os contactos y reuniones de México con altos funcionarios del gobierno de Estados Unidos han dejado en claro la necesidad de un replanteamiento y redefinición de las relaciones bilaterales y de la reactivación del viejo nacionalismo de resistencia que fue cedido por el presidente Salinas de Gortari a los beneficios del Tratado de Comercio Libre.
El presidente Donald Trump se deslindó del viejo modelo de subordinación de seguridad nacional de México y atacó los temas de migración y narcotráfico aislados de una estrategia general y centrándolos en la coyuntura del momento. El presidente Joseph Biden ha querido regresar la relación bilateral al viejo modelo de manual imperial de enfoques unidireccionales e imposiciones arbitrarias, además de cerrarse a discutir las propuestas mexicanas.
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Los viajes a México de la vicepresidenta Kamala Harris, los encuentros entre los dos presidentes, el diálogo de alto nivel en seguridad y ahora la reunión trilateral para desahogar temas del Tratado siguen mostrando el desdén imperial estadounidense, con apenas algunos indicios de resistencia mexicana.
El modelo de relaciones bilaterales que prohijó el Tratado comercial ya no alcanza a administrar las relaciones, porque el efecto recesivo de la pandemia, el incremento del crimen organizado en México, Centroamérica y Sudamérica y el relevo de funcionarios estadounidenses en las áreas de inteligencia y seguridad nacional de la frivolidad de Obama a la tosca incapacidad estratégica de Trump permitió el arribo a la Casa Blanca de un Biden sin capacidad ni pensamiento estratégico y agobiado por los efectos de la edad en su capacidad de concentración política.
En estas tres etapas de la relación bilateral, México ha carecido también de sensibilidad para redefinir nuevas relaciones: de Salinas a Peña Nieto, México ha funcionado ante Estados Unidos como un socio comercial menor y se ha olvidado de su papel estabilizador, mayor o menor, en la región americana y en el mundo.
El presidente López Obrador inició su gobierno alejándose de los escenarios internacionales y centralizando sus relaciones con Trump y Biden a partir de iniciativas de coyuntura. El canciller Marcelo Ebrard Casaubón ha logrado involucrar al presidente mexicano en un escenario internacional como factor de fortalecimiento de la política nacional. La tradición diplomática mexicana señalaba, en este sentido, que la fuerza de negociación con la Casa Blanca dependía del papel geopolítico de México. El regreso de México al juego internacional a través del asiento temporal en el Consejo de Seguridad de la ONU fue un paso audaz, aunque se inclinó por el camino del bienestar y no por la participación real de México en el sistema de equilibrios en la seguridad mundial como un elemento básico de la seguridad nacional mexicana y de la política de defensa nacional.
Uno de los papeles importantes de México en política exterior fue su involucramiento en el equilibrio político en la región entre la imposición de gobiernos sometidos a la voluntad de la Casa Blanca y los avances revolucionarios de conquista de nuevas formas de poder local. De las crisis actuales que requieren una mayor participación mexicana a partir de enfoques de seguridad geoestratégica está la centroamericana y caribeña como factores de incremento de la migración irregular y masiva hacia Estados Unidos.
Y la diplomacia despec tiva de Estados Unidos hacia México, América Latina y el Caribe coincidió con un nuevo ciclo de radicalización política en las élites nacionalistas y en gobiernos populistas distantes del modelo geopolítico y económico de la Casa Blanca. Esta reconfiguración dinámica de la política y los gobiernos en la región ha generado inestabilidad en el continente y ha reactivado los sectores imperiales y golpistas en la comunidad de los servicios civiles, militares y privados de inteligencia y seguridad nacional.
El punto conflictivo en la política exterior el presidente Biden hacia la región americana se localiza en la incapacidad política para imponer la dominación por la vía de derrocamientos de gobiernos no coincidentes. La Casa Blanca no tiene idea de cómo gestionar la crisis en Cuba, tampoco sabe qué hacer en Venezuela y ha sido rebasado por la crisis político-electoral en Nicaragua. Una cosa es que ninguno de esos países sea ya un peligro o un riesgo para la estabilidad estadounidense y otra cosa es que las crisis económicas, de bienestar y de seguridad en la región están repercutiendo impresiones migratorias en las fronteras estadounidenses y en la incapacidad de EU para recibir a las caravanas espontáneas y inducidas por coyotes y hasta por el crimen organizado.
El problema que enfrentan a México y los países de la región es el escenario de regreso de Donald Trump a la presidencia en 2024, en el entendido de que todos los datos indican que la descomposición de la articulación geopolítica de la región fue producto del estilo atrabancado y ultranacionalista de Trump en materia de relaciones regionales.
En este contexto es en el que se ubica la necesidad mexicana de replantear las relaciones de México con Estados Unidos después del Tratado, ante la incapacidad de Biden de redefinir la diplomacia del imperio y en medio de un desplome de la legitimidad de autoridad política y moral de la Casa Blanca a nivel mundial.
Zona Zero
· Las relaciones México-EU se están replanteando en medio de un deterioro grave y dinámico de la aprobación política del presidente Biden. Las últimas encuestas revelan que sus niveles de aprobación y desaprobación son iguales a las de Donald Trump y acumulan evidencias de que la vicepresidenta Kamala Harris ha perdido también base política. Los últimos análisis en Estados Unidos señalan que el presidente Trump tiene buenas condiciones y tendencias de votos para ganar la presidencia en 2024.
El autor es director del Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad.
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