Última parte
Con estas nuevas adquisiciones, la OTAN ha creado un cerco de acero a lo largo de toda la frontera entre Rusia y Occidente, cerco que va desde el mar Báltico en el norte hasta el mar Negro en el sur.
Este crecimiento amenazante viola, además, el compromiso formal de Estados Unidos y la OTAN de no avanzar hacia la frontera oriental de Rusia.
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“Es cierto que a comienzos de los 90, la ex URSS tenía el compromiso que EE, UU. y la OTAN no avanzarían hacia sus fronteras: «Ni un centímetro hacia el Este» fue la promesa hecha por el secretario de Estado estadounidense James Baker, pero la palabra empeñada no se cumplió” (Pablo Ruiz, rebelión.org, 19 de febrero).
Si no olvidamos, además, que Estados Unidos ha plantado base de misiles con ojivas nucleares en varios de estos países, resultan mas que claros los propósitos ofensivos de tales cambios.
En su alocución al pueblo norteamericano del 15 de febrero, el presidente Joe Biden dijo entre otras cosas: “Estados Unidos y la OTAN no son una amenaza para Rusia”. Si esto es verdad, el presidente Biden debería explicar con qué objeto ha creado el cerco nuclear en la frontera oriental de Rusia.
Pero la OTAN no solo crece en número de miembros, también se arma cada vez más y con armas nucleares de última generación. “La OTAN es responsable del gasto militar” Cuando EE. UU. y la OTAN lanzaron su campaña en Bosnia, Afganistán, Irak y Libia comenzó a dispararse el gasto en armamentos.
“Las ventas combinadas de armas de las 100 empresas de servicios militares y productoras de armas más grandes del mundo fueron de 531 mil millones en 2020…”. “La OTAN representa hoy más de la mitad del gasto militar mundial, y esa proporción seguramente subirá en los próximos años.” (Pablo Ruiz, nota ya citada) ¿Y todo este dineral solo para prevenirse de un peligro inexistente o, mejor dicho, inventado por el imperialismo?
Nadie en sus cabales puede creer semejante patraña. Resulta evidente que se está preparando un golpe decisivo contra los dos mayores obstáculos que se oponen a la hegemonía mundial norteamericana.
Hay que recordar, además, que todos estos cambios en la OTAN se llevaron a cabo antes de que surgiera el conflicto Rusia-Ucrania, de donde puede concluirse que dicho conflicto no es la causa sino la consecuencia inevitable de los afanes hegemónicos del imperialismo norteamericano, como dije al principio.
¿Qué sucedió en Ucrania? Desde que este país se desvinculó de la URSS, las relaciones entre ambos fueron normales, con los altibajos inevitables entre vecinos próximos. ¿De dónde surgió entonces el actual conflicto? La explicación es sencilla: resulta que el cerco de la OTAN en torno a Rusia no está todavía completo y su eficacia no está completamente garantizada.
Hace falta copar el flanco sur, que es precisamente donde se ubican Ucrania y Georgia. La OTAN ha tenido claro desde siempre que un ataque a Rusia desde sus posiciones actuales sería contestado con un contragolpe demoledor. Ucrania es la pieza clave para asestar el primer golpe nuclear sin peligro de respuesta.
En números: un misil disparado desde la base más cercana tardaría 15 minutos en alcanzar Moscú, tiempo suficiente para preparar y lanzar la respuesta; disparado desde la frontera ucraniana, tardaría entre 4 y 5 minutos, que no bastan para una defensa segura. Por eso Rusia ha dicho a la OTAN y a los norteamericanos que Ucrania y Georgia son la raya roja que no deben cruzar. Conclusión: hay que apoderarse de Ucrania al precio que sea.
Esta es la razón del conflicto actual. Desde que terminó la segunda guerra mundial, los norteamericanos comenzaron a utilizar a los cientos de miles de ucranianos pro-fascistas que se unieron a Hitler contra la URSS para diversos propósitos agresivos, el principal de ellos fue injertarlos en la sociedad ucraniana, entrenarlos política y militarmente y armarlos para hacerse con el poder del país.
Estos preparativos maduraron en 2014, año en que se instrumentó la revolución de colores conocida como “Euromaidán”, contra el presidente Víctor Yanukóvich, un político que hacía equilibrios entre Washington y Moscú, lo que lo hacía poco fiable para los yanquis.
El golpe de los fascistas y nacionalistas de ultraderecha triunfó, y a continuación éstos desataron una orgía de sangre y represión contra sus opositores, principalmente los ucranianos de sangre y lengua rusas que viven en la región del Donbass.
Los calificativos de ultraderechistas y nazis no son propaganda rusa sino una amarga verdad. “La CIA utilizó a los nazis durante toda la guerra fría. (Al llegar Carter al poder) ordenó al almirante Stansfield Turner «poner orden» en la agencia y limitar el papel de aquellos agentes.
La mayoría de los nazis fueron separados, pero se conservó a los que podían actuar en los países miembros del Pacto de Varsovia. (Reagan) buscó influir en las «naciones cautivas» de Europa oriental creando un montón de asociaciones para desestabilizar los Estados miembros del Pacto de Varsovia, e incluso la URSS.
Así (…) en 2007, la CIA organizó en Ternopol, Ucrania, un congreso para reunir a los neonazis europeos y los yihadistas del Medio Oriente contra Rusia. Ese encuentro tuvo como copresidentes al nazi ucraniano Dimitro Yarosh y al emir checheno Doku Umarov (…).
En 2013, la OTAN entrenó en Polonia a los hombres de Dimitro Yarosh, para utilizarlos después en la operación de «cambio de régimen» montada en Ucrania por Victoria Nuland: la llamada «revolución de la dignidad», también conocida como «EuroMaidan» (voltairenet.org, 6 de marzo). Según el mismo portal, fue la presencia de cinco ministros nazis en el gobierno surgido del EuroMaidan lo que sublevó a los ruso-ucranianos del Donbass y provocó el referéndum que aprobó por mayoría aplastante la independencia de las repúblicas de Donetsk y Lugansk.
Tampoco es propaganda rusa la represión sangrienta que los nazis golpistas desencadenaron contra la población de las repúblicas independientes: “…en 2014 (…) el poder es tomado por una facción de neonazis, que desatan procesos de xenofobia, de homofobia y de exterminio racial.
Sus métodos dicen más de ellos que cualquier tratado: crucifican a sus víctimas con clavos y cruz y los queman en hogueras; llegaron a incinerar vivos a cincuenta jóvenes en una sede sindical (en Odessa, añado yo), mientras que a un número cercano a cien lo lincharon, desgarrando sus cuerpos, entre ellos una señora embarazada a la que le destrozaron el cráneo a golpes de tubo.
Luego el presidente condecoró a quienes realizaron tal matanza. La mayoría de las víctimas civiles son de la región del Donbass, bombardeada por el ejército ucraniano; las cifras oficiales (de la ONU, aclaro yo) calculan 14,000 en ocho años de guerra, sin contar a los que ha matado de hambre y de sed, porque ha dejado a un millón de habitantes sin agua. Capítulo especial es el de las violaciones carnales que son masivas; han violado mujeres de todas las edades, incluso bebés de brazos en presencia de sus madres, las que también son abusadas” (José Darío Castrillón Orozco.
El Quindiano, 6 de marzo). Y esta horrible situación, solo atenuada intermitentemente, duró ocho años. El articulista concluye: “Tenían muchas razones las comunidades de Donetsk y Lugansk para pedir auxilio al ejército ruso…”.
Se demuestra aquí, con toda claridad, que el conflicto ruso-ucraniano no nació de la prepotencia y la ferocidad del “dictador populista ruso”, como propala la prensa occidental, incluida la mexicana; se trata de una operación larga y cuidadosamente preparada con varias metas posibles: a) obligar a Rusia a aceptar la absorción de Ucrania por la OTAN; b) forzarla a “invadir” Ucrania para tener el pretexto de intervenir en defensa de la nación “agredida”; c) Orillar a Ucrania, después de desconocer el acuerdo de Minsk, firmado entre ésta y las repúblicas independientes, con el aval de Francia, Alemania y la propia Rusia, a desencadenar el ataque militar en su contra para someterla por la fuerza y avanzar después sobre Crimea.
En cualquier caso, el objetivo era involucrar a Rusia en un conflicto armado con Ucrania para justificar su aniquilación total, ya mediante las armas, ya mediante el estrangulamiento económico, que es justamente lo que estamos presenciando hoy.
Putin leyó bien la jugada y se adelantó a sus enemigos. No invadió Ucrania ni esperó a que esta desencadenara un ataque armado contra el Donbass. Optó, primero, por reconocer la independencia de ambas repúblicas rebeldes y, a continuación, firmó con ellas un pacto de asistencia recíproca, incluida la ayuda militar. Y solo después de cumplido ese protocolo, ordenó la “operación militar especial” para salvar del horror nazi al Donbass, lo cual, técnicamente hablando, no puede calificarse de invasión.
Pero también es cierto que el presidente Putin sabía que la operación para colocarlo ante la disyuntiva de rendirse o morir estaba en marcha y que no le quedaba más remedio que actuar. Su certeza nació de dos fuentes: 1ª, la tupida campaña mediática que insistía, una y otra vez, en que Rusia se disponía a invadir Ucrania, dando incluso fecha y hora de tal evento, a pesar de los reiterados desmentidos oficiales del gobierno ruso.
Putin conoce bien la estructura corporativa y centralizada de la prensa atlantista, y sabe que en ella no se publica nada sin filtro previo y sin la autorización de la más alta jerarquía. Por tanto, la reiterada acusación solo podía ser la manifestación de un plan para atacar a Rusia. 2ª, El altanero rechazo de Estados Unidos a su propuesta de un acuerdo de seguridad indivisible para toda Europa, que incluía el retiro de la OTAN a sus fronteras anteriores a 1997, el regreso de las armas nucleares a su país de origen y el compromiso de no incluir a Ucrania y Georgia en la OTAN bajo ninguna circunstancia.
Estados Unidos respondió que no abandonarían su política de “puertas abiertas” (¿¡¡) ni renunciarían al principio de que cada país es libre de elegir a sus aliados para garantizar su seguridad. En una palabra: no renunciaban a su propósito de sumar a Ucrania a la OTAN, lo que equivalía a una virtual declaración de guerra. Por eso, no es una exageración decir que el conflicto Rusia-Ucrania es, en el fondo y en la realidad, el conflicto Rusia-OTAN (incluyendo a EE. UU.).
De todo esto la prensa de México y del mundo no dice absolutamente nada. Como escribe Castrillón Orozco “…a finales de 1991 la OTAN reconoció a dos provincias separatistas en Yugoslavia, y cuando este país reaccionó militarmente, esa fuerza bombardeó su capital, Belgrado, sin autorización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas; hoy Rusia reconoce a dos repúblicas que se independizan de Ucrania, referendo de por medio, y ante el bombardeo de Kiev las tropas rusas apoyan a los separatistas, a eso llaman invasión.
La demolición de Yugoslavia y su partición en siete republiquitas se autodenominó “intervención humanitaria.” (nota citada). Y la prensa que hoy se desgarra las vestiduras y se desgañita gritando insultos, condenas y maldiciones contra el feroz dictador ruso, no dijo nada entonces, añado yo.
Este trabajo, como ya dije, me fue impuesto por la desazón que me causa ver que quienes critican con razón el reduccionismo absurdo de López Obrador, incurran a su vez en un reduccionismo mayor y de más graves consecuencias, como es el de formular un juicio sobre la guerra (en apariencia) ruso-ucraniana y condenar frontalmente a Rusia prescindiendo absolutamente del contexto de espacio y tiempo en que se da y se explica el conflicto.
No me preocupan el rechazo y la condena; es un derecho de todo mundo opinar libremente de lo que sea y yo respeto ese derecho. Pero todo juicio conclusivo exige un previo análisis, riguroso y objetivo; de lo contrario se incurre en un prejuicio, es decir, en un acto arbitrario y caprichoso, contrario a la razón y a la sana inteligencia.
Estoy convencido de que los tiempos en que los países pobres y subdesarrollados cifraban sus esperanzas en lo que pudiera hacer por ellos algún país poderoso y desarrollado, quedaron definitivamente atrás.
Lo bueno y lo malo que ocurra en México será obra y responsabilidad de los mexicanos exclusivamente. Nada espero de Rusia ni de Estados Unidos, salvo que respeten nuestra libertad, soberanía e independencia para elegir nuestro propio camino, nuestro propio destino.
Sin embargo, coincido plenamente con el juicio de José Darío Castrillón: “En el escenario mundial se proyectan sombras de una guerra mundial, también de una confrontación nuclear y el fin de la humanidad. Eso hace parte de las posibilidades y la sensatez de los gobernantes viene en dosis tan precarias que cualquier disparate puede ocurrir”. Y creo que es nuestro deber no contribuir al desastre.