“La fuente de la vida es el alma que pongamos en las cosas”
La naturaleza se merece otro coraje más creativo, de salvaguardia de todo y hacia todos; y, también, otras iniciativas más concurrentes y globales, que promuevan lo armónico para hacer las paces con la madre tierra. Hay que ponerse en verdad a salvo para asistir. No estamos aquí para extinguirnos, sino para multiplicarnos, mirar hacia adelante y fomentar los avances entre sí. Para ello, necesitamos la unión plena, el reencuentro auténtico y la observación permanente hacia las diversas formas de cohabitar. Si ya sabemos que de la robustez de nuestros ecosistemas depende directamente la salud de nuestro planeta y sus moradores; así como de la interacción entre el conocimiento y la tecnología estriba claramente la evolución, activemos todos estos componentes innovadores, que es lo que realmente nos suscita acciones de búsqueda permanente y de entrega generosa. Lo que se hace por amor, más pronto que tarde, nos renace y recompone. Trabajemos, pues, el corazón; démosle vigor, mostrando cercanía con los que sufren, respetando los andares y extendiendo siempre los brazos, que la peor de las prisiones es un latir ensimismado en el yo y nada más.
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En cualquier caso, urge que volvamos a ese pulso verdadero y continuo sin desfallecer. La fuente de la vida es el alma que pongamos en las cosas. Unos más otros menos, andamos necesitados de auxilio.
Tenemos que reconstruir, jamás destruir o activar peligros que podrían degenerar en ruinas y sollozos, si no son oportunamente y con suma prudencia eliminados del intelecto humano. Por otra parte, hemos de preservar la biodiversidad, en su poética pujanza silvestre, para que tanto las generaciones actuales como las futuras puedan beneficiarse de su aliento y disfrutar de su belleza. No olvidemos, que la humanidad en su conjunto, depende de ese orbe natural. Así, cuando lo dañamos, ponemos en riesgo también nuestro propio bienestar. De ahí, la imperiosa necesidad de que nuestra fuente de inspiración no cese jamás en el cumplimiento de su deber, en el sentido de servicio, como contribución al progreso de la fraternidad humana, de acuerdo con el precepto de los Derechos humanos.
Ojalá tengamos la lucidez precisa para saber orientarnos en el arte de querernos, de no cultivar la venganza, sino la destreza de amar a los contrarios, hasta volvernos acordes con el mejor estar y el saber ser.
Desde luego, no hay sector más transformador que vivir la expresión artística, original del medio ambiente, como germen de abecedarios esenciales, para el diálogo y el entendimiento entre los pueblos. Por ello, conservar y acompañar a ese universo, en perenne estado de creación natural, es primordial para continuar viviendo. Nos consta que las tendencias son alarmantes. El cambio climático amenaza los monumentos y espacios oriundos del patrimonio mundial. De igual forma, nuestras guerras internas o externas, nos están dejando sin calor de hogar ni horizontes. La ausencia de corredores humanitarios, el abandono de los valores, aminoran los talentos para salir de esta cárcel que nos ahoga. Respirar este mortecino aire, reconozco que nos deja sin respiración para poder repararnos. En consecuencia, no es fácil interpretar el tiempo que vivimos, parar las atrocidades que nos gestamos unos contra otros, conciliar fisonomías que nos sosieguen, cuando además el rol de la creatividad está dominado por el interés mundano.
Por ello, precisamos sublevarnos, activar otro cultivo de culto cognitivo, de cultura en comunión, para que no fracase el entusiasmo de la fortaleza mental y se cumplan todas las esperanzas creativas.
Es hora de avivar lenguajes de concordia, de abrir las puertas de la percepción y de las entretelas, de explorar las obras y la genialidad de los artistas, capaces de sublimarnos y enternecernos, tras alcanzar los registros más íntimos de la conciencia, esos que brillan como signos vivificantes ante los ojos del discernimiento. La familia humana no puede entrar en retroceso, es contranatural. Ciertamente, son muchas las tensiones y la incertidumbre que padecemos, en parte avivada por la plaga del terror y la siembra de odio. Pedimos un renuevo social de corazones, así como un renacer de la naturaleza. Ganaremos en salud mental.
Por desgracia, nos movemos en el terreno del descontrol y esto no es bueno para nada ni para nadie. Sin duda, es la hora de una nueva imaginación encaminada a dar otros frutos más sensibles con el momento, mediante un compartir fraterno, que es lo que realmente facilita ese soplo inclusivo del que andamos tan necesitados, porque en realidad lo que domina es el egoísmo individualista, en vez de ser donantes reconciliados, constructores de la paz y promotores de la cohesión social. Claro, para esto hace falta, tener la audacia de cobijarse con la certeza y el arrojo necesario de suplantar a la ficción, que es la que nos viene trazando los caminos.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
corcoba@telefonica.net