Cuando el sexo intimida

En los últimos años, la educación sexual basada en la abstinencia ha sido sustituida por un nuevo paradigma erótico: el sexo es vida, disfrútalo

La elección de no ser sexual, de esconder los deseos o de evitar poner la atención en los estímulos eróticos ya no marca el comportamiento de las actuales generaciones. El pudor se ha ido desligando del ser humano a un ritmo vertiginoso. Esta tendencia, según cuenta Miguel Dalmau en ‘El ocaso del pudor’, encuentra sus primeros coletazos en el Romanticismo.

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El culto al individuo fue erosionando, paulatinamente, los principales códigos del pudor.

Un ejemplo de esta ruptura lo podemos encontrar en ‘El origen del mundo’ de Coubert, obra que muestra con osadía y provocación el poder de la sensualidad, el deseo, los placeres.

A la autoafirmación del individualismo, le siguió toda una serie de reivindicaciones sociales, basadas en el inconformismo y el rechazo a los valores tradicionales. Esta perspectiva histórica que sugiere una decadencia de la vergüenza sexual puede llegar a invisibilizar a quienes a día de hoy continúan percibiendo el sexo como una experiencia intimidatoria. Es decir, como una amenaza, ya no al orden colectivo sino a la propia intimidad y moralidad.

Placer y vergüenza sexual

El placer está estrictamente relacionado con aquello que nos parece sexualmente estimulante. Lo que a unos resulta atractivo y excitante, a otros les desagrada, incluso hasta el punto de catalogarlo como ofensivo o bizarro.

Posiblemente, ante la falta de consensos o la variabilidad social que ha existido sobre las diferentes prácticas sexuales a lo largo de la historia, en un momento u otro, todos nos preguntamos o evaluamos si son correctos o inadecuados nuestros gustos eróticos. Aquí subyace a menudo la vergüenza sexual como un sentimiento de humillación, de cuestionamiento personal: ¿seré inferior, indigno, vicioso, anormal?

Tanto la aceptación como la sospecha sobre esta serie de calificativos supone un impacto negativo en la experiencia erótica, saboteando la comunicación, la confianza y la intimidad física y emocional con la pareja.

Una cuestión de autoestima

En algunos casos, este malestar puede manifestarse en comportamientos de evitación, es decir, rechazando el sexo, o de aversión sexual. Las dificultades para concretar un encuentro físico con una persona o de seguir avanzando en una relación romántica pueden, a su vez, mermar la autoestima de la persona.

De modo que, pese a que los estímulos y la interacción que estos permiten son infinitamente diferentes y misteriosos, muchas personas continúan viviendo el sexo con vergüenza a tenor de sus propios gustos eróticos.