La institución prevé que solo en 2022, los precios energéticos y no energéticos aumenten 50 y 20%, respectivamente.
Los impactos en los precios de los alimentos y la energía por la guerra de Ucrania pueden llegar a durar años advirtió el Banco Mundial al identificar cambios en los patrones de comercio más costosos.
Para la mayoría de las materias primas, los precios se esperan sean significativamente más altos en 2022 que en 2021 y permanezcan así en el mediano plazo al menos hasta el 2024.
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“Se prevé que los precios energéticos y no energéticos aumenten 50 y 20 por ciento en 2022, respectivamente, antes de retroceder algo en 2023 y establecerse en niveles mucho más altos que en el pronóstico anterior”, señala en el informe Perspectivas de los Mercados de Materias Primas.
La guerra está generando patrones de comercio más costosos que podrían resultar en una inflación más duradera y se espera que cause una importante desviación del comercio de energía.
“Las perspectivas de los mercados de materias primas dependen en gran medida de la duración de la guerra en Ucrania y la gravedad de las interrupciones en los flujos de materias primas, con un riesgo clave de que los precios de las materias primas puedan ser más altos por un periodo más extenso”, agregó.
Los incrementos en precios de algunas materias primas han impulsado al alza los costos de producción de otros insumos, por ejemplo, el aumento en el precio de la energía incrementa el costo de producción en la agricultura por los combustibles y fertilizantes.
Responder con subsidios a la energía, de momento, alivia el impacto de precios más altos. Si bien estas políticas pueden aliviar un poco el impacto inmediato de los aumentos de precios, “no brindan grandes beneficios a los grupos vulnerables y, de hecho, pueden exacerbar el problema subyacente al aumentar la demanda de energía”, alertó el BM.
Para los formuladores de políticas, una prioridad a corto plazo es brindar apoyo específico a los hogares más pobres que enfrentan precios más altos de alimentos y energía.
A más largo plazo, pueden fomentar mejoras en la eficiencia energética, facilitar la inversión en nuevas fuentes de energía sin emisiones de carbono y promover una producción de alimentos más eficiente.