Juegos de guerra. Ucrania, un nuevo orden que no llegará

Carlos Ramirez

La visita de los secretarios de Estado y de Defensa de Estados Unidos a Kiev el domingo 24 de abril para reunirse con el presidente Zelenski sorprendió a los analistas por la facilidad con la que llegaron los dos principales funcionarios de la Casa Blanca a una ciudad bombardeada como zona de guerra, mientras los combates entre las fuerzas invasoras rusas y las fuerzas locales seguían con alta intensidad en otras partes del país.

Aunque este dato pudiera revelar indicios de la limitación en el alcance de la guerra, la de Ucrania pudiera ser considerada como una Tercera Guerra Mundial entre dos países, cada uno respaldado de manera directa o indirecta por otras naciones.

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Con referentes a las dos guerras mundiales anteriores, en Ucrania se está redefiniendo el verdadero nuevo orden geopolítico que quedó en el limbo estratégico desde la desaparición de la Unión Soviética y que no alcanzó a redefinirse en el ciclo antiterrorista 2001-2021.

Aquí se ha escrito que en Ucrania no existe la categoría de guerra fría porque tiene manifestaciones calientes en los combates con armas de alto poder y en las bajas militares y civiles, pero también hay que señalar que tampoco reproduce una guerra de sistemas ideológico-productivos porque detrás del presidente ruso Vladimir Putin se encuentran los oligarcas que sustituyeron a la clase obrera soviética en el control de la economía y detrás del presidente Joseph Biden tampoco se encuentran los representantes de la vieja democracia liberal sino que se expresan los intereses del 1% de los más ricos y los lobbies dominantes de grupos de interés y del complejo militar-industrial.

Los presidentes Clinton, Bush Jr., Obama y Trump carecieron de enfoque estratégico sobre la reconstrucción de la hegemonía de seguridad nacional estadounidense, se preocuparon poco por Rusia y China y definieron sus geopolíticas exteriores en relación con los grupos terroristas radicales árabes.

Rusia entró en un periodo de descomposición de su liderazgo interno de 1992 al 2000 y los liderazgos estadounidenses tardaron cuando menos diez años en entender la lógica del poder de Putin y se distrajeron con China.

Aunque con menos países beligerantes que en las dos guerras mundiales anteriores, la de Ucrania pudiera ser asumida como una tercera en función de que detrás de los combates en territorio ucraniano se estarían replanteando las nuevas líneas rojas de los bloques de poder en el mundo cuando menos con cuatro países beligerantes: Estados Unidos, China, Rusia e Irán, todos ellos basando su poder en su capacidad disuasoria militar.

La guerra en Ucrania que estalló en febrero de este año había sido prefigurada en febrero del 2021 durante las reuniones de la cbre de Seguridad de Múnich en donde el presidente Biden dijo con claridad: “va a haber un nuevo orden mundial, tenemos que liderarlo y debemos unir al resto del mundo libre”. De todas las zonas de conflicto con Rusia, Ucrania parecía ser la parte más delgada del hilo que siempre se rompe porque estaba siendo empujada por la Casa Blanca para unirse a la OTAN y a la Unión Europea y colocar una posición geoestratégica haciendo frontera directa con Rusia.

La parte que pareciera inexplicable del conflicto se vio el domingo 24 de abril cuando las dos piezas clave de la geopolítica militar estadounidense aterrizaron en Kiev para apoyar al presidente Zelenski y comprometer la entrega en total de escasos 800 millones de dólares, no todos en armas que había urgido el Gobierno ucraniano.

Como se presenta el panorama y aún con todos los errores estratégicos militares, Rusia estaría asentando su presencia en Ucrania sin que Estados Unidos y la Unión Europea hayan asumido un compromiso directo de tipo militar para apoyar al tambaleante Gobierno ucraniano.

Lo paradójico de la guerra de Ucrania es que el equilibrio Rusia-EU-China se está perfilando en Ucrania solo con la desplazamiento militar de Rusia y la capacidad menguada de defensa de los ucranianos, pero con beneficios geopolíticos que beneficiarían a Washington y Pekín. El escenario geopolítico de Guerra Mundial es más mediático y de redes sociales que de países aliados o ejércitos multinacionales como los que operaron en Irak y Afganistán. Inclusive, el presidente Zelenski ha ganado más batallas declarativas o con mensajes en redes sociales que en el terreno de la confrontación militar.

Los acuerdos EU-Ucrania del domingo 24 de abril no cambiaron el escenario bélico ni tampoco intimidaron a las fuerzas militares de Putin, dejando la impresión de que Ucrania está perdiendo más que Rusia por la falta de un apoyo efectivo militar estadounidense. La Unión Europea no ha podido consolidar una estrategia unitaria y la composición de sus bases sociales plurales está impidiendo el envío de mayor apoyo militar y tropas. El agotamiento natural de dos meses de guerra está causando estragos en las tropas ucranianas.

La Casa Blanca nunca pareció tener claro el escenario militar en Ucrania, sobre todo por la superioridad de los rusos y los esfuerzos menores de los ucranianos. El presidente Biden pareció reproducir la crisis en la toma de decisiones en 2009 en la Casa Blanca cuando se enfrentaron las opciones de retirarse de Afganistán o aumentar las tropas; a pesar de su promesa de paz, Obama decidió un mayor involucramiento.

La guerra en Ucrania entró en una zona de incertidumbre: Rusia sabe lo que quiere, Estados Unidos ya no supo gestionar una línea roja y el presidente ucraniano incrementa cada vez sus llamados desesperados pidiendo apoyo militar directo y armas que nunca van a llegar porque al final de cuentas los países aliados a la Casa Blanca tienen su propia agenda de intereses geopolíticos y energéticos con Rusia.

El dilema para Estados Unidos es claro: enviar tropas a Ucrania o dejar que la guerra se pudra y cederle a Putin la definición de líneas rojas.

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