Segunda y Última Parte.
Según Marx, ese fracaso y el baño de sangre consiguiente perpetrado por el gobierno de Thiers, demostró que una revolución victoriosa no puede limitarse sencillamente a apoderarse del viejo aparato del Estado para ponerlo a su servicio; es necesario destruirlo hasta sus cimientos para colocar en su lugar un Estado nuevo, diseñado ex profeso para los propósitos de la nueva clase en el poder.
López Obrador está convencido de que su 4ª T es una verdadera revolución y que, por tanto, tiene el derecho y aun el deber de apoderarse del Estado para asegurar la marcha fluida y el triunfo de su proyecto: extirpar el modelo neoliberal e implantar el reino de la economía moral, una economía sin privilegios para nadie, sin corrupción, austera y firmemente dispuesta a reorientar el gasto público a favor de las masas empobrecidas mediante transferencias directas de dinero, sin intermediarios de ninguna especie.
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Hasta hoy, sin embargo, nadie sabe con exactitud qué papel asigna a la inversión privada, nacional y extranjera, al libre mercado, y cómo piensa impulsar el crecimiento sostenido de la economía, sin el cual sus programas sociales resultarían imposibles.
El presidente parece confundir neoliberalismo y capitalismo, puesto que ataca a ambos al mismo tiempo sin hacer distinción alguna entre ellos. Parece no entender que sin un crecimiento vigoroso y constante de la economía de mercado su proyecto no podrá sobrevivir.
O, en su defecto, sustituir al capitalismo por un modelo económico radicalmente distinto, llámese como se llame.
De esta confusión e indecisión frente al capital (golpea verbal y económicamente a los capitalistas “malos” y favorece y se apoya en los capitalistas “buenos”), al mismo tiempo que de su seguridad ciega sobre el carácter revolucionario de su 4ª T, nace su política errada sobre el control del Estado.
Quiere un Estado totalmente al servicio de su proyecto pero no se atreve a demoler el viejo aparato; se conforma con designar incondicionales al frente de los puestos clave y deja intacto el resto de la estructura. Cree aplicar a Marx cuando realmente va a contrapelo de su planteamiento.
Es en este contexto que se inscribe y explica su ataque al modelo educativo vigente: desea transformarlo en brazo ideológico de la 4ª T, como dice Zárate, pero se limita a imponer un director obsecuente sin precisar qué tipo de economía reemplazará al “neoclasisismo” y al “neoliberalismo”.
El Estado burgués nació para dar la lucha contra el mercantilismo, padre y antecedente inmediato del capitalismo industrial y financiero; para combatir el poder centralizado y dispensador de privilegios encarnado en el Estado absolutista; quería combatir el monopolio y los privilegios de las grandes compañías comerciales y coloniales, como la de las Indias Orientales y la Casa de Contratación de Sevilla, y también a la industria artesanal, cerrada y organizada en gremios.
Fue arma contra el proteccionismo estatal y, por eso, contra la legislación que los garantizaba y legitimaba.
“Frente a las leyes del Estado tuvo que demostrarse la autonomía legítima de las leyes económicas y su superioridad sobre la legislación estatal.
Así pues, la política de la burguesía se basa en la economía política entendida como ciencia y la lucha contra el mercantilismo se convierte en la lucha por la libertad económica, y esta, a su vez, se traduce en la lucha por la libertad de la persona contra la tutela estatal” (Rudolf Hilferding,
El Capital Financiero).
De ahí su conocido lema: “Laissez faire, Laissez pasé”. La economía política del capital, de la que el neoclasisismo y el neoliberalismo no son más que variantes necesarias, es la piedra angular del mercado y la libre empresa, y por eso, no se puede destruir sin destruir antes el sistema que la engendra y al que sirve.
El CIDE cumple, en efecto, una indispensable función social, como dicen Denise Dresser y Alfonso Zárate: sirve de vehículo a la movilidad social y busca que el sistema funcione de manera óptima.
Sería sencillamente absurdo que enseñara economía socialista o comunista, es decir, una economía para un sistema inexistente. Esto no excluye, naturalmente, el deber de la crítica científica y sistemática del modelo capitalista, ni la creación de hipótesis rigurosas de cómo superarla llegado el caso. Pero para eso, no hace falta desterrarla de los centros de educación superior, porque entonces quedaríamos a ciegas respecto al funcionamiento y mejoramiento del actual modo de producción.
Por eso, en la actual disputa por el CIDE, la razón está de parte de la comunidad estudiantil y magisterial de la institución, de los investigadores, académicos, politólogos y columnistas que se pronuncian en contra de la actual embestida de la 4ª T a través de un director espurio, y la opinión pública nacional debe apoyar su lucha de manera firme y decidida.
El ataque al CIDE no es “en lugar de” sino “además de” la UNAM y otros centros educativos; y sus estudiantes y profesores harían bien en registrarlo y sumarse con todo a la lucha por el CIDE, siguiendo la convocatoria implícita de Jean Meyer. Si no es así, todos saldremos perdiendo.