Discurso de António Guterres para la ceremonia de la Lámpara de la Paz

António Guterrez

Hermano [Marco] Moroni, Su Eminencia el Cardenal [Gualtiero] Bassetti, Su Majestad el Rey Abdullah, Excelencias, mis queridas hermanas y hermanos.

En italiano: Es un gran honor y un privilegio unirme a ustedes en esta ceremonia y recibir la Lámpara de la Paz. Ojalá pudiera estar con ustedes en la hermosa Basílica de San Francisco. Al honrarme, están reconociendo el trabajo de todo el personal de las Naciones Unidas que lucha por la paz en todo el mundo: cuerpo diplomático, humanitarias, humanitarios, especialistas en desarrollo y personal de mantenimiento de la paz, que se ponen en peligro para salvaguardar y promover la paz. Les ruego que me disculpen por pasar al inglés en este momento.
 
Las Naciones Unidas se crearon en nombre de la paz, tras los horrores de dos guerras mundiales que comenzaron aquí en Europa. La paz sigue siendo nuestra estrella guía y nuestro objetivo más preciado. Estamos unidos hoy aquí en nuestra búsqueda de la paz.
 
Agradezco al Rey Abdullah sus esfuerzos por promover la paz en la escena mundial, mediante su firme apoyo a las soluciones internacionales, la solidaridad, el diálogo y los derechos humanos y expreso mi gratitud al hermano Moroni, al cardenal Basetti y a todos los franciscanos que trabajan en todo el mundo en nombre de la paz. 
 
Tengo vínculos muy estrechos con los franciscanos por mi amistad de toda la vida con el padre Vitor Melicias, un sacerdote franciscano que presidió mis dos ceremonias de boda, bautizó a mis hijos y celebró la misa muchas veces en mi casa. 
 
Y como lisboeta, tengo una fuerte conexión con Santo Antonio, uno de los primeros franciscanos. Los lisboetas y los paduanos quizá no se pongan de acuerdo sobre el lugar al que pertenece San Antonio, pero, por supuesto, pertenece a todo el mundo. 
 
Como persona de fe con un profundo aprecio y respeto por la misión de San Francisco, este premio y esta ceremonia son especialmente significativos. Desde el inicio de mi mandato como Secretario General, hice de la promoción de la paz mi primera prioridad, tras haber visto algunos de los peores impactos de los conflictos durante mi mandato como Alto Comisionado para los Refugiados. Puse en marcha un aumento de la diplomacia para la paz y puse un mayor énfasis en la prevención, estableciendo sistemas y marcos más rigurosos para analizar los riesgos, reforzar la toma de decisiones y apoyar a los Estados miembros para que tomaran medidas antes de que la violencia se intensificara. 
 
Cuando la Covid-19 se instaló por primera vez, comprendí que sería una nueva amenaza para la paz y pedí inmediatamente un alto el fuego mundial para luchar contra nuestro enemigo común: el virus. De cara al futuro, estoy decidido a utilizar mi segundo mandato para aprovechar estas iniciativas a través de mis buenos oficios, como intermediario honesto, constructor de puentes y mensajero de la paz. 
 
Pero la lucha por la paz es a menudo una tarea de Sísifo, dada la complejidad de los conflictos interrelacionados de hoy. Vivimos en un mundo en el que la paz es esquiva y está enormemente amenazada. Muchos países y regiones enteras sufren conflictos prolongados, sin fin a la vista. 
 
Y en lugares que no han visto una guerra convencional desde hace décadas, la paz es habitualmente infravalorada y socavada; esto da aún más importancia a momentos como éste, en el que honramos la paz y reflexionamos sobre nuestro deber de mantenerla y promoverla. 
 
Excelencias, queridos hermanos y hermanas, San Francisco de Asís fue un verdadero visionario, cuyo concepto holístico de la paz es tan relevante hoy como lo fue durante su vida, hace ochocientos años. El santo patrón de la ecología tiene mucho que enseñarnos sobre cómo hacer las paces con la naturaleza. 
 
Nuestros hábitos insostenibles de producción y consumo están provocando una triple crisis planetaria: alteración del clima, pérdida catastrófica de biodiversidad y niveles de contaminación que matan a millones de personas cada año. El Papa Francisco lo reconoció en su inspiradora encíclica “Laudato Si”. Nuestra guerra contra la naturaleza amenaza toda la vida humana, junto con muchas otras especies animales y vegetales. La alteración del clima está desencadenando incendios forestales, inundaciones, sequías y otros fenómenos meteorológicos extremos que afectan a todos los continentes. Contribuye a una lucha por recursos escasos como el agua limpia y la tierra fértil, que puede estallar fácilmente en violencia. 
 
El año pasado, más de 30 millones de personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares por catástrofes relacionadas con el clima, y muchas de ellas encontraron refugio en países que también están afectados por la emergencia climática. La triple crisis planetaria requiere la actuación urgente de todos: de los gobiernos, las organizaciones internacionales, las empresas, las ciudades y los individuos. 
 
Necesitamos la solidaridad mundial, no sólo para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 45% para 2030, sino para apoyar a las comunidades y los países que ya se están tambaleando bajo la presión. 
 
Los países en desarrollo necesitan un acceso urgente a la financiación climática, para que puedan adaptar sus infraestructuras y economías, y crear resiliencia. La acción climática construye la paz. La reforestación, la cooperación en materia de agua y las iniciativas de gestión transfronteriza de la tierra protegen y restauran la naturaleza al tiempo que conectan a las comunidades entre sí y con el mundo natural. Este es el camino del futuro. El bienestar humano pasa por restaurar y proteger la salud de nuestro planeta y de todo lo que hay en él. 
 
Como comprendió San Francisco, existe una profunda conexión entre vivir en armonía con nuestro entorno y en paz con los demás. Excelencias, queridos hermanos y hermanas, San Francisco también se adelantó a su tiempo al comprender los vínculos entre la justicia económica, la humildad y la paz. 
 
Hoy en día, el aumento de los niveles de pobreza junto con los niveles récord de desigualdad son una amenaza para la paz a nivel global y local. La humildad está pasada de moda, pero la pandemia de la COVID-19 ha demostrado que sigue siendo un imperativo. El orgullo y el exceso de confianza han obstaculizado gravemente la respuesta mundial. Un virus microscópico puso al mundo de rodillas. Dos años después, puede que hayamos acabado con la COVID-19, pero éste no ha acabado con nosotros. 
 
La pandemia se ha aprovechado de las enormes desigualdades de nuestro mundo. La desigualdad económica le permitió extenderse por los países y comunidades más pobres. La desigualdad en las vacunas ha permitido que siga mutando, posiblemente en variantes más transmisibles y más mortales. La desigualdad en las finanzas mundiales hace que los países más pobres estén sumidos en la deuda, mientras que los más ricos invierten en una fuerte recuperación. Incluso antes de la pandemia, la gente estaba perdiendo la fe en sus instituciones y representantes. 
 
Hoy en día, existe una alienación y un cinismo generalizados respecto a los líderes y las élites que no han sabido proteger a su pueblo ni actuar en beneficio de todos. Los altos niveles de pobreza y desigualdad son un ataque directo a los derechos humanos. Se asocian a la mala salud, al aumento de los niveles de delincuencia, a la corrupción y a la inestabilidad, y las personas marginadas y aisladas son vulnerables a los argumentos que culpan de sus desgracias a los demás. No es casualidad que la crisis de la desigualdad vaya acompañada de un aumento de los niveles de racismo, extremismo y nacionalismo. 
 
Al mismo tiempo, me inspiran los líderes que están surgiendo de algunos de los grupos y regiones menos poderosos. 
 
Las adolescentes están alzando la voz y moviendo el mundo. Los líderes de los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo están diciendo la verdad al poder. Las niñas, niños y las personas jóvenes, la sociedad civil, las ciudades y los grupos comunitarios se están uniendo para defender los derechos humanos, la acción climática y la paz. San Francisco vio que la paz estaba estrechamente vinculada a la humildad y la compasión por todos los demás. 
 
Como ha dicho el Papa Francisco, San Francisco “nos muestra cuán inseparable es el vínculo entre la preocupación por la naturaleza, la justicia por los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior”. 
 
Excelencias, queridas hermanas y hermanos, desde la perspectiva actual, quizá la cualidad más notable de la visión de la paz de San Francisco sea su carácter inclusivo. En una época de conflictos religiosos sangrientos y violentos, en la que la deshumanización de musulmanes y judíos estaba muy extendida en Europa, San Francisco decidió arriesgar su vida en una misión por la paz en Oriente Medio. Su encuentro con el sultán al-Malik al-Kamil durante la Quinta Cruzada es un primer modelo de diálogo inter-confesional que promovió la tolerancia, el respeto y la comprensión mutua. San Francisco regresó de Egipto para escribir sobre las nuevas formas en que su orden, los franciscanos, podían relacionarse con los musulmanes, algo revolucionario para su época. 
 
Las personas estudiosas han observado incluso cómo sus enseñanzas posteriores estaban influidas por la llamada a la oración islámica y por los 99 nombres tradicionales de Dios en el Islam. Su misión es un poderoso ejemplo y una lección para todos los que luchamos por la paz, especialmente en Oriente Medio, donde lamentablemente continúan las tensiones y los conflictos interreligiosos. 
 
Todas y todos podemos contribuir a poner fin a la polarización que asola a muchas sociedades en la actualidad. En respuesta al aumento del odio antimusulmán, el antisemitismo, la persecución de los cristianos, el racismo y la xenofobia, todos debemos defender nuestra humanidad común. Debemos rechazar a las figuras religiosas y políticas que explotan las diferencias. 
 
Es esencial que las y los líderes de todo tipo asuman su responsabilidad, condenen todos los actos de violencia y odio, y aborden las causas profundas que socavan la cohesión social. A medida que las sociedades se vuelven multiétnicas, multirreligiosas y multiculturales, necesitamos una mayor inversión en la inclusión. Todos los grupos de la sociedad deben sentir que se respeta su identidad individual, al tiempo que son miembros valiosos de la comunidad en su conjunto. La tolerancia no es suficiente. Debemos aprender a respetarnos y a querernos. Construir puentes entre las principales religiones del mundo es uno de los proyectos más importantes de nuestro tiempo. 
 
Con su acuerdo sobre la Fraternidad Humana para la Paz Mundial y la Convivencia, firmado hace dos años, el Papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar, el jeque Ahmed al-Tayeb, enviaron un importante mensaje de respeto mutuo, tolerancia, compasión y paz. 
 
Excelencias, mis queridas hermanas y hermanos, concluiré con una última reflexión: la paz nos exige. Porque la paz no es una aceptación pasiva del statu quo. Es un acto concreto; una elección; y a veces, sí, una elección difícil. Pero, en nuestro mundo fracturado y agitado, es un acto vital. Es la única. Sigue siendo la fuerza motriz del trabajo de las Naciones Unidas, cada día, en cada país. 
 
Creeré que nuestro mundo está realmente comprometido con la paz cuando las organizaciones de medios de comunicación empleen no sólo reporteros de guerra, sino reporteros de paz. Cuando los gobiernos asignen dinero no sólo a los presupuestos de defensa, sino a los presupuestos de paz. 
 
Como dice el Papa Francisco en su encíclica “Fratelli Tutti”, sólo caminando por la senda de la paz, en solidaridad, podremos construir un futuro mejor para todos. Porque la paz puede lograr maravillas que la guerra nunca logrará. Gracias una vez más por honrarme con esta Lámpara de la Paz. En un mundo en el que podemos elegir cualquier cosa, elijamos la paz. Gracias.  

¡SIGUE NUESTRO MINUTO A MINUTO! Y ENTÉRATE DE LAS NOTICIAS MÁS RELEVANTES DEL DÍA