“La tolerancia es lo que nos hace entendernos y armonizarnos, mientras la intolerancia cubre la tierra de lágrimas”.
La penuria más grande de una sociedad, radica en las tremendas desigualdades entre análogos. Por una parte, tenemos ese mundo privilegiado, que del principio al fin lo conforma a su antojo, sumido tanto en el vacío como en el vicio, en el endiosamiento como en la inhumanidad entre sí.
Al otro lado, está ese otro mundo hundido en la pobreza y en la mayor de las desdichas; hasta el punto de que la misma sociedad a la que pertenece, lo contamina y lo excluye.
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Y, en medio de esos ámbitos diversos, la incapacidad de superar la división y el antagonismo, el miedo a tender la mano para fomentar el acercamiento, en aras de una humanidad más fraterna y solidaria.
En realidad las partes se vuelven insoportables, porque hasta nosotros mismos no acertamos a despojarnos de nuestras miserias, asentándonos en bases falsas que lo funden en contiendas inútiles y lo confunden hasta la saciedad, convirtiéndose así en modelos sectarios que nos dejan sin aliento.
Ante estas bochornosas situaciones, hay que pararse para hacer silencio y poder escucharse, restituir vínculos y restablecer el aguante de soportarse y soportarnos.
En efecto, la tolerancia es lo que nos hace entendernos y armonizarnos, mientras la intolerancia cubre la tierra de lágrimas.
Sin duda, es menester tomar otros espíritus como especie pensante, que nos impidan proseguir con la multitud de caldeamientos entre semejantes, que lo único que nos conducen es a la propia destrucción humana. Los calentamientos no son buenos para nada ni para nadie.
Tampoco debemos continuar desperdiciando energías que nos mantienen vivos en comunidad. Propiciemos el parentesco de la unión y de la unidad.
Este valor trascendental ha de ser nuestro punto de partida, nuestro gallardete a reconquistar en esta era digital en la que nos movemos, con un declive moral sin precedentes, cuestión que nos está dejando sin confianza entre similares.
Lo importante es que aprendamos a reconocernos en la oscuridad para poder clarificarnos entre tantas historias vividas, y hacerlo con una mirada global, que es lo que verdaderamente no hará volver a retomar la cultura del abrazo, como algo que nos conecta y nos iguale.
En cualquier caso, el momento actual nos llama a la resistencia para detener el aluvión de enfrentamientos absurdos y a poner fin a las guerras de raíz, incluidas las familiares, redescubriendo los sueños armónicos del verso y la palabra que salen de nuestro interior, cuando se sustentan en los latidos de la verdad y de la bondad.
No podemos continuar en la incoherencia, ni proseguir el camino desdiciéndonos con el hacer, batallando unos contra otros sin piedad alguna.
Solo hay que ver como cada día se nos proporcionan nuevas pruebas de que no es sólo Ucrania la que está siendo atacada por Rusia, es el mundo entero, es la humanidad en su conjunto, es el propio espíritu humano que se deshumaniza por completo. Urge que nos enmendemos para salir de esta enfermedad contagiosa de sufrimientos y dolores.
Quizás, el primer impulso deba ser desarmarse y verse de cerca unos y otros, con la visión del alma y sin armas, para tomar conciencia del bochorno y de este mal que nos deshonra como linaje. Sólo hay que ver los brotes de tensión en cualquier esquina, el desorden y el desengaño permanente, el descontrol de todo y hacia todos, las situaciones dolorosas y la falta de voluntad de cambio.
Por ello, la nueva reorientación del género humano tiene que partir de un contexto de familia, que es donde se ofrece una sólida formación moral, de la que tan necesitado está el mundo presente.
Para soportarse y soportarnos, mal que nos pese, se requiere reencontrarse con uno mismo, con sus progenitores enraizados en la existencia del propio árbol viviente.
Además, nos hace falta el auténtico diálogo, ponerlo en valor con la aceptación recíproca entre culturas, sentirnos libres y liberados de la legión de dominadores que habitan la tierra, reforzar el vínculo de los derechos humanos y poner fin a la multitud de atropellos que a diario se producen, que nos denigran totalmente y nos impiden la convivencia.
De lo contrario, el trauma será grande y la humanidad morirá de desolación y cansancio. Sea como fuere, la apuesta por el futuro no debe derrumbarse jamás, está en un mayor cuidado del espíritu de la razón a través de un sensato saber digerir y dirigirse.
Es cuestión de quererse, respetarse y de mantenerse activo en el rechazo de la violencia deplorable y del extremismo ciego. Un espíritu cooperante de punta a punta lo aguanta, con el objetivo de hallar una quietud que, sin faltar una coma, lo hermana.
No olvidemos que la buena predisposición es la mejor ayuda y, con voluntad, se consigue hasta que los corazones de piedra sientan y abandonen cualquier forma de intransigencia y discriminación.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
corcoba@telefonica.net