López Obrador invoca los tiempos juaristas y el choque.
Se ha preguntado si usted o su familia ¿son conservadores o liberales?
Ya que eso es un adjetivo calificativo que se usó hace más de 150 años en México para calificar a quienes estaban en contra de las reformas constitucionales de 1857.
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Esta definición se vino arrastrando sociológicamente y aplicando incorrectamente en México porque a los ricos o a los cultos se le llamó conservadores y a los pobres y a los faltos de cultura eran los liberales.
Hoy el Presidente de la República insiste todos los días en calificar a la población como conservadores o liberales.
El país se encuentra desde hace meses en el camino de la polarización, es decir, el espacio en donde solo hay cabida para los extremos, y no para posturas mediadoras o conciliadoras.
El tono de la exigencia presidencial de definiciones es peligrosa pues deja en calidad de adversario, o incluso enemigo, a quien no sea incondicional.
El presidente López Obrador abonó a esta circunstancia y dijo:
“Qué bueno que se definan, nada de medias tintas, que cada quien se ubique en el lugar que corresponde, no es tiempo de simulaciones, o somos conservadores o somos liberales, no hay medias tintas. Se está por la transformación o se está en contra de la transformación del país… es tiempo de definiciones”.
El discurso del presidente López Obrador ha sido polarizante en los últimos meses, pero no había expresado de manera tan clara su creencia en que o se está con él o se está en contra de él.
No admite ninguna posibilidad, por ejemplo, de coincidir en sus aspiraciones y metas pero diferir en los medios e instrumentos que utiliza para alcanzarlas.
Virtualmente, se asume infalible y por lo tanto no deja espacio para la crítica, que por definición deja de serlo y se convierte en ataque.
Como en otras ocasiones, López Obrador invoca los tiempos juaristas y el choque entre los conservadores y los liberales, que traslada a nuestro tiempo.
Pareciera haberse anclado en ese México de hace 160 años, pues sobre él es que construye sus referentes.
Cuando llegó a la presidencia Benito Juárez, en 1858, se estima que la población del país era de 8.3 millones de personas y la tasa de analfabetismo entonces era de 85 por ciento.
Solo el 10 por ciento de la población vivía entonces en las ciudades mientras que el 90 por ciento restante lo hacía en pequeñas localidades desperdigadas por todo el territorio.
El país de 128 millones de habitantes que tenemos hoy es completamente diferente al de los tiempos juaristas. Es una nación predominantemente urbana, con una tasa de analfabetismo de 3 por ciento y con una economía cada vez más de servicios. Se trata de una sociedad diversa y compleja.
Pensar en el México de mediados del siglo XIX impide ver que hoy no podemos dividir a la sociedad en dos partes: los que están conmigo y los que están contra mí.
La exigencia de definiciones expresada por el presidente puede acentuar el clima de intolerancia que observamos en diversos ámbitos, como por ejemplo, en las redes sociales.
Se han presentado algunas expresiones aisladas, pero significativas, de violencia en los últimos días, como lo ocurrido en Guadalajara o lo que ha pasado en diversas zonas de la Ciudad de México, en donde se presentaron destrozos y expresiones claras de odio de clase.
Quienes hemos sido testigos por muchos años del proceso para construir en México una convivencia civilizada entre quienes piensan diferente, sabemos que cuesta mucho lograrlo.
No hace tanto tiempo (apenas seis décadas) todavía se encarcelaba y a veces se ejecutaba a quienes tenían una visión política diferente.
En los tiempos del viejo PRI, antes de las reformas políticas, a veces se criminalizaba el oponerse al gobierno.
La civilidad política que construimos, permitió no solamente disentir sino cambiar al gobierno a través de las elecciones.
Puede ser muy fácil pasar de la condena verbal a quienes se califica como conservadores, a la instigación de la violencia en contra de ellos, o a la creación de condiciones para que no puedan aspirar a contender en los procesos electorales.
Hay que decir ¡No! a la polarización, antes de que sea demasiado tarde y estemos en medio de un conflicto imparable.