En lugar de investigarla y penalizar a los responsables, la tolera y de rebote, la motiva entre su propia familia y equipo
De seguro en las noches de insomnio del palacio flotan en el aire dos fragancias: populismo y popularidad. El cómo obtener ese equilibrio dinámico entre los dos tan necesario para que el sistema de gobierno siga la ruta trazada y no acabe flotando en sus propias cloacas. El malabar es complicado y más con las desatinadas imposiciones con cara de decisiones en bien de la clase más vulnerable y que se han convertido en un juego no solo difícil, más bien extremo mientras ciertos integrantes de su equipo, que al parecer andan más perdidos que los hijos de la llorona, lejos de ayudar, estorban.
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Desafiando la gravedad (de caída no de grave), y en el afán de frenar el lento pero seguro desplome de su popularidad, está arrastrando al país al despeñadero contrariando eventos como los que llegaron de afuera para quedarse como es el no haber creado alguna estrategia oportuna contra la pandemia mundial y sus fatales consecuencias, o bien la nula intención para crear un mundo sustentable en beneficio de futuras generaciones jugando al trenecito o demoliendo instituciones bajo el argumento de la corrupción, esa corrupción que está adherida a México desde que el mar muerto apenas ingresaba a terapia intensiva y que según él es la causante de todos los males terrenales, hasta del efecto invernadero que se producen las vacas con sus flatulencias.
En lugar de investigarla y penalizar a los responsables, la tolera y de rebote, la motiva entre su propia familia y equipo. Si con la corrupción pasada no se ha hecho nada, mucho menos con la actual que nada tranquila y descaradamente, así como de muertito, en aguas nacionales.
Su popularidad también se ve seriamente afectada con improvisaciones que no pasan desapercibidas por el mínimo filtro de inteligencia. Su técnica: hablar por hablar, como sucede con las desafortunadas y frecuentes arremetidas contra los periodistas, en especial a Loret de Mola que lejos de perjudicarlo le impulsó su carrera en el periodismo o la muralla china, made in México, en palacio contra el grito femenino en días pasados ¿miedo?
Un seguro popular que mi gente necesitaba y a cambio, un Insabi disfuncional; un aeropuerto a la medida que mi México no se merece y con un piloto que tampoco; con escases de medicamento contra el cáncer infantil y el dolor de tantas familias; con la violencia secuestrando las calles frente a besos y abrazos que no hacen el efecto esperado. Su popularidad nos va empujando, cual, si fuera yunta de bueyes, hacia los límites de la parcela. Putin y Amlo, guardando las proporciones, los dos destruyendo países, solo que el primero con misiles y sin escupir hacia arriba.
Desde el 1 de diciembre del 2018 hemos estado en su juego: la tibia oposición como si fuera tiro de esquina, lejos del balón; los empresarios haciendo fila en serie de penales esperando anotar ese gol como salvación de la descalificación en los siguientes partidos, léase contratos; con pocos gobernadores levantando la voz, pero desde la banca; el árbitro del INE sacando frecuentemente tarjeta amarilla suplicando respeto; el capitán del equipo disfrutando con cinismo de la rudeza innecesaria y últimamente, una barra morena preparando los petardos por si el marcador final en la revocación no les favorece. Lo cierto es que con esas versiones de que vayamos a votar o no, a la sociedad nos traen más confundidos que los hijos de Ricky Martin un diez de mayo. Mi recomendación es que vayamos, aunque sea por el simple hecho de darle agua al INE y que no se nos deshidrate, pues.
Un populismo inteligente, entrando por la puerta de la empatía, te puede llevar a una popularidad perene y viceversa, de tal manera, que inteligente o no, uno te lleva a la otra inevitablemente. Por otro lado, lograr una dosificación adecuada entre moral y política, receta básica para el populismo es más que complicado. Entre moral y política hay una interacción y una rivalidad constante, permanente, histórica y en ocasiones hasta tóxica, que no necesariamente depende una de la otra, aunque debería. Política es formación del orden colectivo, la moral se refiere a un conjunto de principios que configuran las conductas humanas; nace y se mantiene de los colores necesarios y aplicables de acuerdo a las culturas de una manera específica. La mala dosificación entre la moral y la política puede ser también un juego difícil y extremo, además de espinoso.
Ahora que me acuerdo … ¿y el avión?
@barrerArq