Lo colocan en una posición al borde del precipicio.
Ante una actitud grotesca, un estilo de venganza y rencor, semejante a la orden del jefe de una pandilla que instruye a sus subordinados de amarrar pies y manos a su adversario para golpearlo.
La perversidad de dejar sin recursos al INE y, a la vez, obligarlo a llevar a cabo la consulta popular sobre revocación de mandato, se prevé en calidad de emboscada con ánimo de aniquilar a la institución.
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De inicio, cabe mencionar que el ejercicio sobre la revocación de mandato se advierte más en carácter de capricho, una medida irrazonable y costosa, igual que la anterior, anticipando desde ahora poca participación y desinterés, más bien, consiste en la satisfacción de un ego que necesita ser colmado hasta la saciedad.
El prescindir de la consulta dadas las circunstancias, arrojaría mayores beneficios al país, se ahorrarían gastos, esfuerzos y desavenencias políticas inocuas.
Además, se fortalecerían las políticas de austeridad, orientando recursos de muy diversa índole a aspectos socialmente más rentables.
Sin embargo, todo hace presumir que es una trama orquestada en varias pistas, pues mientras por un lado el organismo se encuentra obligado a acatar el ordenamiento constitucional; por otro, la insuficiencia de recursos económicos le impide cumplir a cabalidad con esa encomienda, lo que de antemano es evidente, lo colocan en una posición al borde del precipicio.
La estratagema además de ser del conocimiento público también raya en el terreno de lo absurdo, la ponen en una situación de confrontación frente a otras instituciones al tener que recurrir a instancias judiciales a solicitar la modificación del presupuesto o buscar una salida legal que le permita paliar la tempestad.
Ante esa realidad, va a someter a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a presiones políticas, amén del conflicto con la Cámara de Diputados y con el Poder Ejecutivo Federal, que no ha cesado en su intento por desacreditar a una de las instituciones más importantes del país.
Esa obsesión de crear escenarios de crisis y conflictos mediante una permanente actitud de confrontación nos mantiene ocupados y preocupados, inclusive hasta distraídos de los grandes problemas de fondo que atañen al país, nos convierte en rehenes de conductas caprichosas, prisioneros de las coyunturas y arrastrados por un sinfín de tornados.
Desde su llegada a la presidencia ha buscado desmantelar a las instituciones, sin que se haya realizado esfuerzo alguno por sustituirlas, todo se concentra en el Ejecutivo, tomado funciones técnicas que se había logrado desvincularlas de los vaivenes políticos, ahora todo es política, sin que exista una mejor calidad de vida.
El propósito de acabar con el árbitro electoral lleva consigo el rompimiento de los frágiles equilibrios que aún persisten en nuestro sistema democrático, que se ve amenazado frente a los embates de dos de los Poderes (ejecutivo y legislativo), que pretenden en beneficio propio retornar al viejo, anacrónico y superado sistema de conducir los procesos electorales desde el seno del partido en el poder.