Aunque se encuentra a casi 11,000 km de distancia, la crisis en Ucrania tendrá repercusión en las relaciones de México con Estados Unidos por el papel protagónico de la Casa Blanca en la fabricación de una guerra motivada por la intención del presidente Joseph Biden de reconstruir el papel intimidante de la OTAN en Europa e incorporar a los antiguos países comunistas al bloque militar capitalista.
Toda la crisis de Ucrania se centra en la intentona de Washington por quitarle el dominio militar a Rusia y a China, potenciar el activismo geopolítico- militar de la OTAN y sobre todo colocar una cuña en la frontera de Ucrania con Rusia.
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Un marco referencial de interpretación de la crisis de Ucrania puede ser la revisión de la crisis de los misiles soviéticos que se estaban instalando en Cuba en octubre de 1962 y que llevaron al presidente Kennedy amenazar con la invasión a la isla y con ataques a las posiciones armamentistas de Moscú en La Habana, aún a riesgo de provocar una conflagración mundial.
La argumentación del presidente Kennedy fue muy simple: Estados Unidos tiene una zona estratégica de seguridad nacional en América Latina y el Caribe y no iba a permitir que la Unión Soviética tuviera misiles apuntando a posiciones estadounidenses a solo 90 millas de distancia. La construcción de los silos fue captada por aviones espías estadounidenses y llevaron a Washington a una negociación directa con Moscú para desmantelar esos misiles a cambio del compromiso estadounidense de no invadir nunca a Cuba.
La tensión internacional entonces sí llevo a temores de una tercera guerra mundial nuclear. La estrategia de Estados Unidos hacia Cuba puede ser criticable y hasta censurable en términos de convivencia internacional, pero el aislamiento de la isla estuvo motivado por la falta de pensamiento estratégico del presidente Fidel Castro y su propuesta –confirmada en algunos libros de colaboradores– de que sí estaba dispuesto a apretar el botón para lanzar misiles de destrucción contra territorio americana.
Toda proporción guardada y con circunstancias adecuadas a la evolución internacional, la decisión de Putin de arrinconar a Ucrania fue motivada por la exigencia de la Casa Blanca de que ese pequeño país se incorporará al bloque militar de la OTAN y acicateada por la aceptación de Estados Unidos de que la OTAN tuviera un ejército europeo multinacional activo.
En términos estratégicos, la OTAN estaba siendo perfilada por los gobiernos de Donald Trump y Joseph Biden como el nuevo muro de Berlín para regresar al mundo bipolar de la segunda posguerra: Estados Unidos, sus aliados y los países del bloque soviético reconvertidos al capitalismo y Rusia y China del otro lado.
Estados Unidos vio un hueco Ucrania como un país que hace frontera física con Rusia y lo atrajo hacia la OTAN. Se trató de un movimiento de provocación internacional a sabiendas de que Rusia nunca iba a aceptar que un país capitalista pusiera a la OTAN –con presuntas bases militares y desde luego tanques disponibles– justo en la frontera rusa. Un ejemplo equiparable sería que México se incorporará a los intereses de Rusia, China o Cuba y permitiera que la frontera con Estados Unidos quedará supeditada a los intereses de defensa nacional de países enemigos de Washington.
En este contexto, México y todos los países que han intentado lograr un margen de autonomía relativa de los intereses geopolíticos militares y de seguridad nacional de Washington deberían darle una lectura estratégica a la crisis en Ucrania y no quedarse atrapados en la lógica elemental de un país invadiendo al otro sin conocer ni procesar los intereses estratégicos de dominación estadounidense que están presentes en la crisis ucraniana.
La estrategia estadounidense nunca fue movilizar tropas a Ucrania porque estaría creando otro Vietnam u otra Afganistán; Estados Unidos provocó la invasión militar rusa a Ucrania y su respuesta será el debilitamiento en gasto militar nuclear y la aplicación de sanciones que tendrían el propósito de desestabilizar las precarias finanzas rusas. Y al mismo tiempo, arrinconaron a China ante la decisión de aceptar la movilización de tropas de apoyo en una conflagración mundial, cuando en el fondo la política militar China es más de disuasión que de operación y su objetivo de dominación es económica y sobre todo portuaria en la llamada ruta de la seda.
En este escenario debe México tomar decisiones delicadas que se salgan de la configuración un lenguaje demagógico de la paz y que bloqueen la intención estadounidense de construir una nueva dominación militar en América Latina y el Caribe azuzando el fantasma del expansionismo ruso.
En este teatro estratégico de operaciones, México parece carecer de un pensamiento geopolítico y no tiene una política exterior con doctrina de seguridad nacional y defensa nacional para marcar definiciones que no caigan en los juegos de pánico bélico que la Casa Blanca ha puesto en operación desde la guerra fría. Hoy más que nunca se requiere que los países no bélicos construyan una reproducción actualizada de aquel modelo de Países No Alineados que logró crear un espacio intermedio en la competencia militar Washington-Moscú
Zona Zero
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Se siguen acumulando evidencias de que los nuevos gobiernos estatales producto de las elecciones del 2021 y los seis que cambiarán administración estatal en este año carecen de enfoques propios de seguridad y han basado sus candidaturas solo en presuntas popularidades derivadas de la aprobación presidencial. La violencia criminal en Colima y Zacatecas son focos de atención para la revaluación de la estrategia de seguridad más allá del modelo pasivo de construcción de la paz y para desarrollar operaciones de inteligencia que puedan desmontar la capacidad expansiva de las bandas criminales que están sembrando el terror en las poblaciones civiles.
El autor es director del Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad.
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