Hambruna y manipulación

Hoy las alarmas están sonando más fuerte e insistentemente que nunca sobre una catástrofe alimentaria mundial

Aquiles

Aunque en algunos países del África subsahariana y de Asia oriental la hambruna es una terrible realidad desde hace varios años, hoy las alarmas están sonando más fuerte e insistentemente que nunca sobre una catástrofe alimentaria mundial de la que no existen antecedentes conocidos. Qué tanto haya de verdad en esto, es difícil saberlo, pero el hecho de que la voz de alarma proceda de instituciones tan serias como la ONU, el Fondo Monetario Internacional y el famoso Foro Económico Mundial (FEM) de Davos, Suiza, sugiere que no sería sensato desoír tales advertencias.

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   Una dificultad adicional consiste en que muchos de quienes hablan del tema, buscan imponer una visión tendenciosa con el propósito de ocultar sus verdaderas causas por razones de índole diversa, echando la culpa, sin mayores pruebas, a su villano favorito, el presidente de Rusia, Vladimir Putin y lo que llaman su injustificada “invasión” a Ucrania. Este calculado propósito de hacer de Rusia y su presidente el blanco preferido del odio mundial, los obliga a distorsionar los hechos, con lo cual vuelven más difícil su comprensión y el diseño de medidas eficaces para combatir sus efectos negativos.

   Pero las cosas no son así. La guerra en Ucrania vino a catalizar la crisis alimentaria y económica, pero no la engendró. El riesgo de hambruna que ahora nos amenaza, comenzó a gestarse desde la Gran Crisis de 2008-2009, es decir, varios años antes de que estallara la guerra en Ucrania. Esta crisis puso por primera vez en evidencia la fragilidad de la compleja red de suministro de la actividad económica mundial, surgida de la necesidad a dispersar la fabricación de los distintos componentes de los productos terminados a lo largo y ancho de los países del Sur subdesarrollado, buscando los menores salarios y las valiosas exenciones al capital extranjero por parte de los gobiernos de los países huéspedes. Esta ola migratoria hacia el sur empobrecido no es gratuita, nace de la necesidad de compensar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia de los empresarios debida al cambio constante e imparable de la composición orgánica del capital, siempre a favor de su parte constante y en detrimento del capital variable, que es el que genera las utilidades. Las fuerzas económicas que empujan y hacen inevitable este cambio no son materia de este artículo.

   La dispersión mundial de la producción engendró dos fenómenos importantes: a) la rápida concentración de los capitales, junto con sus enormes ganancias, aceleraron la formación de enormes monopolios de alcance planetario en manos de un grupo cada vez menor de mega millonarios. Una mayor división de la producción produjo una mayor concentración de la riqueza. Estos monopolios gigantes han adquirido, por razón natural, un dominio absoluto sobre los mercados y, como consecuencia, la capacidad de imponer los precios de acuerdo con sus intereses; b) una sutil red de suministros, de la que ya hicimos mención, cuyos hilos son los medios de transporte, sobre todo marítimos, que recorren incansablemente el camino de ida y vuelta entre los países maquiladores, los armadores del producto terminado y los países ricos que constituyen el destino final de la mercancía. La crisis de 2008-2009 inició el desajuste de esa sutil tela de araña que factores posteriores se han encargado de agravar. Se menciona entre los principales, los precios del petróleo, la demanda de biocombustibles a base de maíz, los altos costos del transporte, la especulación de los mercados financieros, las bajas reservas de cereales, el cambio climático y el incremento de las políticas comerciales proteccionistas de ciertos países. (Michael Roberts, “Alimentos, hambre y guerra”, El Viejo Topo, 8 de junio de 2022). La ralentización de la actividad económica mundial provocada por la pandemia provocó el colapso de la red mundial de suministros.

   Estos factores acabaron elevando los costos de producción de las empresas y la consiguiente elevación de los precios. Sin embargo, según algunos estudiosos, el verdadero problema consiste en que los grandes monopolios han visto en la crisis de los suministros una “oportunidad de oro” para elevar sus ganancias por encima del nivel que tenían antes de la pandemia, y no han vacilado en echar mano de su poder sobre el mercado para imponer precios a su conveniencia mediante una escasez artificial de productos. Así se explica la paradoja subrayada por la OXFAM de que los milmillonarios del mundo hayan incrementado sus fortunas en porcentajes muy superiores a los de antes de la pandemia, y así se explica también la tenaz inflación actual, que resiste el remedio tradicional de elevación de las tasas de interés referenciales. Esta medida, en cambio, provocará una contracción de la economía y puede llevarnos a la temida estanflación, de la que es muy difícil salir.

   Lo mismo sucede con la producción de alimentos. “La guerra entre Rusia y Ucrania ha puesto de relieve el desastre mundial del suministro de alimentos, pero se estaba gestando mucho antes de la guerra. La cadena de suministro de alimentos ha sido cada vez más global. La gran Recesión de 2008-2009 comenzó a interrumpir esa cadena, basada en empresas multinacionales de alimentos que controlan el suministro de los agricultores de todo el mundo. Estas empresas dirigían la demanda, generaban la oferta de fertilizante y dominaban gran parte de la tierra cultivable. Cuando golpeó la Gran Recesión, perdieron beneficios, por lo que redujeron la inversión y aumentaron la presión sobre los productores de alimentos del «Sur Global»” (nota ya citada de Michael Roberts). En otras palabras: los tiburones de los insumos agrícolas redujeron su producción, elevaron sus precios, que recayeron sobre los agricultores de los países pobres, elevaron sus utilidades por encima de las de antes de la Gran Recesión.

   EL ECONOMISTA del 28 de mayo dijo: “La familia Cargill ha sido la principal beneficiaria del incremento del 30% en los precios de los alimentos a nivel mundial. Junto a otras tres, controla el 70% del mercado agrícola global. En 2021, los ingresos netos de la familia Cargill ascendieron a 5,000 millones de dólares, el mayor beneficio de su historia. De cara a 2022, se espera que la empresa vuelva a batir su (propio) récord de beneficios.” A grandes rasgos, esta es la verdadera explicación de la hambruna, la que ya existe y la que nos amenaza en estos días. Pero el presidente Joe Biden y sus aliados europeos repiten a coro que padecemos la inflación de Putin, la escasez de alimentos e insumos agrícolas de Putin, que se avecina la hambruna de Putin. Cuando se aventuran a dar alguna explicación, afirman que Putin está impidiendo la salida del trigo de Ucrania y que se niega a exportar trigo y fertilizantes porque quiere usar los alimentos como arma contra los “pueblos libres”.

 Esta es una mentira descarada que esconde al mundo que es la propia Ucrania la que llenó de minas la zona del Mar Negro aledaña a su puerto de Odessa, por temor a un ataque ruso; y también que son las ilegales “sanciones” impuestas por EE. UU. y la OTAN a Rusia las que han bloqueado las exportaciones de este país al mercado mundial.

   La mundialmente respetada OXFAM, presentó ante el Foro de Davos un espeluznante informe titulado “Beneficiarse del sufrimiento”, hecho público el 23 de mayo. En él revela cosas como estas: las empresas de los sectores energético, alimentario y farmacéutico, donde dominan los monopolios, están registrando beneficios récord, mientras los salarios apenas se han movido y los trabajadores luchan contra unos precios que se han incrementado drásticamente en el marco del Covid-19; las fortunas de los milmillonarios de la alimentación y la energía han aumentado en 453,000 millones de dólares en los últimos dos años, lo que equivale a 1,000 millones de dólares cada dos días; cinco de los mayores monopolios transnacionales de hidrocarburos (BP, Shell, Total Energies, Exxon y Chevron) obtienen en conjunto 2,600 dólares de ganancia cada segundo (…); la población actual del mundo ronda los 7,800 millones, de los cuales 736 millones viven por debajo del umbral de la pobreza (…); y se espera que el impacto de la pandemia empuje a 115 millones más a la pobreza.

  La directora ejecutiva mundial de Equality Now (Igualdad Ya) dijo que “el informe de la OXFAM demuestra las fallas sistémicas en la naturaleza discriminatoria de las economías de los países…”  “«Los milmillonarios llegan a Davos para celebrar un increíble aumento de sus fortunas. La pandemia y ahora las fuertes subidas de los precios de los alimentos y la energía (provocadas intencionalmente para ellos, ACM), han sido, sencillamente, una bonanza para ellos. Mientras tanto, décadas de progreso en la lucha contra la pobreza extrema están en retroceso y millones de personas se enfrentan a aumentos imposibles del costo de la vida» dijo Bucher de OXFAM”. Añadió que “las fortunas de los multimillonarios no han aumentado porque ahora sean más inteligentes o trabajen más. En realidad, son los trabajadores los que trabajan más, por menos salarios y en peores condiciones” (INTER PRESS SERVICE, 23 de mayo).

    ¿Y qué dijeron los sabios y los millonetas de Davos? “La jornada inaugural puso el escenario a disposición de Volodímir Zelenski, pero (este) no entregó un discurso diferente a lo que ha venido diciendo. No se necesitaba ir a Davos para ver un video de Zelenski pidiendo ayuda al mundo” (Luis Miguel González, EL ECONOMISTA, 27 de mayo). 

   ¿Y qué pasa con México? La Jornada del 26 de mayo dijo: “En México, la información que se nos presenta para el país (en un documento sobre desigualdad mundial firmado por Piketty, Saez y Zucman, ACM) está encabezada por el siguiente subtítulo: «Uno de los países más desiguales del mundo». De acuerdo con sus estimaciones, en 2021 el individuo promedio recibió 232 mil 790 pesos, y el individuo promedio del 50% más rico recibió 57 por ciento del ingreso nacional o 30 veces más que el 50% más pobre (…); en nuestro país durante el siglo XX no hubo reducciones relevantes de la desigualdad”.  “El informe es enfático al señalar que: «La desigualdad del ingreso en México ha sido extrema durante el siglo pasado y el actual…». En la distribución de la riqueza el panorama es aún más grave, ya que mientras que el hogar promedio tiene una riqueza valorada en 833 mil 600 pesos, la mitad más pobre de la población carece por completo de cualquier activo”. Leticia Hernández y Guillermo Castañares, en EL FINANCIERO del 9 de junio, escribieron: “«La alta inflación está erosionando los ingresos y el gasto de los hogares, afectando con especial dureza a los más vulnerables. La amenaza de sufrir una grave crisis alimentaria sigue siendo muy seria para las economías más pobres del mundo, debido al elevado riesgo de escasez de suministros y a los altos costos» advirtió la OCDE.”

   OXFAM propone: “Un impuesto anual sobre la riqueza de los millonarios, a partir de 2%, y de 5% para los multimillonarios, podría generar 2.52 billones de dólares al año, suficientes para sacar a 2,300 millones de personas de la pobreza, fabricar suficientes vacunas para el mundo y ofrecer asistencia sanitaria y protección social universales a todos los que viven en países de ingresos bajos y medios” (documento citado). En cambio, el presidente de México anuncia que se propone dar “una vuelta más a la tuerca” para que pasemos de la “austeridad republicana” a la “pobreza franciscana”.

   El catedrático universitario Enrique Cárdenas comenta en EL FINANCIERO del 9 de junio: “…lo que podría parecer un sinsentido de López Obrador (…), es en realidad un propósito firme del presidente que ha conseguido en sus tres años de gobierno. Este objetivo declarado se ha traducido en decisiones personales y de política pública que ha logrado (…) que haya más mexicanos pobres. Suena absurdo pero no lo es para López Obrador. Seguramente tiene motivos políticos «de gran peso», como mantenerlos como clientes seguros de su régimen. Horror, pero así es”. Horror, sí, un horror que solo el pueblo organizado y consciente puede parar en seco. Es el pueblo y nadie más el que tiene la última palabra. 

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