Son únicos, curiosos e inquietos y en ocasiones insoportables, pero esos locos bajitos, dice Serrat, siguen siendo mis héroes. Como no van a serlo si llegan desde Paris en cigüeña.
Sin recordar con claridad todos los eventos de nuestra niñez somos el resultado de ellos. Algunos impuestos y otros, los menos pero más sustanciosos, armados en nuestra imaginación. Estos últimos le quitaban lo plano a nuestras cortas vidas. Llegábamos a la luna de un brinco, hicimos historias con las nubes y nos teletransportábamos a donde queríamos siempre combatiendo el mal y salvando al universo.
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Cuando el niño toma el camino escolar también le cae su primera responsabilidad: ser niño. Esa misión la va edificando con legos de colores día a día y de esa manera se va integrando a un entorno social del cual tendrá que hacerse cargo solo él y para siempre. Fácil no es.
No sé cómo le hacen, pero tienen leones de plástico que sí rugen, soldaditos de cobre que sí marchan y trenes de madera que curiosamente funcionan quemando carbón. La sorpresa de cualquier regalo les produce temblor. Por las noches, se escurren como duendes insomnes a invadir, así como levitando, tu cama y con un buen berrinche, sabiamente aplicado, logran hasta las estrellas.
Les espera un menú de variados apodos. ¿Quién no tuvo un amigo en su infancia que le decían el abuelo, el cepillo, el conejo, el Memin o el marciano? Además, asignados con tino de apache: si parecía abuelo, a Memin, cepillo, conejo o marciano. Más con resignación que enojo esos motes sobrevivieron a los años: Doctor Cepillo, Ingeniero Conejo, Licenciado Memin, Arquitecto Marciano. Quedaron tatuados como testigos de la infancia.
Sus héroes, fieles cómplices, los inspiran para tener tardes muy activas en la lucha contra el mal; en ese entonces siempre ganaban los buenos, ahora no. Vuelan, bucean, pelean, caen y hay quienes hasta rebotan; se queman, mueren y reviven, pero siempre salen victoriosos gracias a sus super poderes que se extinguen con el llamado a cenar. Un par de objetos eran suficientes para tener una portería y cualquier bote una pelota.
En el proceso tienen que pasar muchos obstáculos: cargar su lonchera, llegar al final del día con la ropa limpia; ponerse suéter cuando la Mamá tenga frío; soportar los pellizcos en los cachetes por parte de la tía incómoda; hacer la tarea; terminar la sopa de verdura y comer capirotada de la abuela. El desquite a palos siempre llegaba y sin pedirlo en la próxima piñata.
Son únicos, curiosos e inquietos y en ocasiones insoportables, pero esos locos bajitos, dice Serrat, siguen siendo mis héroes. Como no van a serlo si llegan desde Paris en cigüeña.
@barrerArq