La idea de Hitler era tomar la ciudad de Múnich y marchar a Berlín, imitando a Mussolini en Italia
En la noche entre el 8 y el 9 de noviembre de 1923, un joven de origen austríaco irrumpió un mitin político que se celebraba en la Bürgerbräukeller, una de las cervecerías más grandes de Múnich.
Con pistola en mano, le habló a los asistentes de la concurrida cervecería sobre la “revolución social” que le devolvería a Alemania la gloria que había perdido tras la Primera Guerra Mundial.
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Muchos de los asistentes no conocían a este joven de 34 años que había peleado en la guerra -donde resultó herido- y que después intentó infructuosamente convertirse en artista.
Pero algunos sí lo conocían: era Adolfo Hitler, el líder del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, NSDAP por sus siglas en alemán, mejor conocido como el partido nazi.
Hitler había cambiado sus aspiraciones artísticas por discursos políticos que lo habían convertido en uno de los principales oradores del partido desde que ingresara como miembro.
Y sus oyentes encontraban en sus palabras el sentimiento de frustración que imperaba entre los alemanes durante la llamada República de Weimar, la Alemania de entreguerras.
Y es que Hitler consideraba que los gobernantes alemanes habían traicionado al país y llevado a Alemania a una grave crisis económica y política que había lastrado la voluntad de sus ciudadanos.
Esa noche, Hitler y sus seguidores irrumpieron el mitin, tomaron cautivos a tres generales y los llevaron a una habitación aparte, donde les pidieron que se unieran a la causa y se mostraran leales a los nazis. Su misión era derrocar a la República de Weimar. Y todo empezaría allí, en esa cervecería.
“Estábamos acostumbrados a todo tipo de sorpresas en Bürgerbräukeller”, llegó a decirle a la BBC el periodista Egon Larsen en su momento. “En esos años de posguerra tuvimos golpes, rebeliones, revoluciones, tiroteos. Pero creo que el 9 de noviembre de 1923 trajo probablemente la mayor sorpresa de todas”.
El intento de golpe fue conocido como el Beer Hall Putsch, o “el golpe de la cervecería”, la noche en que los nazis intentaron tomar el poder. Lo que ocurrió esa noche y los días siguientes le dieron a Hitler la imagen pública que necesitaba para convertirse, años después, en el Führer, el líder de la Alemania nazi.
Los problemas de Alemania
Alemania no pasaba por su mejor momento. El gobierno alemán tuvo que firmar en 1919 el Tratado de Versalles como resultado de su derrota en la Primera Guerra Mundial. Con su firma, Alemania aceptaba la responsabilidad moral y material por haber causado la guerra.
El acuerdo resultó ser muy impopular entre los alemanes, quienes creían que sus gobernantes habían “apuñalado a Alemania por la espalda” y humillado al país.
Además, comprometía al gobierno a una serie de pagos que no pudo cumplir. Como consecuencia, Francia invadió la región del Rühr y tomó las fábricas y minas para cobrar lo que se le debía.
Esto provocó hiperinflación, la cual que destruyó la economía de la frágil República de Weimar. Adonde quieran que tuviesen que ir, los alemanes cargaban con grandes pacas de billetes para comprar bienes.
La moneda había perdido su valor de una manera tal que aquellos billetes que habían perdido su valor eran destruidos. Y los precios aumentaban tan rápido que los trabajadores tenían que cobrar dos veces al día para hacer frente a la rampante inflación. La crisis también era política, ya que diversos grupos, entre nacionalistas y comunistas, conspiraban para quitarle el poder al gobernante Partido Socialdemócrata de Alemania.
Y uno de ellos era el Partido Obrero Alemán, fundado en Múnich en 1919. La crisis y la escasez de comida hizo que el partido creciese rápidamente en número de miembros e importancia.
Para 1920, el partido cambió su nombre al de NSDAP y ya celebraba multitudinarios mítines entre sus más de 20.000 miembros, incluyendo a Hitler. En dos años, el futuro canciller se había convertido en un uno de sus más importantes oradores.
Y en 1921, ya presidente del partido. Hitler contaba además con su propio ejército formado por exsoldados y trabajadores, la Sturmabteilung, a los que les dio la función de participar en eventos políticos e intimidar a sus contrincantes.
Siguiendo los pasos de Mussolini
En noviembre de 1923, Hitler y los miembros de la Sturmabteilung organizaron un complot para tomar bajo su poder a la región de Baviera, de la que Múnich era la capital. El plan implicaba utilizar al comisionado estatal de Baviera, Gustav von Kahr, y a un importante general de la Primera Guerra Mundial, Erich Ludendorff,como símbolos del golpe. De lograrlo, y con Baviera bajo su control, Hitler marcharía hacia Berlín de la misma forma que Benito Mussolini había protagonizado la Marcha sobre Roma y que dio inicio al período fascista de Italia.
Y daba la casualidad de que los principales políticos bávaros, incluidos von Kahr, se reunieron en la Bürgerbräukeller en la noche del 8 de noviembre
Ubicada en el corazón de Múnich, la Bürgerbräukeller era una de las cervecerías más grandes de Alemania. Inaugurada en 1885, se había convertido en espacio de encuentro para eventos políticos cuyo salón tenía una capacidad para hasta 3.000 personas.
Así que Hitler y los SA se dirigieron a la Bürgerbräukeller, rodearon la cervecería e irrumpieron la sesión. Allí disparó al techo y amenazó a los presentes con violencia. Von Kahr y otros dos personajes, el general von Lossow (líder del ejército de Baviera) y el coronel von Seisser (jefe de la policía bávara), fueron llevados a una habitación trasera, donde fueron obligados a mostrar públicamente su apoyo a los nazis, persuadidos tanto por Hitler como por Ludendorff.
Hitler salió de la cervecería más tarde esa misma noche para lidiar con el golpe en otras partes de la ciudad. Se suponía que al menos 2.000 nazis tomarían el control de los edificios gubernamentales y marcharían al día siguiente como símbolo de la toma de Múnich.
Hitler había organizado una marcha de manifestación junto con Ludendorff casi con la expectativa de que ningún miembro de la policía bávara se atreviese a disparar contra los nazis o el mismo Ludendorff.
“Ludendorff era conocido como ‘el gran hombre”, relata Larsen. “Y la dramática sorpresa fue que el viejo Ludendorff, con ese nombre fantástico que todavía podía ser milagros en Alemania, se uniría a un hombre del que más o menos todos se habían reído en Múnich, Hitler”.
Pero la policía disparó. Y ese fue el final de la Beer Hall Putsch.