La consulta popular del 1 de agosto de 2021 inauguró una nueva era que llamaron democracia directa en nuestro país.
La consulta de revocación de mandato no parece tener razón de ser, ya que el Presidente fue electo para un periodo sexenal, un periodo definido por la Constitución y que lleva cumpliéndose desde Lázaro Cárdenas (1934-1940) sin ninguna interrupción ni sobresalto. La consulta planteará a la ciudadanía si quiere que el Presidente continúe en su cargo o no, o alguna modalidad así, que implique continuidad o destitución.
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La consulta popular del 1 de agosto del 2021 inauguró una nueva era que llamaron democracia directa en nuestro país.
Estuvo desangelada y con poca participación, pero no deja de ser el primer ejercicio en su tipo.
La segunda probablemente atraerá más votantes a las urnas, también generará una mayor polarización política: la consulta de revocación de mandato del presidente López Obrador, agendada para abril de 2022.
La expectativa de que esa consulta tenga una mayor participación que la del 1 de agosto del año pasado, así como una mayor polarización política, se basa en que los actores políticos en ambos lados estarán mucho más involucrados. Del lado oficial, estará en juego no sólo la figura y liderazgo del Presidente, sino su proyecto entero.
Del lado opositor, estará en juego la fuerza con la que salgan el Presidente y su partido de ese ejercicio de consulta ciudadana.
Ambos aspectos tienen implicaciones claras para las elecciones presidenciales de 2024.
Desde ya se prevén tres escenarios para la consulta de revocación de mandato.
En uno arrasa el sí: el respaldo a que López Obrador continúe como presidente va de una clara a una contundente mayoría.
En un segundo escenario, gana el sí a que López Obrador continúe pero en un escenario mucho más cerrado, ya sea con una ligera mayoría o con una pluralidad, si es que los votos nulos se contabilizan.
Y un tercer escenario es que el Presidente pierda la votación y se le revoque el mandato.
El primer escenario es bastante probable y dependerá de la capacidad e interés de movilización de las fuerzas políticas. Una baja participación significaría que los morenistas o los seguidores de la 4T sean los que voten principalmente, como el pasado 1 de agosto, cuando votó apenas 7 por ciento del electorado pero ganó el sí con más de 90 por ciento. Al estar en juego la figura del actual Presidente se atraerá más votantes a las urnas que la llamada a enjuiciar a los expresidentes.
El segundo escenario es, todavía más probable. La oposición tendrá muchos más incentivos a invertir en la movilización, cosa que no hizo en esta primera consulta de agosto porque parece que era políticamente más rentable no hacer nada.
La razón para movilizar en 2022 es que un escenario claramente favorable para el Presidente lo fortalecería a él y a su partido rumbo a las elecciones de 2024.
Para la oposición, el objetivo real no sería derrotar a AMLO en la revocación de mandato, sino debilitarlo.
La consulta del 1 de agosto dejó un sabor agridulce porque, si bien arrasó el sí, la participación fue muy baja. En la revocación de mandato podría esperarse lo opuesto: una participación significativamente más alta pero con un resultado mucho más cerrado.
El tercer escenario, es el menos probable y, a su vez, como el menos deseable, debido a la crisis política en la que podría entrar el país ante una eventual destitución del Presidente.
Sin embargo, aunque no sea muy probable, no deja de ser posible una derrota de AMLO. Dicha derrota podría ser el reflejo de un descontento acumulado al cuarto año de gobierno, con altos índices de inseguridad, una economía nacional estancada y una pandemia cuya luz al final del túnel no logra verse al día de hoy. Y no hay que olvidarnos del proceso de una polarización ya normalizada en el país.
Más que un ejercicio de unidad nacional y de respaldo a la figura presidencial, la consulta de revocación de mandato luce como un proceso altamente polarizante.
En su forma, la pregunta puede ser algo así como si deseas o no que el Presidente continúe con su mandato.
La respuesta institucional debería ser que sí, que termine. En el fondo, y bajo la narrativa que conocemos en estos días, la pregunta podría entenderse como “¿estás conmigo o estás contra mí?”
En vez de ser una ratificación puramente procedimental, la consulta podría resultar en un conflicto de identidades sociopolíticas agudamente activadas: los transformadores contra los conservadores, por decir lo menos.