“Regenerarse para concebirnos constructores de una nueva época, que nos exhorte a entrar en sanación para poder resurgir de nuestras propias miserias mundanas, es retomar a la sensatez sin la camisa de fuerza, desterrado el bochornoso tráfico de armas que sólo alimenta los conflictos”
Nunca es tarde para el arrepentimiento y la reparación. Quizás vivir sea reparar y arrepentirse, mejorar modos y maneras de moverse; puesto que en el fondo son las relaciones entre nosotros, las que nos generan biografía. Sea como fuere, hoy el mundo necesita subsanar la injusta economía y enmendar prácticas nocivas, que nos están dejando sin alma. Tenemos que salir cuanto antes de esta actitud corrupta, de este aire tóxico que nos está dejando sin bienestar mental y físico, para tomar conciencia en cuanto a los recursos naturales, asumiendo efectivas responsabilidades en todos los entornos. No podemos continuar destruyéndonos.
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Para ello, hemos de hacer las paces con nosotros mismos, pero también con la naturaleza, que es la que nos imprime consistencia y ayuda existencial. Ciertamente, son tantas las brechas y las desigualdades, que urge una recuperación centrada en las personas, más allá de una mera asistencia a los grupos y sectores más afectados, promoviendo la creación de empleos decentes y verdes, que apoyen la sostenibilidad y la inclusión, manteniendo el poder adquisitivo de los ingresos laborales.
Regenerarse para concebirnos constructores de una nueva época, que nos exhorte a entrar en sanación para poder resurgir de nuestras propias miserias mundanas, es retomar a la sensatez sin la camisa de fuerza, desterrado el bochornoso tráfico de armas que sólo alimenta los conflictos.
Es verdad que son muchas las guerras que hospedamos, ya sean en nuestro propio corazón, en nuestra familia, en el lugar de trabajo o en cualquier pueblo; crueldad que cesará el día que nos reconciliemos, dejando atrás la psicosis bélica, articulando la cultura del abrazo y la alianza entre nosotros.
Desde luego, precisamos reconstruir nuevos espacios de diálogo, para que se consoliden mecanismos de confianza y cooperación, capaces de crear las condiciones para un planeta libre de armas, movido únicamente por el abecedario interno. Sin duda, no poseemos mejor cura terapéutica, que advertirse en la pesadumbre para poder corregirse por el natural sufrimiento, por la clemencia y el amor en suma. Así, pues, este espíritu de enmienda es una lección más que debemos meditar siempre, si en verdad queremos un hogar común y una humanidad libre.
A mi juicio, la tragedia actual del ser humano, radica en su estado de confusión, en no dar sentido a sus hazañas, en abandonarse pasivamente de sí mismo, encerrándose en su privativo ámbito. Este es un instante preciso y precioso para el cambio, para el arrepentimiento personal y la reparación conjunta, para volver a sentir que nos necesitamos los unos a los otros, que asumimos una responsabilidad hacia los demás y hacia ese hogar colectivo del que todos formamos parte. De sol a sol la tierra solloza y buena parte de sus moradores no pueden más.
Reconocerlo y sentirlo es ya un avance. Sin embargo, el aluvión de inmoralidades nos deja sin horizontes. Por si fuera poco, el despropósito; aún no hemos aprendido a reprendernos, a enmendar los errores del pasado y a reencontrarnos para idear ese naciente mundo, con el que todos soñamos, para caminar hermanados hacia un futuro mejor, donde la luminosa estrella de los derechos humanos ha de ocupar un lugar central. De lo contrario, acabaremos truncando todos nuestros sueños, que son los que verdaderamente nos dan aliento.
No olvidemos que vale más proceder, mostrándose activo aunque nos equivoquemos, exponiéndonos a arrepentirnos luego, que sentirse dolido de no haber hecho nada, puesto que es como no haber vivido.
En consecuencia, estamos al borde de la destrucción. No podemos perder más tiempo. Ha llegado el período de poner en práctica el valor y la valentía, el sentimiento de dolor y la restauración, porque en realidad no somos únicamente el futuro sino también el presente, que no desfallece y armoniza. Ahí radica la cuestión, todo individuo ha de concertarse con la vida, revivirse cada mañana y encender los faros de la esperanza. Hasta ahora hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con la influencia de las armas, y lo único que hemos conseguido es destrozar presencias en floración.
Nos toca quitarnos furias, rebajarnos y pedir un rejuvenecimiento en las mentes creativas, agilizando más la mano tendida y menos la mano dominadora. No va a ser nada fácil con el panorama actual de hostilidades y parcelación. Son tantos los lamentos, las ruinas vertidas por nosotros, que nos merecemos una ilusión renovada. Justamente, debemos ponernos en disposición de escucha y de oírnos, para reorientarnos hacia la conformidad; con la garantía de una cierta avenencia, rebosante de entrega verdadera y de donación incondicional.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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