AMLO: a mitad del sexenio: 1.- El periodismo Martinoli

El nuevo modelo de periodismo político ante el poder lo pueden resumir muchos de los asistentes a las mañaneras a realizar preguntas, porque varios de ellos comienzan su intervención con estas palabras: “antes de las preguntas, presidente, una sugerencia”. Y a renglón seguido aconsejan decisiones al jefe de gobierno y del Estado.

No es cosa nueva. En una de las historias del The New York Times se cuenta que en una ocasión el vocero presidencial Pierre Salinger le dijo al presidente Kennedy que debía recibir, por segunda vez en un año, al corresponsal en la Casa Blanca de ese diario.

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Kennedy, con cara de fastidio, dijo que ya había hablado hacía poco con él. El vocero le señaló que era importante que el presidente de EU le diera percepciones del poder al principal diario de EU. Y Kennedy cerró la anécdota diciendo que el periodista no llegaba por información, sino que se comportaba como consejero especial del presidente.

Si el periodismo es crítica y denuncia, aquí funciona en el modelo Christian Martinoli, un comentarista de futbol de TV Azteca que tuvo un altercado con el entrenador Miguel Herrera porque desde los micrófonos regañaba al director técnico de la selección, le decía qué debía de hacer y lo destruía con ironías porque no le obedecía.

Ocurre lo mismo con el periodismo político de opinión en el ciclo López Obrador: no hay análisis, sino regaños, cuestionamientos, consejas e interlocución directa diciéndole al presidente qué no debe hacer y que sí debe realizar.

Todos los anteriores presidentes de la república se reunían con comentaristas y había intercambio de puntos de vista; hoy nadie va al despacho principal de Palacio Nacional y entonces desde los medios se dictamina qué debe de hacer el presidente en función de la óptica de los analistas, sin hacer el mínimo esfuerzo de evaluar el enfoque presidencial.

Los medios de comunicación eran parte de los sectores invisibles del sistema política priísta, inclusive los más críticos: Echeverría facilitó el golpe interno en la cooperativa contra Julio Scherer, pero esos periodistas fundaron Proceso y otros medios críticos.

De López Portillo a Zedillo manipularon la publicidad gubernamental pagada porque sabían que los medios carecían de autosuficiencia de recursos y vivían de la venta de publicidad al Estado. Fox, Calderón y Peña Nieto regresaron al reparto de dinero ya no tanto para controlar una crítica que había perdido eficacia ante el poder y frente a la sociedad, sino para construir espacios de propaganda.

El sistema priísta aplicó el modelo de Vargas Llosa –tomado, quizá, de Aldous Huxley en su introducción a Un mundo feliz– de la dictadura perfecta: mantener a los críticos dentro del sistema, anulando no la crítica sino la validez de las objeciones con contratos de publicidad y de producciones editoriales para el gobierno. Estas relaciones son el principal argumento del presidente López Obrador contra la crítica en medios que hoy le quiere dictar el rumbo de su gobierno o que le quiere imponer comportamientos de poder.

Pero no es lo mismo gobernar desde la dialéctica del poder real que desde la torre de marfil de los medios. En vez de enojarse y provocar su caída, el entrenador Herrera debió de haber realizado un experimento: intercambiar lugar con Martinoli: dejarlo un día dirigir la selección desde la cancha y él dedicado a narrar desde la cabina los errores del improvisado.

Ahí se localiza la ineficacia –para decir lo menos– de la prensa crítica frente al poder político de la base social de López Obrador.

En los últimos meses ha habido una proliferación de críticas contra el presidente que a veces rayan en el insulto, pero muy pocas críticas reales. Una frase en la mañanera destruye críticos, en tanto que ninguna crítica hace mella a la pétrea base popular presidencial, inclusive por mucha razón que se tenga. El periodismo Martinoli hace reír, pero no modifica el rumbo del futbol en la cancha.

Los datos están a la vista: ningún presidente de la república desde Cárdenas ha tenido una prensa más adversa que López Obrador, pero su aprobación personal y la tendencia electoral de su partido es mayoritaria.

Algo, pues, está fallando en la crítica.

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Política para dummies: la política es comunicación, pero no toda comunicación es política.

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