Mientras el presidente Biden maneja de manera directa los hilos del conflicto de Ucrania para reconstruir el liderazgo hegemónico de Estados Unidos en Europa, los países de la zona latinoamericana y caribeña ofrecen escenarios de un liderazgo estadounidense inexistente, caótico y sin autoridad.
Todos los indicios apuntan a señalar que el enfoque de Biden sobre la IX Cumbre de las Américas careció de una estrategia geopolítica y demostró errores graves en la percepción de la Casa Blanca sobre su capacidad para liderar el continente, mientras Europa entra en una zona de desastre geopolítico por la guerra de Ucrania que ha sido mal gestionada desde Washington.
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El presidente Biden diseñó una agenda de la Cumbre a partir de sus percepciones de la realidad continental y por ello le dio prioridad a la democracia, la lucha contra la corrupción en otros países, la contención migratoria en los países de origen, el enfoque extraterritorial del narcotráfico y la construcción de un muro político para impedir la influencia política e ideológica de Rusia, China e Irán.
El enfoque de exclusión de la Casa Blanca estaría dejando a Washington más aislado de lo que se pudiera pensar: los tres países de centro América del Norte están vetados, dos de centro América del Sur no tiene la confianza, las naciones más fuertes de Sudamérica arribaron por la vía electoral a gobiernos de corte populista y no son bien vistos por Estados Unidos.
La crisis económica de las naciones, el efecto negativo de la paralización productiva por la pandemia, la curiosa integración interregional de bandas delictivas dedicadas al tráfico de drogas, la incapacidad del modelo de desarrollo de la región para generar empleo y bienestar, la crisis de seguridad urbana con la multiplicación de peligrosas pandillas que han logrado cruzar la línea fronteriza de Estados Unidos a instalarse en territorio americano y el pensamiento ideológico de los populismos que repudian el viejo modelo de dominación imperial de la Casa Blanca ofrecen un escenario complicado para Biden.
El esquema de control ideológico de Estados Unidos sobre América Latina y el Caribe se fundamentaba en tres pilares prioritarios: la existencia de gobiernos de democracia procedimental tradicional que respondían a los apoyos estadounidenses, la asesoría militar y de seguridad de Washington para combatir la insurgencia vinculada a la expansión regional del modelo cubano y el comercio que comenzaba con la exacción de recursos naturales.
El punto central se encontraba en una polarización ideológica excluyente: los modelos capitalistas recibían apoyos y beneficios de Estados Unidos, en tanto que su contraparte se tenía que arrinconar en cada vez menores espacios ideológicos de marxismos ineficaces y del mal ejemplo que fue creciendo de la dictadura militar autoritaria de Cuba.
El escenario cambió a finales de siglo con el arribo del poder en Venezuela del comandante Hugo Chávez Frías y su modelo ideológico populista que no era ajeno a la historia de la organización social de América Latina y el Caribe y que había sido soslayado por la ola revolucionaria marxista de Cuba. Chávez reactivó un modelo económico y político de beneficio social, sin modificar la estructura de producción capitalista, aunque con una consolidación del Estado como agente productivo directo, como agente regulador de las relaciones de producción y como liderazgo popular ante bases sociales que nunca interesaron a los partidos tradicionales de derecha y qué las organizaciones socialistas y comunistas también desdeñar.
Chávez tuvo a su favor el control del petróleo venezolano y construyó su liderazgo en su verbo revolucionario agitador, pero en el uso del petróleo regalado a países sudamericanos para comprar lealtades. Su muerte en 2013 coincidió con una dinámica de crisis económica que le fue restando poder al petróleo y que Venezuela se metió en la dinámica de una gravísima crisis económica de tipo inflacionaria, sin que el sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, tuviera el carisma o la capacidad de construir una opción ideológica.
El modelo ideológico regional bolivariano careció de fuerza política para imbuir un nuevo espíritu nacionalista a las masas, pero alcanzó para propiciar un ciclo de desarrollo político en la región basado en la satisfacción de necesidades sociales vía subsidios improductivos. Cuba dejó de exigir afiliaciones marxistas y se conformó con los populismos, aunque en los últimos diez años no pudo construirse una alianza real de países sudamericanos y caribeños.
Los gobiernos estadounidenses de Clinton (1993) a Trump (2020) se olvidaron de su patio trasero y solo comenzaron a preocuparse por las oleadas de migrantes empujadas por la violencia criminal en sus países y la crisis económica y de desempleo. El presidente Biden se saltó la etapa de comprensión de la crisis en el continente americano y pasó de manera directa a la exigencia de lealtades como si el mundo no hubiera cambiado en los últimos 30 años.
En la actualidad, más de la mitad de los países latinoamericanos y caribeños tienen regímenes de Gobierno populistas y antiestadounidenses y pueden tener relaciones tolerantes con Washington, aunque sin la subordinación del pasado imperial. Biden está hoy más preocupado por Ucrania y le ha destinado más de 60,000 millones de dólares, en tanto que las ayudas, por ejemplo, a Centroamérica, no llegan ni a 4,000 millones de dólares y aparecen con condicionamientos ideológicos y políticos incumplibles.
La IX Cumbre de las Américas está enfrentando en modo de choque a Biden con una comunidad de países americanos desobediente y exigente y con insensibilidad como para entender que Estados Unidos requiere más de sus vecinos que éstos podrían necesitar del gran imperio.
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