Segunda y última parte.
Como vimos más arriba, la OTAN no jugó ningún rol determinante durante todo el tiempo que duró la guerra fría; su papel fue esencialmente amenazante y disuasivo.
Pero con la victoria del imperialismo en la guerra fría las cosas cambiaron. En primer lugar, perdió toda razón de ser la OTAN vista como arma contra el enemigo vencido.
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Muchos partidarios de Occidente y otros más engañados por su propaganda, pensaron que desaparecería, como había desaparecido ya el Pacto de Varsovia, su contraparte socialista, pero se equivocaron rotundamente.
Lejos de desaparecer, la OTAN continuó ampliándose y fortaleciéndose, poniendo así al desnudo que su objetivo no era acabar con el comunismo sino conquistar la hegemonía mundial.
En segundo lugar, dado que la guerra mediática de Occidente se había fundamentado en un discurso construido a base de una falsa moral, valores falsos y falsas promesas de progreso compartido, paz y bienestar para todos, resultaba ahora peligroso continuar con la vieja política rapaz y depredadora a cara descubierta.
Había que esconderse detrás de nuevas “teorías económicas” como el fundamentalismo de mercado o neoliberalismo y la globalización; se lanzó una verdadera cruzada universal por los derechos humanos, por la democracia y por la libertad de los pueblos para justificar las agresiones unilaterales, las revoluciones de colores y los ataques con ejércitos privados integrados por mercenarios de nuevo cuño.
Pero con disfraz y sin él, la arremetida imperialista tras la caída del bloque socialista ha sido vasta y brutal. “Tras la caída de la Unión Soviética Estados Unidos levantó el pie del freno.
La invasión de Panamá a finales de 1989 fue un ensayo para lo que seguiría después. Poco después fue el turno de Irak, Yugoslavia y Somalia. Más tarde seguirían Afganistán, Yemen y Siria. Además de las intervenciones militares abiertas, Estados Unidos emprendió cada vez más «guerras híbridas» o «revoluciones de colores» para provocar un cambio de régimen, lo que no funcionó en todas partes.
Así lo intentaron en Brasil, Bolivia, Venezuela, Cuba, Honduras, Nicaragua, Georgia, Ucrania, Kirguistán, Líbano y Bielorrusia. Por otra parte, más de veinte países fueron objeto de sanciones económicas.” (Marc Vandepitte, Rebelión.org, 11 de febrero de 2022).
El 5 de febrero de 2002, el Servicio de Investigaciones del Congreso (CRS en inglés), dependiente de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, publicó una compilación de los casos en que Estados Unidos hizo uso de sus fuerzas armadas en el exterior (…) a los efectos de proteger a ciudadanos de Estados Unidos o promover los intereses del mismo país.
“El informe inicial de CRS enumera nada menos que 300 casos, el último de los cuales fue la intervención armada y bombardeo de Kosovo en noviembre de 2001. Por lo tanto, excluye todo lo que vino después: la guerra de Irak, iniciada en 2003 y que se extendió hasta el 2011; la intervención militar en Somalia en 2007; en Libia en el 2011 y las operaciones militares en Yemen, Pakistán y Somalia entre 2011 y 2012 y las desatadas en contra del gobierno de Siria a parir de 2014. Por eso el cálculo final arroja 315 casos (…).
Ningún otro país del mundo ostenta tan ominoso récord, algo digno de tenerse en cuenta en momentos en que la aplastante mayoría de los medios de comunicación y las redes controladas por el imperio se empeñan en demonizar a Rusia…” (Atilio Borón, CUBADEBATE, 3 de marzo).
En algunas de estas guerras por la “democracia, la libertad y los derechos humanos” ha tenido participación la OTAN; pero en general, como las mismas citas aclaran, los agresores han escondido la mano y la cara recurriendo a las “revoluciones de colores” o a los grupos de mercenarios armados y financiados por ellos, como el Daesh en Siria o la Hermandad Musulmana en Egipto y Libia.
A pesar de esto, la OTAN ha seguido creciendo y armándose. Como dijimos antes, al nacer contaba con 12 países miembros; en 1997, cuando se firmó el Acta Fundacional Rusia-OTAN, contaba con 16 miembros, cuatro más en 48 años; en la actualidad cuenta con 30 miembros, es decir, 14 más en solo 25 años.
Esos 14 miembros, según la nota de Marc Vandepitte ya citada, son: Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Rumania, Eslovenia, Croacia, Montenegro, Albania, Macedonia del Norte y Bulgaria. En resumen, se trata de las repúblicas surgidas del desmembramiento de Yugoslavia, llevado a cabo por la misma OTAN a finales de 199l; de los países ex socialistas de Europa Oriental y de las tres repúblicas bálticas que formaron parte de la URSS.