“Es cierto que la aproximación entre unos y otros, plantea un problema urgente de convivencia, pero esta diversidad también nos enriquece y nos pone en el camino de la concordia”
Una de las grandes emergencias humanitarias es pasar de la movilidad, que casi siempre surge como consecuencia de desastres, crisis económica y situaciones de pobreza extrema o conflicto, a una actitud que tenga como activo la cultura del encuentro, la única capaz de reconstruir un mundo más ecuánime y fraterno, donde nadie quede atrás, mediante un enfoque cooperante y coordinado entre naciones, máxime en un tiempo de creciente incertidumbre.
Será bueno, por tanto, considerar a la humanidad como una rama de pueblos, haciendo del entorno un verdadero parentesco de equipo y coalición, un efectivo bosque de moradas, en el que nadie se halle excluido, pues el crecimiento y los avances han de ser inclusivos siempre, a pesar de las intensas turbulencias que vivimos y del mucho desencanto y desconcierto que sufrimos. En consecuencia, es trascendente tutelar este flujo migratorio y a sus estirpes mediante el apoyo de protecciones variadas, ya sean de asistencia social o de normativa jurídica, comenzando por la misma escucha, a través de medidas concretas que favorezcan el reagrupamiento natural.
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Hoy por hoy, todo es una catástrofe (educativa, sanitaria, laboral…); y, como tal, demanda una transformación; sabiendo que nuestro porvenir no está en la división, sino en la comprensión mutua. A propósito, se me ocurre pensar en la realidad de las migraciones que está ahí, en todos los continentes, a la espera de que se ponga en el centro a la persona humana, provenga de donde provenga, puesto que lo que importa es la concurrencia de pulsos humanitarios para superar la adversidad y buscar una vida mejor. Por eso, es fundamental promover alternativas migratorias legales, cuando menos para evitar tragedias inútiles y forjar nuevas esperanzas, que no contradigan al derecho internacional y proporcionen tranquilidad a los moradores. Sea como fuere, es público y notorio, que se requiere un mayor compromiso y esfuerzos más concertados para garantizar que nadie se quede sin horizonte, por falta de solidaridad. Todos tenemos derecho a reanudar nuestras propias existencias, a poder cambiar de rumbo, a tomar el camino de la luz, mediante esa asistencia necesaria y esa acogida que ha de llevarnos a un reencuentro con las heterogéneas nacionalidades. Es cierto que la aproximación entre unos y otros, plantea un problema urgente de convivencia, pero esta diversidad también nos enriquece y nos pone en el camino de la concordia.
Hay que ponerse en la buena orientación, en el justo equilibrio entre el respeto de la propia identidad y el reconocimiento de la ajena. Somos plurales, pero todos necesarios, lo que nos demanda una perspectiva abierta y sensible, de diálogo y tolerancia, de entendimiento y nobleza.
La humanidad tiene que conciliar posturas y reconciliar sentimientos. Tampoco se pueden dejar de denunciar esa ilicitud que trafica con vidas humanas, aprovechándose de las tremendas situaciones. A propósito, sería bueno que se tomara en serio la Renta Básica Universal, un mecanismo primordial como parte del paquete de medidas económicas que nos ayudarán a salir del abismo, que más pronto que tarde acabará por destruirnos colectivamente. Precisamos el anhelo de la adhesión, para que cada cual pueda transformarse cada vez más en familia de todos y nuestro planeta sea verdaderamente hogar colectivo. En el fondo, el camino se reconstruye entre los diversos contextos sociales, asegurando como hijos del amor que somos, una globalización vinculante con la mirada puesta en esa mística de Nazaret, promoviendo el concierto ancestral del linaje.
El hecho de que, en todos los espacios del orbe, existan excluidos, refugiados y migrantes, que forman el pueblo desmembrado, ha de hacernos repensar en un cambio. Nada se entiende sin unidad y unión. Es deber, pues, de todos; trabajar a destajo para instaurar la poética de lo armónico aquí abajo. Reconozco que la tarea no es fácil. De ahí, el aplauso para aquellos países que acogen a refugiados y personas desesperadas que buscan asistencia, y les asisten incondicionalmente, esta es la mejor manera de hacer comunidad. Es público y notorio que la migración une más que divide.
Por si fuera poca la lección de la pandemia, que nos ha hecho más conscientes de nuestra interdependencia, nuestras sociedades se enfrentan a nuevos retos para desarrollar una cultura de encuentro mundial, que inspire nuevos lenguajes de ayuda mutua y justicia social, más allá de las meras palabras. El rostro de un mundo enfermo, como el presente, solo se cura con el cultivo consolador de la reciprocidad ética, con otro espíritu más de servicio que dominador, con una relación más humana que inhumana, que cuida la creación y no la malversa a su antojo. Ojalá aprendamos a reprendernos, a caminar reencontrando la senda que nos hermane, a sembrar la historia del nosotros sobre todo lo demás. Sí, sí, nosotros los humanos, para ser ciudadanos del mundo, antes hemos de ser pobladores de bien y bondad. El sueño es posible, es cuestión de que comience ya la repoblación contemplativa de la alianza.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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