El entusiasmo despertado por la victoria electoral de la alianza izquierdista del líder estudiantil Gabriel Boric en Chile podría estar llevando muy pronto a una crisis de expectativas.
La esperanza de un fortalecimiento de la izquierda socialista en ese país quedará frustrada por la incapacidad de la coalición ganadora de construir un verdadero bloque de poder alrededor de una agenda de transformación productiva y no solo, como parece ser, de temas lejanos a cualquier reestructuración de la correlación de fuerzas productivas.
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Para comenzar, Chile necesita un deslindamiento histórico de expectativas: la victoria de Boric nada tiene que ver con el periodo histórico del presidente socialista-comunista Salvador Allende Gossens 1970-1973.
En ese período histórico, la izquierda latinoamericana tenía una definición ideológica socialista; hoy, en cambio, la actual propuesta izquierda es una caricatura populista-caudillista que refiere más al bonapartismo francés explicado por Marx en El 18 brumario de Luis Bonaparte, como lo prueban los casos de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Alberto Fernández, Daniel Ortega y Evo Morales, entre otros.
El desmoronamiento de la Unión Soviética en 1989 y el proceso de transformación de Fidel Castro de un líder social en un dictador clásico condujeron a un proceso histórico de Iberoamérica determinado por la geopolítica de Estados Unidos.
La liquidación de la propuesta socialista soviética aflojó el marco referencial de la Casa Blanca y el proceso político-ideológico de Iberoamérica dejó de ser una prioridad para Washington.
A ello contribuyó también el hecho de que la propuesta socialista-comunista nunca pudo lograr bases de movilización suficientes ni menos aún supo aprovechar la construcción de una clase obrera industrializada.
El camino fue desviado por el populismo peronista en Argentina al convertir a la clase obrera revolucionaria en un sector típico de lumpenproletariado sin conciencia de clase.
A pesar de haber financiado y entrenado guerrillas revolucionarias en Iberoamérica, Fidel Castro siempre tuvo claro que el escenario socialista de gobierno era imposible para la situación de subdesarrollo económico y social en la región.
El agotamiento de la vía armada guerrillera por la brutal estrategia contrainsurgente de EU tuvo su complemento en la imposibilidad de la izquierda socialista Iberoamericana para construir partidos de clase que pudieran potenciarse en gobiernos socialistas.
El itinerario Iberoamericano se desvió del rumbo socialista y buscó el atajo fácil del populismo, una estructura de control político autoritario basado el liderazgos carismáticos o dictatoriales.
El ciclo populista fue potenciado en el 2000 por el liderazgo caudillista de Hugo Chávez, aunque fortalecido con el dispendio de recursos petroleros regalados a gobiernos aliados.
Los períodos de revolución socialista y populista en Iberoamérica carecieron de un modelo estratégico y se fueron configurando gobiernos estatales aislados.
La ausencia de una conducción estratégica de procesos locales ha conducido a gobiernos populistas agobiados por crisis económicas y de seguridad, sin capacidad de construcción de un ciclo articulado de relaciones productivas internacionales.
Las victorias populistas en los últimos diez años han respondido a lógicas de contradicciones internas y de conflictos entre grupos dirigentes, no entre clases productivas. Los gobiernos populistas se han olvidado de las dos piezas clave del desarrollo independiente: la educación y la tecnología.
Y a pesar de tener espacios de entendimiento productivo, esos populismos no pudieron prohijar una burguesía productiva nacionalista y progresista y permitieron la transnacionalización industrial y comercial.
El escenario político de Iberoamérica se va a mover en los extremos políticos de las dictaduras cubana y nicaragüense y la expectativa chilena de reconstrucción de su sistema político/régimen de gobierno/Estado vía la redacción de una nueva Constitución que destruya no solamente las reformas pinochetistas sino el modelo social-ideológico que construyó la dictadura al amparo del modelo económico neoliberal.
Pero la ausencia de una reflexión teórica del nuevo momento Iberoamericano podría dejar atrapado a Chile en un juego de pinball, como una pelotita chocando alocada y sin orden en un tablero de países que no pueden ser referentes del cambio institucional.
La tradición histórica Iberoamericana ha estado determinada por la existencia de liderazgos caudillistas y no por procesos de desarrollo histórico de clases y modos de producción.
El fracaso de la populista se localiza en el empobrecimiento mayoritario, la transnacionalización de su empresariado y la inexistencia de un modelo de desarrollo nacional con capacidad de integración internacional, con la carga emocional de las caravanas de miles de migrantes iberoamericanos huyendo de sus países en busca del sueño estadounidense de bienestar.
Los espacios de movilidad del nuevo gobierno chileno de Boric estarán acotados por un archipiélago de naciones regionales sumidas en crisis productivas y la incapacidad para proporcionarle bienestar a su población.
El principal problema de Chile radica en la construcción de un modelo de desarrollo alternativo al pinochetista, para el cual se requiere de un desarrollo dinámico de las clases productivas.
Pero mientras el desarrollo exige un modelo educativo-tecnológico para la producción, la agenda del líder estudiantil Boric se basa en una educación de bienestar y la revolución social.
En este sentido, el principal desafío del nuevo presidente chileno será de construcción de un modelo de desarrollo y no de responder a una victoria ideológica. O terminar como Nicaragua.
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