La globalización, que exige la supresión de las fronteras nacionales (y que no es más que la nueva cara del imperialismo que, igual que antes, busca dominar al mundo por medios más “civilizados) requiere de la absoluta homogeneidad social, política, económica y cultural de los pueblos. De ahí el empeño norteamericano por imponernos su “american way of life”.
La reacción no se ha hecho esperar: cada día se refuerza más la tesis de la diversidad irreductible de los distintos pueblos y culturas; el derecho inalienable de cada país a disponer de su territorio y de sus recursos; a construir su futuro con total independencia, sin otra influencia exterior que la que su pueblo necesite, basado en su propia historia, su propia cultura y la idiosincrasia determinada por ambos factores.
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El nacionalismo está de vuelta y ha devenido en poderoso freno al dominio y la imposición del modelo imperialista (ejemplos: China y Rusia). De ahí las guerras contra las naciones débiles y los intentos de nueva “guerra fría”; de ahí también la necesidad de un ejército nacional moderno, numeroso, bien entrenado y mejor armado.
(Hay que aclarar que esto no significa oponerse al libre mercado, al que cada país acceda con los productos que le aconsejen sus ventajas comparativas).
Por estas razones, creo que destruir o debilitar y desmontar paulatinamente nuestro Ejército es, más que un grave error, un suicidio cometido a las puertas del imperialismo más poderoso y expansionista de la historia.
La política que está siguiendo el presidente López Obrador marcha, con o sin intención, en este sentido ¿Por qué? Porque con tantas y tan abrumadoras tareas ajenas a su función esencial, hace imposible su entrenamiento permanente, su preparación constante, y su actualización y modernización teórica y práctica.
Y nada degrada y descompone más a un ejército que la inactividad, la inmovilidad, la falta de entrenamiento físico, de ensayo continuo en el manejo de las armas y de la estrategia y la táctica de guerra.
Para demostrarlo, me valdré de una elocuente descripción del entrenamiento de las legiones romanas, tomada de la Decadencia y Ruina del Imperio Romano del historiador británico Edward Gibbon, con disculpas anticipadas por lo extenso de la cita. “Estaban los Romanos tan persuadidos de la inutilidad del valor sin el requisito de la maestría práctica, que una hueste se apellidaba con la voz que significa ejercicio (en efecto, Cicerón, en sus «Disputas Tusculanas», dice que la palabra Ejército se deriva de ejercicio), y los ejercicios militares eran el objeto incesante y principal de su disciplina.
Instruíanse mañana y tarde los bisoños y ni la edad ni la destreza dispensaban a los veteranos de la repetición diaria de cuanto ya tenían cabalmente aprendido.
Labrábanse en los invernaderos (es decir, en los cuarteles de invierno) tinglados (techados) anchurosos para que su tarea importante siguiese, sin menoscabo ni la menor interrupción, en medio de temporales y aguaceros (…). Se ejercitaban no solo en “…cuanto podía robustecer el cuerpo, agilitar (sic) los miembros y agraciar los movimientos. Habilitábase colmadamente el soldado en marchar, correr, brincar, nadar, portar cargas enormes, manejar todo género de armas apropiadas al ataque y a la defensa, ya en refriegas desviadas (diferidas) ya en las inmediatas, en desempeñar varias evoluciones y moverse al eco de la flauta en la danza pírrica o marcial. Familiarizábase la tropa romana en medio de la paz con los afanes de la guerra; y expresa acertadamente un historiador antiguo (…), que el derramamiento de sangre era la única circunstancia que diferenciaba un campo de batalla de un paraje de ejercicio”.
Es decir, solo la sangre viva hacía falta para que la práctica de las legiones romanas fuera una guerra verdadera. Esto explica la grandeza y poderío del Imperio Romano.
En cambio, en México, “Los militares y marinos han recibido distintas encomiendas como la operación de aduanas, combate al huachicol, participación en brigadas anticovid y distribución de vacunas, construcción de instalaciones clave y reparto de enseres en zonas de damnificados” (misma nota de REFORMA, 5 de nov.).
¿No es obvio que vamos hacia la ruina de nuestras Fuerzas Armadas? El pueblo quiere, admira y respeta al Ejército, a su Ejército, porque sabe o intuye su alta y noble misión y la abnegación y entrega con que la cumple. Pero, si por hacer funciones de policía, ahora lo ve golpeando, esposando, disparando contra civiles; y como empresario, ve o sabe de su enriquecimiento ilícito y su corrupción, perderá, al mismo tiempo su capacidad de combate y el prestigio y el apoyo del pueblo. ¿Hace falta algo más para garantizar su destrucción?
AMLO lo está dinamitando en la base al colmarlo de dinero y de poder, al tiempo que lo aleja de las tareas que le son propias. ¿Se dará cuenta de esto el Ejército?
¿Tendrá tiempo de reaccionar y de reclamar su honor y su lugar privilegiado en la conciencia y en el corazón del pueblo mexicano?
Solo el tiempo lo dirá.