países radicalizados en lo ideológico no entiendan que se requiere una voluntad para buscar asociaciones primero económicas y después políticas.
Al fracaso del enfoque estadounidense por la insensibilidad de la Casa Blanca respecto a las condiciones de algunos países latinoamericanos se debe añadir el fiasco del enfoque latinoamericano y caribeño por la falta de un proyecto previo para la unificación. A finales de los años setenta, se echó a andar el Sistema Económico Latinoamericano (SELA) con mucho entusiasmo, pero en la fase operativa perdió dinamismo y los propios gobiernos asociados se desinteresaron del experimento.
Cuba nunca fue un ejemplo de modelo de desarrollo para América Latina, en tanto que se trató de una revolución armada para derrocar a una dictadura, pero nunca pudo derivar en la propuesta de un nuevo modelo de desarrollo y un nuevo sistema productivo. El camino fácil fue el de la ideologización de la economía y la intención solo de agitación política, además de que La Habana tomó el camino equivocado de exportar su revolución para aplicarla en automático en países con diferentes grados de contradicciones.
Luego vino el experimento bolivariano de Hugo Chávez con una mayor intencionalidad de construir una alianza económica y comercial, sin otorgarle prioridad a la definición de un nuevo pensamiento económico ni construir una gran reconversión industrial que modernizara la planta productiva. El modelo bolivariano se agotó en los subsidios otorgados por Chávez a sus aliados, pero en momentos de auge petrolero.
La IX cumbre no fue tomada en serio por la comunidad latinoamericana y caribeña porque prevaleció el criterio de crítica a los abusos imperiales de Estados Unidos y porque careció de propuestas concretas para disminuir la migración forzada por la violencia y la crisis económica. EU se ha cansado de señalar la imposibilidad de una mayor integración productiva en tanto que la planta productiva latinoamericana y caribeña no ha podido definir una modernización intencionada y sigue funcionando como una estructura de expoliación social para beneficio de los empresarios locales. La experiencia de la búsqueda de un nuevo pensamiento económico a través de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina) se perdió en enfoques ideológicos sobre la caracterización de la planta productiva y de los modelos de desarrollo.
La única gran propuesta latinoamericana de pensamiento económico fue la reflexión conocida como estructuralista, es decir el enfoque de la economía y sus beneficios como producto de las estructuras productivas, pero en la práctica los gobiernos de la región agotaron sus fuerzas en la ideologización de sus crisis de desarrollo y en la necesidad de revoluciones socialistas que derivaron en prácticas meramente populistas y autoritarias.
Los enfoques estadounidenses en la IX Cumbre de las Américas no pudieron ocultar su perspectiva geopolítica en la coyuntura del gran desafío que ha representado la guerra en Ucrania. Los estrategas de la Casa Blanca, con razones o sin ellas, no han cambiado su enfoque de seguridad nacional que viene desde el acta de 1947 en la que se definió la guerra fría contra el comunismo soviético y en esa lógica se dio la no-invitación a tres países con sistemas económico-ideológico no capitalista y con la presunción de estar localizados en la órbita de influencia de Rusia y China.
Prevista desde antes y con resultados esperados, la Cumbre se extravió en un diálogo de sordos, aunque dejando pasar la oportunidad de hacerle a Estados Unidos un planteamiento de reorganización total de las relaciones entre el imperio económico de capitalismo de un archipiélago de islas latinoamericanas y caribeñas en situación de emergencia social. El enfoque geopolítico de la Casa Blanca sobre América Latina y el Caribe ignoró la realidad de la región y no fue más allá de la interpretación unilateral y militar de la crisis de Ucrania y la obsesión el presidente Biden de intentar la destrucción de Rusia y China. El saldo de la cumbre quedó en una potencia desorientada respecto a sus zonas de seguridad americana y en una región de 32 países incapaces de definir una propuesta de modernización de las relaciones con el imperio.
El autor es director del Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad.
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