Desde su nominación como candidato presidencial del Partido Demócrata, el exlegislador y vicepresidente Joseph Biden se perfiló solo como la figura anti Donald Trump, pero no pudo aplastar al trumpismo. A un año de distancia de las elecciones presidenciales de 2020, el presidente de Estados Unidos atraviesa por un grave colapso de aprobación y por una asociación de diferentes crisis en la capacidad de funcionamiento del sistema estadounidense.
La debilidad del presidente Biden es otro de los elementos que configuran la caracterización del gobierno Estados Unidos como el problema de seguridad nacional número uno de México. La pérdida de control de la frontera migratoria, la sordera política de la Casa Blanca a propuestas de México y la negativa gubernamental a combatir el narcotráfico y el crimen organizado dentro de EU obligan a Palacio Nacional a construir un nuevo proyecto de relaciones bilaterales y convivencia a partir de la existencia muy clara de intereses nacionales mexicanos.
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Con esa actitud tradicional de comportamiento imperial, la Casa Blanca sigue imponiendo decisiones unilaterales a problemas bilaterales. El narcotráfico y consumo de drogas dentro de Estados Unidos no terminará encarcelando a capos mexicanos en México, porque la estructura de funcionamiento de las delegaciones de cárteles mexicanos dentro de EU se mueve con autonomía de las organizaciones centrales en México.
La política migratoria de Biden y su vicepresidenta Harris ha fracasado y ahora la Casa Blanca está regresando a las estrategias autoritarias de contención del gobierno de Donald Trump. Y buena parte de la organización de las caravanas centroamericanas han dado un salto estratégico a perfiles de polleros para introducir por la fuerza a migrantes en territorio estadounidense.
El tema de la reconstrucción mexicana del Estado en la economía energética está llevando a un conflicto en la configuración de las relaciones bilaterales. Estados Unidos requiere todo el apoyo de México para contener el flujo masivo de migrantes antes de llegar al territorio caliente de la frontera bilateral física. Por ello, la Casa Blanca no está ejerciendo demasiada presión sobre México para limar los puntos filosos de las reformas energéticas que disminuyen los contratos a empresas privadas americanas.
El proyecto original de Biden-Harris ha sido rebasado por la crisis en migración, narcotráfico e inversión extranjera, pero sin que exista la flexibilidad y rapidez en la Casa Blanca para entender los nuevos escenarios y para construir opciones más acordes a la realidad.
El desplome de la aprobación presidencial de Biden debajo de la línea de flotación de 50% y en niveles de desaprobación actual similares a las del expresidente Trump han preocupado a los demócratas por las elecciones locales. La derrota demócrata en las gubernaturas de Virginia y Nueva Jersey fueron un golpe muy fuerte a la precaria posición del presidente Biden, quien sigue gastando su capital político culpando a la herencia de Trump.
El nuevo punto de conflicto bilateral radica en la otra parte del Tratado comercial que ha quedado sin supervisión en los dos países: la desarticulación de cadenas productivas por el efecto recesivo de la pandemia y por la ausencia de una estrategia de defensa de la planta productiva y el empleo vinculado al comercio exterior. El gobierno de Biden se ha conformado con aprobar presupuestos extraordinarios billonarios, pero sin ninguna estrategia de rearticulación productiva. Del lado mexicano se han deshecho las cadenas productivas de pequeña y mediana industria que dependían del Tratado.
El gobierno mexicano ha gestionado de manera unilateral el nuevo escenario de relaciones bilaterales; es decir, ha tomado decisiones que están configurando una nueva doctrina de política exterior, pero todavía con elementos de debilidad en su política interior.
Las reuniones bilaterales, normales y de alto nivel, han carecido de una propuesta estratégica por parte de Estados Unidos, bastante porque la burocracia de inteligencia y seguridad nacional se rompió en la estructura política de toma de decisiones de la Casa Blanca y funciona en sus términos tradicionales de desdén hacia los intereses mexicanos.
La política exterior mexicana ha sido dinamizada por el canciller Marcelo Ebrard Casaubón, aprovechando el distanciamiento del presidente López Obrador de los asuntos internacionales. Las iniciativas mexicanas sobre la crisis de Centroamérica, la responsabilidad no compartida por EU en el tema del narcotráfico y el agotamiento del enfoque migratorio policiaco ante la avalancha de caravanas han encontrado a un Departamento de Estado sin ideas estratégicas y sin propuestas de coyuntura.
El desplome de la credibilidad de Biden y el agotamiento muy rápido del bono anti Trump han llevado a una crisis de expectativas de los demócratas para las elecciones presidenciales de 2024 que hasta ahora están perfilando a un Donald Trump remasterizado y ya en plena campaña presidencial en ascenso. La ofensiva diplomática de México al margen o contra los intereses de Biden están beneficiando, de manera directa e indirecta, las intenciones de Trump.
Si la Casa Blanca no redefine una nueva estrategia de seguridad nacional colaborativa como México, la crisis en la frontera será uno de los elementos clave en la derrota presidencial demócrata en 2024.
Zona Zero
· La crisis de seguridad en Michoacán, Guerrero, Quintana Roo, Guanajuato, Ciudad de México y Sinaloa están llevando a la necesidad de un replanteamiento parcial de la política de “abrazos, no balazos”, en la medida en que los cárteles han interpretado la inacción gubernamental como un certificado de impunidad y no como una oportunidad para estabilizar zonas dominadas por la violencia. En este sentido, se prevé pronto una ofensiva de la seguridad pública contra los cárteles que son responsables de la violencia por disputa territorial.
El autor es director del Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad.
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