Primera Parte
Hay preocupación en el país por la creciente responsabilidad que el presidente de la República está asignando al Ejército. La mayoría de quienes se han ocupado del tema, ven en ello una evidente militarización de la vida nacional, y los más audaces y consecuentes en el pensar, hablan de una entrega premeditada del poder a los militares, es decir, técnicamente hablando, de un golpe de Estado paulatino y subrepticio.
¡SIGUE NUESTRO MINUTO A MINUTO! Y ENTÉRATE DE LAS NOTICIAS MÁS RELEVANTES DEL DÍA
Desde otra vertiente, muchos ven una contradicción inexplicable en la coexistencia de esta política de militarización y la gran popularidad del presidente según las principales casas encuestadoras. Según ellas, la aprobación del presidente es del 68%. Esta notable popularidad genera dos dudas razonables: 1ª) ¿cómo se explica en términos de opinión pública, cuando el balance del Gobierno de AMLO arroja cero resultados positivos en todos los rubros realmente importantes?; 2ª) si ese apoyo popular es cierto, ¿por qué el presidente se apoya cada vez más en el Ejército para gobernar?
Sobre la primera duda, me parece acertada la opinión de una intelectual ligada al presidente y su 4T. Refiriéndose a los críticos del Gobierno dice: “No ven, no podrían verlo, que son víctimas de lo mismo que enuncian. Están hechizados por el léxico que han ido coleccionando para descartar una por una las medidas de este gobierno —y es ese léxico lo que les impide ver lo real”. Y en seguida explica: “Ese 50% de mexican@s cuya pobreza, real, no teórica, es una escasez diaria de comida, una habitación incómoda, un desamparo ante la enfermedad, empleos precarios o con salarios raquíticos y transportes públicos donde los cuerpos se aprietan. A esa mitad de hogares pobres del país, este gobierno los ha introducido en la narrativa del país y le ha dado una identidad de clase, cierto, pero de forma mucho más importante, los ha sentado a la mesa del presupuesto: les da dinero real, contante y sonante, cada mes alrededor de 6 mil pesos”.
Según el artículo, se entiende que para la gente de altos ingresos (como los analistas críticos de López Obrador) “esos 6 mil pesos son nada”, pero para un hogar pobre puede ser la diferencia entre irse a la cama con hambre o no, entre la mendicidad o una capacidad mínima de compra. De lo cual concluye: “Eso —los pobres y la realidad de su pobreza— es lo que la Derecha no está viendo en su análisis de los hechos de este gobierno. Esa es la mitad de la población que pone a un lado cuando descalifica su gratitud a este gobierno con palabras como «clientelismo» o «populismo». Esa mitad para la que tampoco tiene proyecto”. Así se explica —dice— un 50% del 68% del total de la popularidad presidencial. El restante 18% lo pone “la clase media que entiende que auxiliar a los pobres no es un mero acto de caridad (…) es un modelo económico, el modelo de la izquierda” (Sabina Berman, EL UNIVERSAL, 5 de diciembre).
Berman acierta sobre la popularidad del presidente, pero yerra cuando intenta defender a ultranza la política en que sustenta su prestigio. Se contradice flagrantemente cuando, después de enumerar las carencias más graves de los más pobres como falta de vivienda, desamparo en salud, empleos precarios, bajos salarios y pésimo transporte público, pasa, casi sin transición, a magnificar los seis mil pesos que les da AMLO cada mes, como si con ellos fueran a remediar las necesidades que ella misma señala. Y aunque al final de su artículo asegura que esa ayuda es solo el primer paso de varios más y más decisivos, no prueba que se estén creando las bases para hacerlos realidad. Afirma que las clases medias ilustradas (como ella), saben que ayudar a los pobres no es un “acto de caridad”, pero calla que es exactamente, así como manejan la ayuda los encargados de su reparto y los promotores morenistas del voto; calla también la ausencia de reglas de operación precisas, de objetivos y metas bien definidos, de mecanismos de evaluación y de rendición de cuentas, lo que deja abierta la puerta al manejo clientelar y a la corrupción de los directivos.
Es un hecho innegable la resistencia tenaz de las clases altas y de la clase política a reconocer como problema grave la desigualdad y la pobreza de las mayorías y a aceptar su responsabilidad social. Lo han hecho solo como gesto demagógico para hacer campaña política, pero ya en el poder, se han limitado a aplicar paliativos y mejorales (como los seis mil pesos de AMLO), y se rehúsan a tomar acciones de fondo para erradicar la miseria. Ese es el gran error de la derecha, del “centro” y de las élites del dinero, y ese es, también, el gran faltante en los pujos de programa alternativo del “bloque opositor”, carencia que, de no corregirse, lo llevará de nuevo a la derrota.
Sea como sea, Berman resuelve el enigma de la popularidad de López Obrador, pero queda en pie la segunda pregunta: ¿por qué un gobierno con tal respaldo popular se apoya cada día más en el Ejército para gobernar? En mi opinión, obedece a tres causas fundamentales.
La primera es su tesis básica de que todos nuestros males derivan de la corrupción y no de la estructura del modo de producción vigente, es decir, para quién se produce, quién lo produce, cómo se distribuye lo producido y de qué manera reciben los productores directos, los trabajadores, la parte de riqueza social que les corresponde.